Opinión

¡Vivid!

A lo largo de mi vida (y fueron muchas veces) cuando alguien me decía que este, esto o aquel otro estaba mal solía contestar: "¿mal?, ¿qué es eso de mal?, ¡mal está el que no puede cagar!" Fue mi grito de guerra (sucio), mi arenga legionaria, mi bravata de casino y vodevil ante la que no cabían excusas por no llegar a tiempo debido a que el tráfico estaba mal, ni retrasos en los pagos porque la cosa estaba mal, ni siquiera el que la Agencia de Seguridad Aérea (AeSA) nos enviase fuera de plazo una autorización porque el jefe de Servicio (o la jefa, con perdón) se encontraba mal, o que la solicitud estaba mal, o que el señor "Baguete" (entiéndase el funcionario de turno) lo veía mal... ¿mal?, ¿qué es eso de mal?, me despachaba yo por el teléfono, ¡mal está el que no puede cagar! y ya me cagaba en sus muertos... por adentro, claro. He llegado a zanjar (y por supuesto a perder) discusiones enconadísimas con un soberbio: "¡vai cagar anda, que estás amarelo!" Que si lo dices así, en la afelpada lengua de Rosalía y te das media vuelta, inquieta incluso a los chinos.

En mi defensa a ultranza de la prodigalidad del acto evacuatorio, aún recuerdo con vergüenza (y con nostal- gia, ahora que me mantienen cautivo contra el suelo las limitaciones médicas) una aproximación al aeropuerto de niza en medio de un cacao de tráfico aéreo, con las comunicaciones en guiri, los aviones pisándose la fre- cuencia unos a otros, y nosotros con fallos en la radio, con murfy en la cabina, y con el combustible de reserva así, así; todo el golfo de león estaba infectado de tormentas que no solo fulguraban amenazadoras en la pantalla de nuestro radar meteorológico sino que cortocircuitaban también nuestro "savoir-fare"...;aquello era un sin diós, no lográbamos copiar las instrucciones que nos daban los franchutes, no sabíamos cúal era nuestro turno de aproximación, no sabíamos si los demás aviones estaban frustrando, no parábamos de dar botes, el pasaje de dar gritos y el "copi" de dar por culo a cada rato con las agujas del combustible..." ¡maldita sea!", chillé entonces, completamente fuera de punto. "¡Aquí se viene cagao, meao y llorao, cojones!" por supuesto que solo quería que lo oyera el copiloto, pero tal fue el berrido que metí (bueno, y también que por error pulsé el botón de la frecuencia externa) que de repente todo dios se quedó afásico; en los cascos y altavoces de comuni- cación un silencio tenso, incómodo; en el ámbito el so- nido del Apocalipsis..." al menos estos tipos no han en- tendido nada", me disculpé con el compañero... y, nada más aterrizar, en perfecto román paladino el contro- lador del aeropuerto: "¿Algún problema que podamos solucionar ahora desde aquí, señor?" De atar estaba yo entonces, esquizofrénico.

pero un día me redimió garcía márquez: él dividía el mundo no entre locos y cuerdos, pobres y ricos, gua- pos y salidos, sino entre los que cagaban bien y los que cagaban mal, y yo no estaba entre estos últimos. no, yo era de los que me sentaba en el trono todas las ma- ñanas con la misma regularidad asquerosa con que las azafatas de "Racanair" examinan en la puerta embar- que las medidas de nuestros trolleys; que es la misma, precisamente, con que retrasa iberia sus vuelos y nos deja en tierra al menor constipado meteorológico. me sentaba, digo, con libro y en pijama, igual que se echaba las sientas don Camilo (va de nobeles) , quien por cierto era capaz, según decía (y va también de esfínteres), de aspirar litro y medio de agua de baño de asiento de un solo chupetón y a gaznate enjuto.

Al principio, cuando me demoraba mucho en las au- diencias reales, mi mujer se ponía de los nervios; pero entonces yo me disculpaba con la misma cantaleta con la que ya mi madre en mis años mozos (sobre todo tras mis noches de francachela) recriminaba mi manía pe- ristáltica, "¡consante come el mulo, consante caga el culo!", me decía; corolario sin duda irrefutable que no sé muy bien qué idiomas mezcla pero que yo le repetía a mi mujer y que causaba un menudeo de portazos y una algarabía de maldiciones para nada comparables a la candidez de aquella esther que interrumpió en su solio al rey Asuero; claro que en mi casa la ley se había hecho para todos sin excepción, y poco a poco mi fa- milia me fue dejando por imposible, los domingos in- cluso por olvidado.

