Opinión

La risa de las hienas

Todo es falso –me dijo un día un farsante-, salvo la risa de las hienas”. Me recordó la paradoja de Epiménides: “Todos los cretenses son mentirosos. Yo soy cretense”… El caso es que hace tiempo que dejé de creer en mí mismo, era un fiasco. Después dejé de creer en las religiones. Y en los clérigos, rabinos, imanes, escribas y demás “sepulcros blanqueados” (Cristo dixit). También dejé de creer en la Justicia, harían falta muchos Mío Cid para cantar sus desafueros. Y en sus señorías, ¡vade retro! Y en los políticos, “no coment”. Y en la Patria, “¡qué coñazo!”, sobre todo la exhibición de sus ejércitos (Rajoy dixit). Y en la familia, échales una herencia y los verás despedazarse como fieras. Tampoco me fío un carajo de las nuevas tecnologías, no aportan más que nueva infelicidad… ¡La nube!, la explotación del hombre por la cibernética. Pronto el “yo individual”, oreando en el tendal de las redes (in) sociales, no será más que un “poco yo” al albur de mercados sin escrúpulos, de gobiernos maquinadores, de la sociedad carroñera. Adiós al “cogito ergo sum” que estremecía a Descartes; aquí solo se piensa -¡y se existe, solo si se tiene!- en comprar la nueva tablet… 

Me quedaban los empresarios y los hombres de la mar. Creía en ellos. En los primeros por una elemental concomitancia: país el nuestro “de la rabia y de la (mala) idea” machadiana; del ¡sexo anal al capital! y de UGTs, CIGs y CCOOs casposas y periclitadas, capaces de subvertir al empleado en un enemigo a sueldo; me parecían los más serios. Pero aparece Gerardo Díaz Ferrán, ex presidente de la CEOE, un burdo encalador de capitales, un alzador de males, un trilero; eso sí, con una fuerza destructora mayor que la Luftwaffe, y derriba Marsans, Air Comet, Spanair y Aerolíneas Argentinas como quien abate una libélula. Luego llega Manuel Fernández de Sousa, ¡tora!, ¡tora!, ¡tora!, y nos hunde nuestro buque insignia, Pescanova… ¡Cuidado con Citroën!, no provoquemos tanto a los gabachos con tanta fiesta de la Reconquista, tanta guerra de la Independencia y tanta polla, no vaya ser que se lo tomen en serio y que se larguen.

Me quedaban los hombres de la mar… aquí no hay playa, vaya, vaya; ni tampoco “hombras” reclamando trato igualitario. Eran mis ídolos. Yo, que he bordeado tantos malos aires y rehuido las tormentas como quien escapa de un país en guerra, no tendría arrestos (ni cojones) para enfrentarme día y noche a un contrincante hostil que nunca ceja. Lentos, cabeceantes como bueyes, arando infatigables los océanos, siempre de noray en horizonte, de ensenada en temporal, los barcos (sus tripulaciones) viven a perpetuidad un asedio de soledad y de inclemencias solo apto para los héroes… Pero entonces aparece el Schettino, il capitano, il lupo di mare de la mar océana y mete el “Costa Concordia” entre las piedras; y el figlio di puttana se da al piro cuando las ratas aún se lo pensaban… “¡Capitano, que hay mujeres a bordo!”, le gritaron. Y el muy jeta hablando por el móvil: “¡Bueno carallo bueno, estoy yo ahora como para cachondeos!”… Y por si no fuera suficiente, parió la abuela gemelitos; después de hacer un “Titanic” con el “Sewol”, el surcoreano Lee Joon abandona el ferry a su suerte haciéndose selfies como si fuera un turista: “¡Maricón el último!”, pensaría el menda lleno de razón. Estos días andan ambos no precisamente de rositas… En fin, ¡el caso es que cada día me resulta más sincera la risa de las hienas!...

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