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FUTURGAL
Escritora y divulgadora, con más de 2,5 millones de lectores, Elsa Punset es una experta en un tema que hoy está muy de moda en la sociedad: la inteligencia emocional
¿Estamos viviendo una revolución en el ámbito de la salud mental?
¡Sí!... Empleamos el siglo XX en dar pasos de gigante en todo lo que concierne a la salud física: aprendimos la importancia del ejercicio físico, de la buena alimentación o del sueño, a tratar las enfermedades infecciosas, a usar antibióticos y vacunas, a mejorar nuestra salud cardiovascular, a controlar la hipertensión o el colesterol... Aprendimos también a generar entornos de trabajo más seguros, a reducir las muertes en carretera... Podría decirse que en el siglo XX, nos sobreprotegimos en lo físico, pero nos abandonamos en lo emocional.
¿Qué papel jugará la tecnología en lo emocional?
Gracias a la tecnología, que nos ha permitido entrar en la caja negra del cerebro, y gracias también a que no estamos tan volcados en la supervivencia física, estamos abriéndonos paso en la comprensión de lo mental. Tenemos un cerebro muy complejo y vulnerable a nuestras circunstancias vitales, tanto personales como colectivas. Nos queda mucho por comprender y modificar en nuestras vidas y comunidades para poder potenciar nuestra salud mental. Faltan muchos recursos humanos y económicos para enfrentarse al reto de la salud mental. Pero estamos en el buen camino: empezamos a comprender y aceptar que no hay salud física sin salud mental y emocional... El siglo XX ha sido el siglo de la salud física, y el siglo XXI será el siglo de la salud mental.
¿Por qué los jóvenes sufren tanto de ansiedad, estrés y depresión?
Es una pregunta que me parece importante, sobre todo a la vista de la epidemia de salud mental que están sufriendo los jóvenes. En parte, es algo fisiológico. Quisiera, si me lo permite, explicarlo con un poco de detalle. Recordemos primero que el cerebro no está plenamente desarrollado hasta los 23 o 24 años. La última región cerebral que se desarrolla es la corteza prefrontal, que mide los riesgos y consecuencias, forma juicios y controla los impulsos y las emociones. Por ello, en general a los adolescentes les cuesta más medir los riesgos y tomar decisiones sensatas.
En cambio, los adolescentes tienen la región del cerebro que busca la recompensa y el placer muy desarrollada. ¡Tienen las emociones a tope!... Pero aún no han desarrollado los frenos para gestionar esas emociones, ni la visión de futuro para equilibrar sus decisiones.
Así que los adolescentes se desesperan y sufren más porque tienen emociones muy intensas... pero les falla aún la capacidad de poner límites a esas emociones y de tener
esperanza. Les falta madurez cerebral para poder imaginar y vislumbrar un futuro mejor.
¿Cómo podemos ayudarles? Entrenando su capacidad para el optimismo y la esperanza activa. Que entiendan que son capaces de luchar por transformar el futuro. Cuando son pequeños y nos dicen, “¡No puedo!”, podemos enseñarles a decir “...¡todavía no puedo!” Y cuando sienten emociones dolorosas, recordarles que no están en un pozo, sino en un túnel. ¡Porque de un túnel, se sale! En el pozo no hay esperanza.
Los que tenemos la suerte de envejecer con una buena salud mental, sabemos que una de las ventajas del cerebro maduro es la capacidad de gestionar esa sobrecarga de emociones negativas. Con el paso de los años, tendemos a volvernos menos reactivos y más compasivos frente a las emociones más difíciles. Lo menciono porque vivimos sumidos en un edadismo rampante, y hay que celebrar que hay razones objetivas para celebrar el paso de los años.
¿Tienen culpa las redes sociales de la mala salud mental de los jóvenes?
Los jóvenes forman parte de un gran experimento social, son los conejillos de Indias de la revolución tecnológica, la primera generación que está expuesta a la intensidad de los contenidos en red. Desde 2019, y a raíz del trabajo de grandes expertos como Jonathan Haidt, tenemos datos claros que revelan hasta qué punto las redes sociales están afectando la salud mental de los jóvenes.
Dicen los estudios que los padres ni se imaginan a lo que se enfrentan sus hijos e hijas en las redes: la avalancha de pornografía, la desinformación, los retos virales peligrosos, la violencia, las horas perdidas viendo contenidos sin interés, la exposición -sobre todo de las niñas- al acoso machista y a los prejuicios... Es mucha fealdad y agresividad para mentes muy jóvenes. Es lógico que internet y las redes sociales estén afectando seriamente la salud de nuestros niños y jóvenes. Serían de piedra si todo eso no les afectase. Y por cierto, las redes sociales afectan de forma especial la autoestima y salud mental de nuestras niñas y adolescentes.
