Opinión

Recuperando el eje del Ourense esencial

Con la apertura del San Miguel se ha completado la calle del Ourense Esencial, que inició hace un año, por estas fechas, el Tamarindo. Desde sus significados inmuebles en el antiguo núcleo urbano de nuestra ciudad, el eje viario Arcedianos/Hnos Villar recobra el protagonismo de antaño. Su estrecha calle con el Ayuntamiento como límite, al otro lado de la Plaza Mayor, se dirigía recta y hacia el norte hasta la antigua Puerta de San Miguel. La iniciativa privada dedica sus bajos de ambos paradigmáticos edificios para usos culinarios, con lo que la ciudad gana en todos los sentidos: en la carta gastronómica, y en la apuesta por el patrimonio recuperado.


El TAMARINDO


Se emplaza en un edificio con noble fachada con soportales de arco en la Plaza Mayor, a la que se abre cual patio de vecinos de la ciudad. Es su propietario el arquitecto Rubén Gil Domínguez quien, con el cuidado y mimo necesario, ha ido venciendo, desde la profesión, las dificultades de adaptar su espacio a los nuevos usos, consiguiendo abrir un espacio diferenciado en ambientes desde la elección del castaño y los artesanos de la tierra al microcemento en polvo y la más moderna tecnología. Así el cuarto abierto con paramento de hormigón y hornacina central.

Segmentado en rectángulos, con sobresalientes tuercas angulares que atornillan unas piezas en las que ha reproducido surcos y cicatrices. Los elementos metálicos toman un protagonismo en taburetes y mesas realizados desde diseño ad hoc por herreros locales. Ya desde la entrada, la antigua puerta del Wolf, el anterior establecimiento, que ha integrado en el conjunto como un continuum nos habla de su cuidado con la herencia recibida. Como la puerta-biombo de la Casa-Cocina a Arcedianos, que recuerda antiguas bodegas.

SAN MIGUEL

En el extremo del eje señalado, su edificio sobresale en la calle que desciende desde la confluencia del Hierro a la Puerta de la Fuente del Rey, hacia la salida oeste. Aquí, en la casa madre del antiguo restaurante, proa y referencia de la confluencia de gastronomía y poder de la ciudad en los últimos cuarenta años, se ha reabierto con nueva gerencia y cocina. Es el empeño de Diego González y sus socios, como Manolo, como faro de la restauración en la antigua Auria. Su espacio ha sido redistribuido acorde a nuevas necesidades desde la propia entrada. En el interior, dividido en niveles, la intervención del estudio de arquitectura Cabanelas-Castelo descubrió columnas y un arcaico urinario de piedra, revalorizado con pileta de cristal y teselas.

La pecera del marisco separa el gastro-bar de entrada del restaurante. La mesa con pérgola de nogal en un comedor, con láminas espejadas sobre la pared en diversos ángulos, la significada bodega entre paños de vidrio o el reservado especial, son ambientes separados y diferenciados que Rebeca González, desde sus conocimientos de interiorismo, ha desarrollado con el Marsala de Pantone, color de vinos y tierra: estilo con la calidad por bandera que acompaña, desde mobiliario de las mesas altas con taburetes diseñados por Rafael Moneo, la apuesta culinaria. La intervención en la fachada del inmueble es ahora inexcusable.

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