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Este martes 31 de octubre se celebra en Ourense Samaín, la ancestral festividad de origen celta que marcaba el fin del verano y el inicio del invierno, la cual ha dejado una marca indeleble en la cultura popular. Una de las tradiciones más icónicas de esta celebración es el uso de la calabaza, un símbolo mágico y fascinante que ha perdurado a lo largo de los siglos.
La calabaza, con su forma redonda y su color naranja brillante, ha sido asociada desde tiempos inmemoriales con la energía de la tierra y la fertilidad. Durante Samaín, los antiguos celtas creían que el velo entre el mundo de los vivos y el de los muertos se volvía delgado, permitiendo que los espíritus vagaran por la tierra. Para ahuyentar a los espíritus malignos, las personas tallaban rostros aterradores en las calabazas y les colocaban una vela en el interior, creando así las primeras linternas de Samaín.
Esta costumbre de decorar calabazas, tan arraigada en la cultura celta, se extendió más allá de sus fronteras, por Europa y América. En Irlanda, la calabaza era decorada con aspectos tenebrosos, tratando de espantar así el alma errante de Stingy Jack, un mito del folclore irlandés. Por ello las calabazas decoradas son conocidas como Jack-O'-Lantern. En Estados Unidos también llegó esta costumbre, que, a pesar de tener raíces celtas, al nuevo continente llegó gracias a la cultura irlandesa.
Además de proteger contra los espíritus malignos, la calabaza también se ha asociado con el ciclo de la vida y la muerte. En muchas culturas, las semillas de calabaza representan la fertilidad y el renacimiento, ya que contienen la promesa de nuevas plantas en el futuro. Este simbolismo se entrelaza con la esencia misma de Samaín, una festividad que honra la transición de un año a otro y la renovación de la naturaleza.
La utilización de la calabaza durante Samaín trasciende el mero aspecto decorativo pues este elemento es un recordatorio tangible de la conexión entre los seres humanos y la naturaleza, así como un tributo a las creencias y tradiciones de nuestros antepasados. Al tallar calabazas y encender sus linternas, continuamos celebrando la magia y el misterio de Samaín, manteniendo viva una práctica que ha perdurado a lo largo de los siglos y sigue iluminando nuestras vidas en las noches oscuras de otoño, protegiéndonos de los malos espíritus cuando el frágil velo que separa los reinos de los vivos y los muertos es más débil.
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