Opinión

LA OTRA PASCUA OLVIDADA

El tiempo pascual, el más gozoso del año litúrgico, termina hoy, en este domingo, con la celebración de la solemnidad de Pentecostés. Hemos celebrado los cuarenta y nueve días del gozo por la resurrección de Cristo, hemos gozado del 'Aleluya', el canto jubiloso y festivo, y la Iglesia ha cantado con más frecuencia el 'Gloria', canto de los tiempos y días gozosos. La solemnidad de Pentecostés cierra y culmina la Cincuentena, celebrando el descenso del Espíritu Santo sobre la Iglesia. El Espíritu Santo todavía sigue siendo 'desconocido' y, sobre todo, su modo de actuar. Los símbolos con los que nos lo descubre la Sagrada Escritura siguen siendo un poco misteriosos: el viento, lenguas de fuego, brisa, calor, agua, el dedo, la unción, la nube y la luz, el sello, la mano, la paloma?


Detrás de tales símbolos se manifiesta y se oculta la persona misteriosa del Espíritu Santo. Él no tiene otra misión sino completar la obra de Cristo, edificar la Iglesia y santificar a los seguidores de Jesús. El Espíritu Santo actuó la encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de María, bajó sobre Jesús en el Jordán para manifestar que era el Hijo de Dios, le condujo al desierto, a predicar el Reino de Dios y a entregarse en la cruz, actuó con fuerza en la resurrección y fue enviado a la primitiva Iglesia para acompañarla en la evangelización.


Pero el Espíritu Santo es comunicado al bautizado y le hace templo de Dios, se le da más abundantemente en la Confirmación, realiza con el Padre y el Hijo la Eucaristía, perdona los pecados en la Penitencia, es alivio y consuelo para el enfermo en la santa Unción, es comunicado al obispo, presbítero y diácono en el Orden y se dona a los esposos en el Matrimonio.


El Espíritu Santo tiene un papel extraordinario en la liturgia: da fuerza a la Palabra de Dios, prepara a recibir a Cristo, recuerda el misterio de Cristo, actualiza tal misterio y pone en comunión con el mismo Cristo. El cristiano en la Iglesia vive totalmente inmerso en 'aura' del Espíritu Santo. 'En Él vivimos, nos movemos y existimos'.


El Espíritu Santo es quien regala a la Iglesia los carismas o gracias necesarias para evangelizar, catequizar, celebrar los misterios, construir la Iglesia donde no existe y dar fuerza a los discípulos de Jesús para ser testigos suyos hasta el derramamiento de su sangre. Pero el Espíritu Santo es el huésped permanente de las personas santas, quien comunica la sabiduría de Dios y mueve al bien. El Espíritu Santo es la fuerza a la que no pueden resistir las fuerzas del Maligno.


La Virgen y los apóstoles estaban reunidos en el Cenáculo cuando descendió sobre ellos la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, y en aquel momento nace la Iglesia. Por eso con alegría y gozo en muchos de nuestros templos en este día o entorno a él muchos cristianos reciben el sacramento de la Confirmación en el que se da de modo muy especial el Espíritu que da fuerza y culmina con la Eucaristía, los sacramentos de la iniciación cristiana. Es de alabar que este sacramento se celebre más cada día con la solemnidad que se merece.

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