Adiós a la última librería en español en Manhattan

Librería Calíope en Manhattan
En 2007 cerraron en Nueva York las dos principales librerías dedicadas a la venta de libros en español, Macondo y Lectorum. Fueron ríos de tinta los que corrieron afirmando que desaparecía con ellas una parte fundamental de nuestra cultura y denunciaban la imposibilidad de acceder a las obras escritas en el idioma de Cervantes. Sin embargo, todas aquellas crónicas obviaban que aún resistía en Manhattan, de forma heroica, otra librería que dedicaba todos sus esfuerzos a promover la cultura dominicana, en particular, y la latina en general: la librería Calíope, un remanso literario en español donde los lectores podían encontrar toda la liter
Pero ahora ese oasis ya puede darse por desaparecido: desde hace ya varios meses, exactamente desde el 2 de junio, sus puertas permanecen cerradas por el impago del alquiler y su dueño, César González, se ha visto obligado a continuar con su negocio en la calle, haciendo frente a las duras condiciones metereológicas de la ciudad. Por desgracia, esta vez los grandes medios no se hicieron eco de esta noticia.

Cuenta la mitología griega que Calíope fue la musa de la elocuencia y de la poesía épica, coronada de forma majestuosa para sobresalir sobre el resto de musas. Su fundador, César González, dominicano emprendedor, tuvo la idea de un negocio editorial hace unos 35 años, pero sólo vio su materialización hace 12 años, con la apertura en Inwood, en la calle Dyckman, de un negocio promotor de escritores dominicanos y de toda la comunidad hispana. Un sueño por el que luchó pese a que el mundo editorial no era tan lucrativo como otros.

“Siempre me atrajo el mundo de los libros, estar inmerso en él, así de forma natural. Muchas personas llegamos a comerciantes sin tener el propósito de enriquecernos, así que los objetivos son diferentes”, confiesa César.

Calíope no era únicamente un centro de venta de libros, sino que desarrollaba una profusa actividad cultural, que iba desde sus semanales tertulias literarias, a presentaciones de libros, obras de teatro, conferencias, conciertos, debates... y todas las actividades necesarias para satisfacían las necesidades de la comunidad latina que se había quedado huérfana de espacios literarios en español.

“Nosotros introducimos y le dimos bastante auge al libro dominicano e hicimos que muchas personas se acercaran a la lectura en una comunidad que no estaba habituada a ello”, resalta con cierto tono de orgullo este oriundo de Villa González, no lejos de Santiago.

Desde el principio, la mayoría de los fondos estuvieron compuestos por autores hispanos. Los grandes creadores como Vargas Llosa, García Márquez o Neruda no podían faltar, pero junto a ellos también se realizó una fuerte promoción de autores noveles, si bien es cierto que esos grandes autores “fueron los que permitieron pagar muchos meses la renta”.

La desaparición de Lectorum y Macondo supusieron una gran pérdida cultural pero indirectamente favorecieron a Calíope, al traspasar gran parte de aquellos lectores hasta el Alto Manhattan. Sin embargo, no fue suficiente: las dificultades que tuvo hacer frente no son pocas. Como cualquier otro negocio, tuvo que soportar unos precios elevados en el alquiler de las instalaciones, algo normal en la Gran Manzana y que fue la causa que provocó el cese de actividad de Macondo y Lectorum, además de gastos varios. Desde luego, la crisis económica que embarga a el país no ha ayudado a su mantenimiento.

Hubo un intento desesperado para salvar el centro. Numerosos vecinos y miembros de la comunidad se movilizaron para organizar una rifa para recaudar fondos. Pero fue insuficiente para hacer frente a una deuda de más de 80.000 dólares.

