Opinión

Los del otro lado

Recomiendo un documental de RTVE dedicado a la Estatua de la Libertad, el sorprendente regalo de Francia a los americanos

Coincidiendo con el ámbito creado por las presidenciales al Eliseo y en mi denodado intento de enterarme con cierto rigor de quiénes son y cómo se las gastan los franceses, he ido aproximándome a ciertos hitos en la historia  reciente del pueblo galo con el que nunca acabé de llevarme bien, quizá porque mi primera visita a aquella tierra coincidió con alguna de las múltiples arbitrariedades cometidas por la administración franquista, y al otro lado de la frontera estaban especialmente sensibilizados con semejantes desafueros. Paradójicamente, lo único que separaba a Franco de De Gaulle eran treinta y cinco centímetros de estatura, porque los dos eran generales, los dos se habían curtido en el norte de África, los dos gobernaron con porra y acero, los dos se saltaron a la torera los derechos humanos y los dos se marcharon con más sombras que luces y unos cuantos muertos en sus armarios. Esas comparaciones a los franceses no les hacían mucha gracia, y hube de soportar no pocos denuestos relacionados con mi condición de español, toreador, bandolero de Sierra Morena y fascista.

Una de las últimas veces que visité París comprobé cómo los españoles ya no éramos para nuestros vecinos fronterizos el pueblo gandul y chirigotero con el que amasaron cientos de tópicos absurdos y chistes de mal gusto tocados todos ellos con la montera de un torero, la boina de un agricultor o el tricornio de un guardia civil. Hoy, ni los guardias civiles españoles llevan tricornio ni los gendarmes franceses se cubren la cabeza con el quepis colonial, y ambos cuerpos  desarrollan protocolos constantes de colaboración y buena vecindad urgidos por las nuevas modalidades delictivas que ya no tienen en cuenta ni soberanías ni fronteras.

Yo les recomiendo que se asomen a un sugestivo documental proyectado por RTVE, –uno de los pocos espacios salvables de su cansina y teledirigida programación- dedicado a la Estatua de la Libertad, el sorprendente regalo con el que los franceses agasajaron a los Estados Unidos que un visionario Auguste Bartholdi imaginó en sus divinos delirios, que se fundió en París y se llevó a América en trozos a bordo de un barco para ensamblarla sobre la base de un antiguo fuerte de la Guerra Civil. Merece la pena asistir a semejante epopeya.

Te puede interesar