MANDELA RECONCILIADOR

El verdadero nombre de Mandela es Rolihlahla, así lo llamó su padre, que significa 'el que trae problemas'. En la escuela le llamaron Nelson, el nombre que utilizó toda su vida.
El expresidente sudafricano encarna en todo el mundo los valores del perdón y de la reconciliación y del aprecio del otro. Tras haber sacado a su país del régimen racista del apartheid y haber renunciado a la venganza contra la minoría blanca, después de haber estado en prisión durante 27 años comprendió que el opresor tiene que ser liberado de si mismo para que se pueda crea una sociedad de libertad.

El perdón es un arma muy potente, porque hace desaparecer el miedo, dijo Mandela. Su figura encarna una serie valores universales, y un humanismo alimentado por la cultura de su pueblo los Shosas. Nunca ha sido un revolucionario al estilo de los revolucionarios que han edificado su acción política en la violencia como Lenin. Sus actos, recordados y venerados por todo el mundo, ha terminado creando una especie de culto que Mandela nunca ha buscado.

La rebelión del joven Mandela empezó muy pronto, primero cuando fue expulsado de la universidad de Fort Hare (sur) tras un conflicto con la dirección, y luego, a los 22 años, cuando huyó de su familia para evitar una boda convenida.

A su llegada a Johannesburgo, una gigantesca metrópolis minera, Mandela toma conciencia de la segregación que dividía a su país. Allí conoció a Walter Sisulu, que se convertiría en un mentor y le abrió las puertas del Congreso Nacional Africano, el partido de la mayoría negra. Junto a Oliver Tambo y otros jóvenes líderes tomó las riendas del partido para luchar contra el régimen blanco, que había 'inventado' en 1948 el concepto de apartheid, el 'desarrollo separado de las razas'.

Tras el relativo fracaso de las campañas de movilización no violenta inspiradas en los métodos de Gandhi, el ANC fue ilegalizado en 1960. Mandela fue detenido en varias ocasiones, pasó a la clandestinidad y decidió orientar el movimiento hacia la lucha armada. En 1964 fue capturado y llevado a la isla-prisión de Robben Island, frente a las costas de Ciudad del Cabo. Durante años, bajo un sol de justicia, en medio de una polvareda que dañó para siempre sus pulmones, tuvo que picar piedra. Aún así, nunca pensó en la venganza e intentó, al contrario, entender a sus enemigos, aprendiendo su lengua, el afrikáans, y apreciando a sus poetas.

Es liberado en 1990 y sigue negociando no sólo contra el apartheid sino contra las soluciones totalitarias que provenían del poder económico. Frente a las estrategias de la guerra fría, Mandela se convierte así en una nueva manera de hacer política en la que todos los hombres y mujeres se sintieran implicados: la lucha por el reconocimiento del humanismo de los humanos.

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