Elvira Maroño: la Meryl Streep de la residencia

Elvira Maroño, usuaria de la residencia Virgen Blanca, posa a la entrada del centro
photo_camera Elvira Maroño, usuaria de la residencia Virgen Blanca, posa a la entrada del centro
Decía Carlos Gardel en su famoso tango que “veinte años no es nada”, pero Elvira Maroño, usuaria de la residencia Virgen Blanca, demuestra que 88 tampoco y que a esa edad uno aún puede hacer una vida plena, incluso ayudando a los demás

A menudo, asociamos la llegada de la jubilación con una época donde el ritmo de vida baja de una forma frenética y uno pasa los días en el sofá de casa viendo la vida pasar, pero hay personas que nos recuerdan que es justo lo contrario, uno empieza a tener tiempo libre y lo puede dedicar a las cosas que más feliz le hacen. Una persona que ejemplifica esta situación perfectamente es Elvira Maroño que, a sus 88 años, disfruta de su vida en la residencia Virgen Blanca de Ourense, perteneciente a la Fundación San Rosendo. “Dicen que los años no pasan por uno, pero claro que pasan, pasan y se quedan”, asegura Elvira, que explica que le faltan horas en el día para hacer todo lo que quiere.  

Elvira entró en la residencia hace 14 años y lo hizo por voluntad propia, pese a que sus familiares pensaban que estaba bromeando cuando se lo comunicó. “Una noche hubo una luz en mi cabeza que me dijo ‘ahora Elvira, no esperes a que te lleven, vete tú”, explica. El primer día llegó presumiendo con sus tacones y cuando su acompañante se ofreció a cogerla del brazo para ayudarla a subir las escaleras, le espetó un “ni se te ocurra y así me presenté, como si fuese una fiesta”, cuenta la Meryl Streep de la residencia, que es como ella se define a sí misma

Desde entonces, su día a día la mantiene muy activa. Se despierta a las 6 de la mañana para oír las noticias, ya que es una apasionada tanto de la política como de la historia, de hecho, puede nombrar de carrerilla a los siete padres de la Constitución. “A la gente joven y de mediana edad le cuentas ahora cómo fue hace 40 años salir de una dictadura y te das cuenta de que no tienen ni idea”, explica con resignación. 

Tras cuarenta y cinco minutos en la cama donde está muy pendiente de todo lo que sucede en el mundo, aunque en estos momentos sobre todo le interesa todo lo que está sucediendo en Gaza, se levanta a las 6.45 horas para ducharse y arreglarse y baja directamente a la lavandería a hacer tareas.  Está haciendo distintas labores hasta las 9.30 horas, que es cuando va a desayunar, aunque inmediatamente después se lava los dientes y vuelve a la lavandería. “Hasta la hora de comer estoy aquí cogiendo ropa, doblándola o zurciendo”, explica. 

A las 13.30 horas se va a comer y tras ello sube a la habitación a “hacer lo que llamo el trabajo para mí, esos jerséis y calcetines que me encargan. Ahora estoy entre lana todo el día porque viene el invierno y la gente quiere estar preparada, es lo que hago hasta el mes de mayo”, asegura Elvira.

Habitualmente, mientras zurce aprovecha para ver los guiones de series de los años 70 que no pudo presenciar en la época porque trabajaba, aunque asegura que la serie que siempre se negó a ver fue “Cuéntame cómo pasó” porque “qué me van a contar a mí si lo viví todo”

Los viernes son un día especial para ella, ya que rompe su rutina diaria para ir a Allariz a ayudar a los enfermos de alzhéimer. “Al llegar allí es como si me pegasen un chute, cobro vida y paz”, explica Elvira, quien añade que “quien no conoce el alzhéimer no está en este mundo”. 

Es tanta la felicidad que le genera ayudar a los demás que quiere hacer un nuevo voluntariado en un centro de estudios de inmigrantes con el objetivo de “enseñarles el idioma y nuestras costumbres”. “Estos inmigrantes están trabajando, pero si ellos van cogiendo el idioma más pronto tienen más facilidades, entonces sería cuestión de estar allí tres o cuatro horas durante la tarde”, manifiesta.

Cuerpo donado

Elvira tiene el cuerpo donado a la Universidad de Santiago de Compostela. “Así ellos estudian sobre un cuerpo y no viendo un muñeco lo que les permite aprender mejor”, explica. “¿Te imaginas allí a cuatro tíos fuertes tocando mi cuerpo?", añade en tono de broma.  

Esta decisión se truncó con el covid, ya que la llamaron para explicarle que no podían ir a recoger cuerpos porque no podían trabajar si estaban infectados. Desde entonces, llama cada seis meses para ver si la situación se ha revertido. 

En la última llamada, le pidieron que contactase de nuevo con ellos cuando pasen estas Navidades. “Estoy esperando a que pase Año Nuevo para volver a llamar porque la última vez que lo hice me dijeron: ‘Con ese chorro de voz me parece que está usted lejos’. Me alarga la vida cada seis meses”, cuenta. 

Tiene tan planificado ese momento que ya ha buscado un local para que el día que le llegue el final se junte su círculo de amistades y disfruten de varias botellas de cava, una bebida por la que siente verdadera devoción. “Allá donde esté yo los veré y les diré ‘ahí está mi gente”, asegura Elvira. 

En esta línea, Elvira afirma que “puedo hablar con toda tranquilidad y tanto sobre la muerte porque tuve una inmensa vida”.

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