Ribeiro, imágenes con historia

Las ferias de Ribadavia

La Oliveira, un día de feria.
photo_camera La Oliveira, un día de feria.
La feria del día 10 se celebra en Ribadavia desde tiempo inmemorial.

La feria del día 10 se celebra en Ribadavia desde tiempo inmemorial. Fue según Olga Gallego, una de las más concurridas del reino de Galicia y a ella venían pescados frescos procedentes de los puertos de Vigo, Pontevedra, Bayona y Redondela y pescados salados de Rianxo y otros puertos.

Su situación privilegiada en el camino de los puertos de la mar, junto con la presencia de lanchas en A Barca, que la comunicaban con el sur de la provincia y el norte de Portugal, convirtieron a la capital del Ribeiro en el epicentro mercantil al que concurrían tratantes de ganado, comerciantes, labradores, artesanos y juglares. Prueba de la prosperidad que alcanzó en el siglo XVII, está lo sucedido en Melón, Castrelo y Camporredondo, donde tratando de hacerle competencia, implantaron sus respectivas ferias, razón por la que el Procurador General de la villa acudió a la Real Audiencia de Galicia, quien amparando a Ribadavia en sus privilegios, eliminó los nuevos mercados.

Así se mantuvo sin sobresaltos su actividad a lo largo de la Edad Moderna. Ya en el s. XIX, en los meses de invierno y primavera de 1879, se suspendieron las ferias durante tres meses, por las fuertes crecidas del Miño que paralizaron las barcas en sus puertos, y en 1892 el concello promulgó: Tendrá lugar en esta villa, además de la feria del día 10, otra que se celebrará el 25 de cada mes, exceptuando la de abril que pasará al 28 víspera de la festividad del milagroso san Pedro mártir. 

En un principio se situaron en intramuros en la plazuela de san Juan (1869) y posteriormente serían en los arrabales, en lugares amplios e inmediatos a las nuevas vías de comunicación, como la reciente que desde Villacastín a Vigo cambiaría la planimetría de las poblaciones que atravesaba. A su vera, donde hoy se encuentra la Alameda, se acondicionó un campo ad hoc para este tipo de transacciones.

La presente imagen cedida gentilmente por la familia Bouzas Rodríguez, evoca las ferias de mediados del pasado siglo. Tras el cambio del recinto ferial a su postrera ubicación, en el solar donde hoy se emplaza la Casa Cuartel de la Guardia Civil, se concentraban allí los ganados porcino y vacuno. Los equinos de la fotografía aguardaban a sus jinetes tanto en el entorno de La Oliveira, como en  la zona de La Pescadería y en los  en los muros de Los Jardinillos..

Las pulpeiras en un principio instaladas en la rúa a la que dieron nombre, Los Pulpos, pasarían ahora al camino comprendido entre el campo y la Puerta Nueva. En La Magdalena se concentraban los puestos de semillas y los aperos de labranza, que se prolongaban hasta la Plaza Mayor. Desde la fuente Rastrada hasta san Martín eran las aves de corral y sus derivados, los ocupantes de las aceras, y desde “la del Che” hasta la Puerta de la Villa, las aldeas inmediatas exponían los frutos del momento.  

Pero era el entorno de san Juan donde estaba la oferta más heterogénea. Allí se daban cita el ciego que recitaba coplas horripilantes, la vidente que con los ojos tapados proclamaba a viva voz el nombre y dirección de los presentes, y una señora acompañada de unas culebras semidomesticadas, con las que elaboraba unas pomadas de amplio espectro sanador. 

A lo largo del año y por cuestiones de calendario dos eran las más concurridas: la citada del 28 de abril al coincidir con las vísperas del San Pedro, cuya fama milagrosa traspasaba fronteras y le daba un toque cosmopolita a la jornada, y la del 10 de septiembre que era el colofón a las fiestas patronales. Contrariamente la más aciaga era la del 10 de mayo, que al cuadrar con el período de plantación de la porreta apenas tenía concurrencia, por lo cual el balance negativo del día se resumía con un explícito pareado: feira da porreta… ¡ feira da puñeta!  

En esas fechas el comercio local vivía una jornada intensiva y no cerraba a la hora de comer. Las tabernas ofrecían un menú del día en el que no faltabas callos y el vino de la casa, y los tres cines, con sus tres funciones respectivas, anunciaban invariablemente un ¡Grandioso estreno!, lo que obligaba a los coches de línea a reforzar sus horarios.

Cuando se suprimieron las transacciones de ganado, las ferias perdieron su esencia, y despojadas de contenido se convirtieron igual que en otras poblaciones, en el actual mercadillo que, prueba de su inestabilidad, recorrió varias ubicaciones. Del pasado esplendor junto con la sentencia de la porreta queda otro dicho, que recordando los asaltos en el Serralleiro sufridos antaño por los ganaderos, nació en el imaginario popular una frase lapidaria que siguen pronunciando los ribadavienses cuando consideran un precio abusivo: ¡A roubar ó Serralleiro!

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