CEMENTERIOS DE OURENSE

El alma más viva de San Francisco

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photo_camera Juan González, enterrador del cementerio de San Francisco. (FOTO: XESÚS FARIÑAS)

Juan, junto a otros seis más, es enterrador en el cementerio de San Francisco. Veinte años de experiencia tienen como resultado un sin fin de situaciones marcadas por el humor y otras menos gratificantes. 

Grabado en piedra: "El término de la vida, aquí lo veis; el destino del alma, según obréis". Es el mensaje que preside la entrada principal del cementerio de San Francisco, en la ciudad. Para foráneos y poco asiduos reúne todas las características para pulsar el botón de la cámara de fotos. Pero hay para quien pasa desapercibido. En concreto, para siete: Pablo, Diego, Juan, Juanciño, Josiño, Javier y Fariñas. Son los enterradores, exhumadores y conservadores del camposanto, que entre risas y escalofríos, agotan su jornada laboral -estos días muy intensa- entre tumbas.

Juan tiene 42 años y lleva casi media vida trabajando en San Francisco. Es funcionario del Concello, pero no cambia la pala por un bolígrafo, ni un ataúd por una carpeta, ni el cementerio por una oficina. No es vocacional, "pero tampoco me da reparo", dice. "Hace 22 años, opté a una de las plazas y, desde entonces, estoy contento con mi trabajo".

Acepta el reto de "soltarlo" con los ojos vendados en una punta del cementerio y llegar a la otra punta sabiendo donde está pisando en cada momento. "Son muchos años subiendo, bajando, de un lado para otro". Como cada uno conoce su casa, él y los otros seis conocen la suya, "que no lo es, pero casi".

Juan ha visto de todo. Desde lo más emocionante a lo menos gratificante, pasando por chistes de humor negro, "muy negro", bromea, eso sí, "entre nosotros". Tiene un amigo que a menudo le da las gracias por haberle permitido conocer a su padre. Falleció en Alemania cuando tenía un año, lo trajeron a Ourense y 32 años después, en el levantamiento, el cuerpo seguía intacto. "Es lo más emocionante que me ha pasado trabajando aquí", afirma.

Lo menos gratificante

Pero entre anécdotas "graciosas", como la de "la gresca que se montó en plena inhumación por el testamento del difunto" o la de la mujer "a la que casi mato de un susto porque se encontró con un cráneo rodando mientras vaciaba una sepultura", está la de la que sí falleció en el cementerio. O la del funeral de la niña de un mes de vida que había nacido el mismo día en la habitación de al lado de la de su hija. "Una cosa de éstas te destroza, lo quieras o no, pero te destroza el corazón, por muy duro que seas".

En realidad, son oficiales de cementerio, "enterradores suena mucho más fuerte". Y las reacciones son de todo tipo. "Los hay que te miran con cara de circunstancia", dice Juan, a los que les responde con un sincero "es un trabajo como otro cualquiera, que alguien tiene que hacer". Y los que "lamentan no haberte conocido antes, como los médicos", que necesitan restos óseos para sus clases prácticas.

Cae el culto a los difuntos

Haciendo un balance de la tendencia de los últimos años, Juan reconoce que "ahora la gente pasa más de los muertos". "Cuando yo empecé a trabajar, había 100 personas que venían a diario. A día de hoy, a esas personas ya las enterré yo y al resto una enfermedad les impide venir". Pero todavía quedan los que se dejan caer a diario, incluso dos o tres veces al día. "Y los que vienen a pasear, porque, al margen de que sea un cementerio, es un sitio espectacular, con verdaderas joyas y reliquias", dice.

Juan es consciente de que en su día a día hay que lidiar con situaciones no gratas, "pero lo que pasa en el cementerio, se queda en el cementerio". "Como te lleves a casa lo que ese día haya ocurrido, te hundes a ti mismo", añade. Y aunque a veces sea imposible olvidarse del trabajo en momentos de ocio, los enterradores de San Francisco, al fin de la jornada laboral, echan el candado, y a vivir.

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