CRÓNICA

Una guerra de lo más dulce

A pastelazo limpio en Esgos (JOSÉ PAZ)
photo_camera A pastelazo limpio en Esgos (JOSÉ PAZ)

La batalla de pasteles de Esgos se saldó sin daños colaterales. Centenares de pasteles fueron la única munición de una fiesta que, año a año, se va convirtiendo en una calórica tradición

José Losada y su mujer miran desde la ventana sin saber exactamente qué cara poner. Finalmente, acaban por soltar lastre y sonríen más que los niños enfangados en dulce. "Parécenos unha idea estupenda", dice la mujer a modo de portavoz de la pareja. Cuando se les anima a bajar a la Praza Miguel Chisco, comentan que ellos ya son "moi maiores", pero el caso es que entre el correteo de medio centenar de jóvenes también hay personas de todas las edades pidiendo a gritos merengue en la cara.

Los pasteles, dispuestos con mimo en varias mesas, eran una presa fácil para las fauces infantiles, con esa mirada escrutadora de los niños cuando ven algo que, sí o sí, tiene que acabar pasando por su boca. Guardando prietas las filas estaba Martín Sousa, promotor de la idea hace 15 años y dueño de la pastelería que regala la munición:

—¿Tanto merengue le sobraba?

— Creamos una fiesta para hacer "el burro" y con algo que aguantara bien, si no las madres luego nos hostian.

Los críos fueron los primeros en abrir fuego y ganarse por méritos propios un billete a la ducha. El pelo pegajoso y las manos arriba para no ensuciarse la ropa. A un lado, los jóvenes se calaban chubasqueros de colores a juego con el color del sirope de los pasteles. Entre ellos estaban David Laranjo y Pablo Romasanta en la vanguardia repostera. "Mentiría si dijera que esto es algo gastronómico, el caso es pasarlo bien" cuenta David antes de quedarse más blanco que un gorila albino.

La veda se abrió y el merengue voló sobre el cielo a medio nublar de Esgos. Allí seguía Martín Sousa, con la experiencia que da hacer el día anterior 500 merengues para volatilizarse en cuestión de unos minutos. Pilar Soteras no llevaba en esos momentos el carné de veraneante a mano. Una más. "Soy de un pueblo de Zaragoza, vivo en Madrid, y ni en un lugar ni en otro se hace algo como esto", comenta. Puede que Esgos haya encontrado un filón en su política turística.

En el lavadero, la tropa se sumergió para borrarse las heridas de guerra y dejar que los únicos reservas sean los vinos descorchados hoy, día de San Vitores, patrón del pueblo.

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