LITERALMENTE

Un héroe y el mayor de los traidores

El griego Alcibíades, para muchos un héroe, fue capaz de traicionar a los atenienses, a los espartanos y a los persas, todo ello dentro de la época de la “Gran Traición” entre los propios helenos.

La historia del Alcibíades es la de una enorme ambición,  la de un hombre convencido de haber sido elegido para cumplir un destino manifiesto. Para ello estuvo dispuesto a hacer cualquier cosa, incluyendo la traición como método: así burló a sus paisanos de Atenas, pero también a los espartanos e incluso a los persas, para finalmente ser asesinado. Su figura es única en la historia y ya en vida se consideró como un caso excepcional, héroe y villano a la vez.

Alcibíades era de noble cuna, natural de Atenas, que en el siglo V antes de Cristo estaba embarcada en las guerras civiles con Esparta –las Guerras del Peloponeso- que llegaron tras la derrota que el ejército panhelénico propinó en dos ocasiones al emperador de Persia, primero en Marathon y después en Salamina. Pero tras la paz contra el enemigo exterior, llegó otra guerra interna no menos brutal. Alcibíades era un halcón, partidario de liquidar a los espartanos impulsando una   política exterior agresiva para constituir un imperio más allá de los intereses políticos y comerciales.

Fue uno de los artífices de la campaña en Sicilia, que resultó un desastre absoluto y llevó a Atenas al borde de su aniquilación. Poco antes de partir, Atenas le retiró el mando del ejército a favor de Nicias, que curiosamente estaba totalmente en contra de la operación.  Nicias era un hombre supersticioso hasta el absurdo y al salir del puerto encontró negros augurios que le llevaron a la depresión. Pese a ello se batió como un león antes de caer. Alcibíades fue señalado como culpable del fracaso aunque entre otros el gran Indro Montanelli afirmaron que si la invasión hubiera estado bajo su mando no se habría enfrentado a su desastroso destino.

Decidió cambiarse de bando cuando sus enemigos políticos presentaron cargos en contra que acarrearían su muerte. Esparta, que había sido su archi-enemiga, le dio cobijo, convencida de que podría extraer mucho provecho de quien conocía como nadie las virtudes y debilidades de Atenas. En la ciudad del Peloponeso sirvió como consejero estratégico, proponiendo o supervisando campañas y desempeñando un importante papel en la destrucción de Atenas y su imperio instigando rebeliones de ciudades y territorios bajo la influencia de la actual capital griega.

Sin embargo, al ambicioso Alcibíades –que además era un hombre muy elegante y refinado- también le surgieron poderosos enemigos en Esparta. Uno de los dos reyes  le acusó de haber seducido a su esposa, lo que parece que fue cierto. En una pirueta increíble, decidió desertar de nuevo, esta vez a Persia, donde fue nombrado consejero de uno de los  sátrapas, Tisafernes. Esa acción constituía una traición a toda Grecia. Pero no contento con ello, también traicionó a los persas y para sorpresa generalizada consiguió volver a Atenas. Sus amigos, que pese a todo aún los tenía, convencieron al pueblo para que fuera nombrado estrategos –comandante en jefe- pero sus enemigos, que eran más, consiguieron exiliarle algo más tarde por segunda vez. 

Antes de partir definitivamente de su ciudad tuvo tiempo para revertir la inercia derrotista y conseguir una serie de victorias atenienses –cerrando pactos con otros estados helenos a base de sobornos o negociaciones- que llevaron a Esparta a solicitar finalmente la paz con Atenas. Las habilidades militares y políticas de Alcibíades resultaban muy valiosas para cualquiera que contara con su lealtad, aunque su capacidad para granjearse poderosos enemigos aseguró que nunca permaneciera en un mismo lugar durante mucho tiempo y, para cuando terminó la guerra sus días de relevancia política eran un recuerdo.

Su última acción antes de ser asesinado en Frigia por algunos de sus múltiples enemigos fue avisar a Atenas de que su flota estaba mal alineada ante una batalla naval contra Esparta, el decisivo choque de Egospotamos. Como en el cuento del pastor y el lobo, nadie le hizo caso y pudo contemplar el desastre definitivo ateniense, que supuso el final de su hegemonía y el triunfo de Esparta, que implantó su hegemonía sobre toda Grecia, que duraría poco, hasta la llegada de la legión sagrada de Epaminondas, que colocaría a Tebas al frente del mundo heleno. Luego ya llegarían Filipo y Alejandro, cuando el dominio de Atenas era Historia.

Te puede interesar