“¡Desalojad!”: la orden de evacuar la aldea de A Veiga fue muy rápida
A Veiga de Cascallá amaneció con muchas de sus casas hechas ruinas. El fuego no perdonó las viviendas, indefensas ante las llamas por la ausencia de unos medios desbordados
Muchas familias se despertaron sin casa en Valdeorras. Una localidad que el fuego castigó de manera especial fue A Veiga de Cascallá, una parroquia de Rubiá. Allí, la lumbre redujo las viviendas a las paredes y un montón de escombros humeantes. El pueblo estaba en un entorno incomparable. Pero ayer, pasear por sus calles se convirtió en un trágico desfile de inmuebles destruidos junto a los recuerdos que albergaban. Todo con el monte herido de fondo.
Un hombre, con cubos, trataba de refrescar los restos de lo que en algún momento fue el hogar de alguien. Una vecina que no quiso dar su nombre observaba impotente. “Que vexan como está isto”, lamentaba. Otra vecina, junto a ella, clamó por la ausencia de medios, algo que se escuchaba en muchos rincones de la comarca, pero que tenía un eco particular entre los cascotes calcinados y el empalagoso olor a quemado. “¿Los bomberos a que hora apareceron aquí? Tardísimo”. Los servicios de extinción, desbordados, no daban abasto. Y sobre la visita del presidente del Gobierno a Valdeorras la gente se mostraba escéptica. “Viene a hacerse la foto”, criticaba.
A Veiga de Cascallá sufrió la llegada del fuego en la tarde de ayer, procedente de Éntoma tras cruzar el río Sil. Las llamas prácticamente volaron sobre los montes, remontando el curso del río Galir. La orden para evacuar el pueblo fue rápida. Pedro Puente, vecino, estaba cuando sucedió todo. “Sobre las cinco de la tarde empezaron a aparecer las llamas en la cresta de la montaña, y en 10 minutos ya llegaron abajo”, relató. “Fue el momento en que llegó Protección Civil”, contó antes de repetir lo que les decían: “Desalojad, desalojad, desalojad”. Otra vecina, Beatriz Cabanillas, narraba que los servicios de extinción “sobre las diez y pico empezaron a llegar”. Algunos habitantes no hicieron caso y defendieron el pueblo con lo que tenían a su alcance, salvando algunas casas.
Otro inmueble que ardió fue la capilla de Barrio, próxima a A Veiga. Sus muros -lo único que quedó- se alzaban solitarios en medio de la negrura del monte. Su párroco, Daniel Pérez Quintela, enumeró las pérdidas: los bancos, el retablo y la santa, además de una campana caída. Pero lo peor: “La gente que se quedó sin casa”.
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