¡"Ay non"!: un mal día me tuve que comer mi mala bilis y casi si me descuido mi propia caca; resulta que después de un montón de horas "apoleirado" (mi madre dixit) en la taza del retrete, -hasta el punto de pensar incluso en ayudarme con las uñas-, no logré poner ni firma, ni huellas (digestivas), ni iniciales majestáticas, ni mucho menos sello real, ¡nada! Todo ese día y toda la noche siguiente entrando y saliendo del hangar, infla- do como un jumbo, presurizado por dentro, a punto de reventar y nada de nada; cuando subí por la rampa de urgencias del Hospital iba amarillo, resoplando, como uno de esos viejos aviones apagafuegos (los botijos) que ves siempre volando por ahí perdiendo algo, pero en mi caso con las compuertas perfectamente herméticas...

Y en seguida el corre corre de las enfermeras. "¿Qué se siente?", "¿tenemos aquí su historial?", "¿padece al- guna alergia?" Y el de la doctora de guardia pensando a su vez en un infarto: "¿qué edad tiene?", "¿cuánto ha- ce qué empezó el malestar?", "¿le duele el pecho?" Y el tensiómetro y el termómetro y dos electros y vuelta con que si se le irradia el dolor al brazo izquierdo y con que si siente el angor pectoris....; y yo, que aviador sí, pero también un doctor House según qué tipo de dolencias, pasé de detallar los síntomas y los antecedentes y les díya resumido el tratamiento: "¡Ay, filliñas, si al menos me pudiérais poner a cagar...!" Y ya empecé a escuchar por allí conversaciones y nombres menos escatológi- cos, pero mucho más aciagos: tumor, biopsia, oclusión intestinal, perforación... y venga pruebas y venga más pinchazos, y un TAC: tic-tac, tic-tac, tic-tac... Y en po- cas horas no era conocido: sonda nasogástrica, afeite de pinreles, tubo por la polla, enemas, goteros, lavativas y amenazas: ¡bolsa de colostomía!, ¡carcinoma de Sig- ma!, ¡prótesis!, ¡peritonitis!... Cuando me dejaron solo en la habitación, enseguida comprobé que apenas esta- ba en un segundo piso y que ni siquiera podía abrise la ventana... la vida entonces cobró para mi otra dimen- sión. garcía márquez se había equivocado. el mundo se seguía dividiendo en dos mitades, sí, pero esta vez entre los que estaban sanos y los que estaban enfermos y a mi me había pillado de este lado...

A partir de ahí tuve que comerme un sinfin de sa- pos (y marrones): la quimio, la radio, el hormigueo de los dedos, las llagas internalgares, las chiribitas en los ojos, (los espectros en la mente), las náuseas, las aftas, las visitas... ¡Ay, las visitas!, "Dorado me enteré el otro día de que..." "Tengo cáncer, si". Te miran asustados, se ponen nerviosos, se quedan como idos, circunspectos, es como si les dijeras que de ahora en adelante deberán llamarte unamuno y que tienes una polla de metro y medio... "¿una qué?", "¡una-muno, coño, como el es- critor, que no te enteras!"... Y uno se va haciendo tal vez mas infantil pero menos miedica, y es capaz de olvidarse de la enfermedad, y de reír y de salir y de bailar (como si nadie te estuviera viendo), y de llorar y de llorar por cualquier cosa y de seguir después co- mo si nada.

Porque en realidad, dándole vueltas, solo hay en definitiva dos tipos de división en- tre los humanos: los que están vivos y los que ya no están, y yo, gracias a muchos de

Vosotros, sigo aquí: gracias a mi esposa a la que sentí y presentí muchas noches velando a mi lado (¡nada hay más reconfortante que la conversación de dos enamo- rados que guardan silencio!), y que revolvió Roma con Santiago y con Barcelona y con madrid y con el mun- do, y que me arrastró, a veces literalmente, a que me vieran los mejores especialistas, gracias a ella, sí. ¡porque donde existe un gran amor siempre hay milagros!; gracias a los oncólogos, cirujanos y amigos médicos, que siempre procuraron ayudarme, no sabéis hasta qué punto; y a los y las que me intervinieron, que hace muy poco todavía que los trato pero que ya son los que (por adentro) me conocen mejor que nadie; y gracias a mis hijos, a mi familia y a mis amigos en general (¡ay, ese Outeiriño!, de outeiro, de curuto, de loco -entrañable- de la colina, ojalá hubiese muchos como él), que con su amor sin ambages y su amistad sin estridencias me están enseñando cada día a ver la realidad de ese final inexorable, no como algo tabú sino como el acto más personal y más intimo que existe... muchas gracias.

En cualquier caso, si me lo permitís, una boutade: "el mejor momento de la vida es cualquier momento en que uno tenga todavía la fortuna de vivir". Alguien lo dijo. ¡Vivid!, por favor, que este mes estoy de cumplEsueños... 

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