¿Hasta qué punto influye lo que ocurre en la infancia en la vida de las personas?
Somos conjuntos de hábitos físicos y emocionales, y esos hábitos los desarrollamos en la infancia. Pero así como nos enseñan muchas habilidades básicas en la infancia, no nos hablan de cómo somos por dentro. Así que crecemos con una falta de conocimientos acerca de las vulnerabilidades y fortalezas de nuestro cerebro, y una falta de atención y entrenamiento de nuestras habilidades sociales y emocionales.
¿El ser humano tiene un concepto de felicidad equivocado?
La felicidad es una percepción individual y subjetiva, es decir, lo que a mí me puede hacer feliz a otra persona puede que le deje indiferente. En cualquier caso, no estamos
biológicamente programados para ser felices al 100% y de forma constante. Es más, nuestro cerebro, programado para sobrevivir, arrastra una mochila que carga con un
sobrepeso de esas emociones llamadas “negativas”- el miedo, la ira o la tristeza. Son las emociones que la naturaleza piensa que nos pueden ayudar a llegar vivos a la noche. Y por eso el cerebro humano es como velcro para lo negativo, y teflón para lo positivo. ¡Memorizamos hasta cinco veces más un insulto que una palabra amable!
¿Cómo podemos entrenar la inteligencia emocional?
En este siglo acelerado, me gusta empezar con la sugerencia del monje Tich Nanh Kahn: “Sonríe, respira y ve despacio.” La inteligencia emocional depende de nuestra capacidad para reconocer y gestionar nuestras emociones, para motivarnos y para interactuar con las emociones de los demás. No podemos cambiar aquello que no comprendemos. Y para comprender, hay que pararse, observar, y hacer cambios pequeños en nuestros hábitos. Yo los llamo “pequeñas revoluciones.” Día a día, esas pequeñas revoluciones en nuestras emociones y actitudes lo transforman todo a mejor.
¿Qué cambios podemos hacer en nuestra rutina diaria para sentirnos mejor con nosotros mismos?
Voy a elegir una que me parece muy importante. Vivimos en una sociedad que nos invita a ser espectadores pasivos, a ser reactivos, a buscar los problemas fuera de nosotros. Pero casi siempre, lo que nos preocupa o enfada son cosas que no dependen de nosotros -el tiempo, la economía, la familia política, el humor del jefe, el carácter del vecino... Haz la prueba: durante unas semanas, preocúpate solo de aquello que puedes cambiar, que está en tus manos. Descubrirás que realmente solo puedes influir en tus pensamientos y actitudes. Si tienes dudas para reconocer qué está en tus manos y qué no, piensa en las olas del mar. Cuando estás sentado en la orilla y ves llegar las olas del mar, ¿puedes pararlas? No. Pues cuando dudes si un tema está fuera o dentro de tu control, pregúntate, ¿es esto como las olas del mar? Si lo es, déjalo ir y centra tus energías en los cambios que si puedes hacer. Es muy liberador.
Ahora que pronto llegan los propósitos de año nuevo, ¿qué trucos hay para llegar a cumplirlos?
Solemos fracasar cuando cometemos 2 errores básicos. El primero, el “todo o nada”. Un ejemplo: comer menos carne porque sé que es beneficioso para mi salud y para el planeta. Pero si dices, “¡O soy vegano radical o nada!... sigo comiendo como siempre”, lo más seguro es que tires la toalla y no hagas ningún cambio. Es lo que solemos hacer los humanos. Así que recuerda que es mejor conseguir el 20% de una meta, que nada.
Segundo, elige metas pequeñas y concretas. Os doy otro ejemplo: “Quiero estar más saludable.” ¡Eso es poco concreto! Di más bien: “Voy a caminar 5 minutos cada día.” Eso es fácil y concreto, y poco a poco irás incrementando el tiempo y desarrollando un hábito. ¡Si no hay hábito, no hay cambio! Tal vez tardes 6 meses en acostumbrarte a caminar 25 minutos al día, que es lo que la ciencia recomienda. Sé paciente y avanza poco a poco. No importa lo que tardes en conseguirlo, ¡importa que lo consigas!
Usted estudió filosofía, ¿qué filósofo le recomienda leer a todo el mundo?
A los antiguos griegos, que practicaban una filosofía precursora de la psicología, práctica y muy útil. ¡Intuían tantos sesgos y tendencias del cerebro humano! Sabían que de poco sirve saber algo intelectualmente si no lo aplicamos a nuestra vida cotidiana. Vivían inmersos en la vida real, preocupados por ayudar a las personas a vivir, convivir, trabajar y relacionarse cada día un poco mejor. La filosofía está volviendo a esa vocación de ayuda práctica que nunca debió perder.
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