A UN METRO

Coronavirus en Galicia | El solitario entierro de la sacristana

Un momento del entierro de la sacristana de Cesullas en Cabana de Bergantiños.
photo_camera Un momento del entierro de la sacristana de Cesullas en Cabana de Bergantiños.
Sólo  una veintena de personas  asistieron a un sepelio que una semana antes hubiese sido multitudinario en Cabana de Bergantiños

Pura de Fontenla nunca se hubiese creído que a su entierro asistirían sólo una veintena de personas. Tampoco se hubiese podido imaginar que su sepelio aparecería en las páginas de La Región, fenómeno todavía más insólito porque la inhumación se celebró en la parroquia de San Esteban de Cesullas del Concello de Cabana de Bergantiños en la Costa da Morte, donde Pura ejerció de sacristana durante cuatro décadas. El coronavirus ha hecho que las coordenadas de la humanidad se tambaleen. En el planeta ya nada parece igual que hace una semana cuando todavía no percibíamos la fragilidad de la nuestra especie y la amenaza de pandemia sonaba como una canción en chino. Todo puede cambiar en un instante. Pura ni siquiera se llamaba así. Muchos de los vecinos con los que charlaba varias veces a la semana porque es zona de entierros y funerales multitudinarios se enteraron por la esquela de que su nombre de pila era María Elisa.  

"¿Te envía tu madre?", pregunta una vecina mientras no pierde de vista la carretera por la que el coche fúnebre aparecerá minutos antes de las cuatro de la tarde. No parece sorprendida ante el comentario de que la presencia obedece a la convocatoria del director del periódico realizada el día antes para elaborar reportajes a un metro, distancia de seguridad mínima sobre el papel, de esa vida que continúa girando para que el resto de la población permanezca confinada en sus casas con el propósito de evitar el contagio y la propagación del mortífero virus. 

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Un entierro en Cesullas, a menos de 20 kilómetros de Vimianzo, municipio en el que el estado de alarma sorprendió al periodista, puede ser un buen punto de partida. Aquí, donde acaba la vida, comienza esta serie de reportajes, podría escribir José Saramago. A un par de kilómetros de donde van a enterrar a la sacristana también comenzó la vida de la madre del informador y, parafraseando otra vez al irrepetible escritor portugués, como sin el hechicero sería imposible el hechizo a ninguno de los contados asistentes al sepelio le sorprende la presencia de una cámara fotográfica en un momento tan íntimo como doloroso. 

Pura tenía 89 años y hasta el sábado no había señales del fatal desenlace. "Se encontró fatigada, la llevaron al hospital y ya no salió", explica una de las asistentes guardando una distancia impensable hace una semana mientras las campanas doblan a muerto. No fue el coronavirus el que precipitó el óbito, sino el desgaste de los años, pero se percibe un estado de inquietud por las cifras de muertes que se registran a diario. "Mi sobrina me dijo que no tenía que haber venido, pero no podía faltar", comenta Carmen mientras se protege con un pañuelo. El miedo está justificado. 9.683 muertos en el mundo por el COVID-19, de los cuales 3.405 sucedieron en Italia, 3.250 en China, 803 en España y cinco en Galicia a las 20 horas de este jueves, aunque este contador macabro queda desfasado con el paso de los minutos. 

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Una sobrina de la finada llega acompañando al coche fúnebre. En la sala del velatorio sólo podían permanecer a la vez siete personas. "Es algo que agradezco. Yo firmaba para que fuesen así siempre porque están los familiares con el duelo y nada más. Hay veces que en vez de un velatorio parece una feria". Los vecinos asienten respetando una distancia prudente. "Tenemos miedo y el miedo es lógico porque nos lo meten en el cuerpo", se escucha mientras los operarios de la funeraria cargan con el féretro hasta la última morada.


Ceremonia en diez minutos


Si se tratase de un día de duelo más, en el camposanto que se descuelga de la iglesia podría haber centenares de personas para despedir a la mujer que hasta los 85 años se encargó de limpiar la iglesia y de arreglarla para momentos como el que hoy ella está protagonizando. Las puertas del templo están cerradas. El cura preside la pequeña comitiva en un recorrido de un centenar de metros. Dice un responso delante del nicho abierto mientras la veintena de personas se diseminan para no permanecer demasiado cerca. Sólo dos llevan mascarilla, el resto disimula el temor levantando el pañuelo para que cubra la boca y la nariz. 

En diez minutos la ceremonia ha terminado. Al marchar viene al recuerdo una frase que se estila en esta zona: "Al entierro de la madre del cura asiste todo el mundo, al del cura no va nadie". En otras circunstancias el de la sacristana hubiese sido un sepelio al que nadie faltaría y esta página tampoco habría existido.

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