Tras meses de apuros económicos y atrasos en el pago de la renta, el dueño del local, una iglesia pentecostal localizada en las inmediaciones, consiguió que una orden de desalojo se hiciera efectiva, y se inauguró un largo y complejo proceso judicial. Con tristeza, César reconoce que tal vez esta situación habría podido evitarse: “Si yo hubiera ido antes a la Corte para parar la orden de desalojo emitida el 19 de mayo, habría frenado el proceso y habría resulto”. Pero la ficción es buena solo para los estantes, y él sabe que ahora vive una dura realidad, pese a que no pierde la fe en volver a abrir pronto.

Así, desde aquel 2 de junio, desde las dos a las ocho de la tarde, más o menos, de lunes a domingo, se sienta en la calle, junto a un puesto ambulante que monta y desmonta cada día y donde sigue ofreciendo sus servicios de librero experimentado. Como un quijote que se lanza en tromba frente a cualquier enemigo, por peligroso que sea, este dominicano no se asusta y permanece junto a sus libros de forma impertérrita. Tan sólo la lluvia consigue que él abandone su trabajo.

Desde ese púlpito improvisado, César ha visto pasar las frías jornadas del pasado invierno, cuando se llegaron a temperaturas verdaderamente gélidas, muchas veces reconfortado sólo por un café caliente ofrecido por un amigo, o ha hecho frente a una de las primaveras más lluviosas de los últimos tiempos. Y ahora encara con pesimismo el verano, ya que el sol disfruta quemando y comiéndose el color de los libros.

En una entrevista en el 2009 al Diario/LaPrensa, César González aún era optimista sobre el futuro de Calíope: “El 2008 ha sido un año de crisis, pero las librerías hace tiempo que están en crisis, y no sólo las librerías hispanas. Las librerías independientes de todo tipo han ido desapareciendo. En días pasados yo estuve pensando cuán factible era seguir, qué tiempo podríamos permanecer”.

Su optimismo tal vez no fue bien mesurado: “La crisis no sólo afecta a las librerías hispanas. En la República Dominicana, por ejemplo, en lo que va de siglo, han cerrado más de 37 librerías. En Estados Unidos, las librerías independientes están cerrando. Hay que buscar la forma para continuar y yo espero que nosotros podamos hacerlo”. La realidad ha acabado por imponerse: el impago del alquiler acabó en el embargo de los bienes y el cierre del local. Así permanece aún hoy, con una única diferencia: el cartel que antes anunciaba la librería ha desaparecido. Desde entonces, frente a la puerta César González se sienta cada día, de forma obstinada, soportando el extremo frío que ha golpeado a la ciudad el pasado invierno y las altas temperaturas que se anuncian para fechas venideras, tratando de continuar así de esta forma tan precaria su sueño pero, sobre todo, su trabajo.

El cierre de Calíope contrasta con los datos optimistas que desde ciertas instituiciones culturales, como el Instituto Cervantes, se esgrimen para mostrar el buen estado del idioma español: Estados Unidos es el país no hispanohablante donde más libros en español se venden y el crecimiento de la población hispana se espera que se triplique antes del 2050, alcanzando los 140 millones, constituyendo el 30 por ciento de la población, sobre pasando a México como primer país en número de hispanohablantes. Lo que debería ser un verdadero potencial de lectores en español, aún no se ha traducido en una verdadera comunidad lectora, al menos de libros de papel.

El martes 18 de mayo un juez fallaba a favor de César y obligaba al propietario a devolverle todos los fondos y materiales. Ahora que ha recuperado todas obras que la Iglesia le había retenido ilegalmente, él ya planea volver a instalarse en el barrio, aunque con otra localización. Parece que Calíope, musa de la elocuencia y la épica en la mitología griega, puede que aún permita que este dominicano pueda protagonizar una gran epopeya. Mientras tanto, él continuará con su callado trabajo, y el aliento de los vecinos: “Agradezco esa solidaridad; tal vez es gente que no se interesaban por las actividades de la librería, pero que quieren que el sueño de Calíope no perezca. Y yo espero no defraudarlos”.

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