Opinión

Mu se va de boda

Aquel autobús mixto olía fatal. Era normal ya que, más o menos, la mitad del mismo lo ocupaban los humanos, pero en la otra mitad viajaban los terneros u otros animales. Le resultaba aquel un invento curioso que igualaba a los seres humanos con el ganado caballar, lanar, o con aquellos de las cornamentas blanquecinas y tuertas. En el cielo del autobús, sin otra protección que el viento, viajaban los más valientes o tal vez los más pobres.

Él, que era un rapaz de no tantos años y que era menudo de cuerpo por aquel entonces, se ganó un asiento al lado de aquella buena mujer cuya bien crecidita pechera iba marcando, con vaivenes, los baches de la no tan cuidada carretera. A veces le producían cierto pudor aquellos voluminosos senos pues se le acercaban, involuntariamente, de una manera harto exagerada.

El transbordo al tren de las cuatro y media no se hizo esperar. Colgó al hombro su bolsa de deportes y se subió, nada precipitadamente, a aquel tren de madera brillante. El hombre del uniforme azul le extendió un billete y se lo trincó con una maquinita plateada. El vagón, de tercera, claro, era espacioso. Aquí y allá se fue colocando el montón de gente como pudo. La gente era entrañable y por ello todos los que abrían sus fiambreras le ofrecían cortésmente parte de sus viandas. “Si gusta” - solían decir- y él, claro, un chico medio asustado, no se atrevía.

El tren serpenteaba aquella vía y se colaba como un gusano por aquellos túneles oscuros como boca de lobo. Una joven que le tocó de frente le avisó: “no saques la cabeza por la ventanilla porque puede venirte una carbonilla a los ojos”. Le agradeció la recomendación con una sonrisa. Aquella moza, a la que no quitaba ojo el soldadito de la esquina, era muy guapa y tenía un cabello abundante que le bajaba en bucles sobre los desnudos hombros.

Desde aquel vagón en el que se mezclaban todas las conversaciones, el humeante tabaco que salía de la boca de los viajeros bigotudos se expandía hasta que llegaba a su nariz produciéndole primero un picor molestón y luego una promesa firme de no fumar jamás. Aunque después pensó que, a lo mejor, ese fumar a lo tonto, era obligatorio cuando lo declarasen persona mayor.

Resopló la máquina al acercarse a su estación. Aquel chachachá se fue apagando ligeramente. Allí vio a su madre y a su hermana esperándole mientras a él se le abrió un ala del corazón. Tanto tiempo retenido sin verlas le pareció injusto. Antes de llegar a casa pasaron cerca de la bodega. Oyó aquellas risotadas y observó, a través del ventanuco, lo bien que se lo estaban pasando jarreando de aquella manera.

Ajenos a la presencia del chico hablaban de aquellas cosas que tanto gustan a los señores y su padre se dispuso a contarles algunas historias insólitas de bodas y casamientos:

-Pues esto es, que se casaba la marquesa de Toma Sopa. Y ocurrió que aquella marquesa era coja, pero coja de verdad. Tanto es así, que le faltaba una pierna y tenía una de palo. -Se rieron estrepitosamente mientras él engolaba la voz.

-Se casó con un comerciante rico que no sabía de su defecto. Y en la noche de bodas, a luz apagada, el ricachón se sintió despistado. Y entonces …preguntó a la moza:

-Oye ¿y la otra pierna? -Y ella le contestó:

-Pues… ¿dónde va a estar?... Encima de la mesita.

Por esa broma, alguien podría catalogar aquel mundo de los años 60, como vulgar, pero para él era un universo delicioso.

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