Esperanza cruza España a los 106 años

photo_camera Esperanza Cortiñas, de 106 años, en su viaje en AVE hasta Alicante, que dejó momentos para el recuerdo
Acompañamos a la centenaria de A Ponte Esperanza Cortiñas en la primera Navidad con AVE directo a Alicante. En estas fiestas, hasta el 9 de enero, pasarán por la estación de tren de Ourense tantos viajeros como habitantes tiene la ciudad

Son las tres de la tarde en casa de Esperanza Cortiñas, la centenaria más reconocida de la ciudad. Falta más de una hora y media para subirse al AVE directo Ourense-Alicante, pero la mujer se apura en cerrar la maleta porque el 22 de diciembre de 2022 no es un día cualquiera.

“El licor café va en el fondo, entre bolsas. Por si pasa algo en el control o por si se derrama”, explica mientras acomoda el equipaje. No es lo único que lleva de contrabando la mujer que, con 106 años, tampoco le pide a la vida mucho más que el marisco llegue en buen estado a Alicante. “Hombre, es que el de aquí es mejor”, se ríe mientras acomoda la bolsa de los langostinos en el equipaje. Acostumbrada a las cámaras, pregunta al fotógrafo: “¡Jefe! ¿Y ahora cómo quieres que me ponga?”.

Mari Carmen, la hija inseparable de la ourensana de 106 años, comprueba que todo está en orden y cierra la puerta de casa. Esperanza se coloca en la silla automática que tiene para bajar un segundo piso sin ascensor. Resuelta, muestra cómo controla el aparato con apenas tres o cuatro botones. Al bajar, confiesa, pasando por alto su edad y, si cabe, aún sorprendida seis años después del suceso: “Cuando cumplí los 100 años le dije a una amiga: ‘No sé qué me puede pasar, que me cuesta bajar las escaleras. Así que compramos la silla”.

Esperanza carga con sus langostinos hasta la estación de tren, a tres minutos de su casa. “¿Está contenta?”, pregunta el personal de Renfe que decide acompañarla también en este viaje. “¡Claro! Si no voy contenta, no voy”, responde decidida. En la estación ourensana se palpan más llegadas que despedidas, pero solo porque es Navidad. Por la intermodal pasarán desde ayer y hasta el 9 de enero tantos viajeros como habitantes tiene la ciudad: al menos 100.000 desplazamientos en Alta Velocidad, según los datos de Renfe. Esperanza está entre esos números y, además de cumplir su sueño de viajar en AVE a Alicante, estrena la primera Nochebuena con tren directo al destino en el que vive gran parte de su familia.

A las cuatro de la tarde, Esperanza logra colar todo el material por el control de seguridad y respira aliviada. Hasta las 16,25 no sale el tren y hay que hacer tiempo, pero tampoco le dan tregua. En la estación, espera todo el mundo a una misteriosa mujer de 106 años que viajará en el AVE. El personal comprueba, in situ, la fachada que luce Esperanza. Alguno está a punto de pedirle el DNI.

Ya en el vagón, Esperanza disfruta del servicio premium como lo hace con la vida: desde primera hora. Pide un descafeinado sin espuma para ella y un sándwich de jamón york caliente para su hija. “Hay que vivir la vida lo mejor que puedas, porque si piensas en lo malo, ¿qué haces?”, reflexiona.  Con el café traen una botella de cava. ¡Nada como tener 106 años!

Los viajeros van a lo suyo, hasta que empiezan a descubrir el pastel. Las azafatas, atentísimas, quieren hacerse fotos con Esperanza. Al rato, una llega con un chaval. “Quiere verla, no se cree que tiene 106 años”. El preadolescente chequea a Esperanza y, con la misma, vuelve a su sitio.

Otra pasajera tarda un poco más. Le confiesa a Esperanza que lleva un rato escuchando sus trucos: el licor café, cinco nueces al día y la crema Nivea. “Acabo de llamar a mi madre. Ella tiene 90 años y también usa esa crema. Va por el buen camino pero yo me voy a casa acomplejada”.

Esperanza atiende con ganas a todo el mundo. Le gusta charlar, pero sin pasarse. Va ensimismada en el contador de la velocidad. “Estamos a 170 ahora, pero esto llega a 300”. Su hija, más charlatana, habla de lo importante que es para ellas compartir la vida juntas. Están solas en Ourense, pero todas las tardes van al centro sociocomunitario a echar la partida. La otra hija, Aurora, vive en París. Esperanza ya casi no recuerda el idioma francés, pero sí que las pasó canutas en la emigración. Limpió las casas de las mujeres más ricas de Francia, lejos de sus hijas. Cuando empezó a ganar algo de dinero, las llevó a las dos desde Galicia. Enviudó muy joven y dice que llegó a vivir un tiempo al raso. París no fue, ni mucho menos, de cuento para ella. En algún momento, se emocionan las dos. 

La cara le cambia al recordar que al día siguiente estará su otra hija en Alicante, cenando por Nochebuena con los dos nietos y la bisnieta. Aún falta media hora para llegar a Madrid y el personal de Renfe saca una baraja. A Esperanza le vuelve a salir una sonrisa. Solo hay una cosa que le divierte más que la brisca: bailar, pero en el tren está complicado. Triunfan copas y la centenaria no se alegra. “No tengo ni una”, se le escapa cabreada. Aunque no gana, hace la cuenta mejor que su rival y deja otra vez flipando a la viajera de la crema Nivea. “Es que ha contado las cartas perfectamente. No me lo creo”, espeta la mujer. “Hay veces que también se pierde”, se conforma Esperanza.

Aunque aseguró a primera hora de la tarde que el café no le hacía ningún tipo de efecto, al cruzar Madrid echa una cabezadita. Todavía faltan algo más de dos horas para llegar a destino y la partida a la brisca no está demasiado interesante.

Al pasar Albacete, la velocidad se reduce significativamente en un tramo y Esperanza vuelve a prestar atención al contador. Pronto traerán la cena y nos movemos a la sala ejecutiva, que nadie había reservado. A la centenaria no le hace demasiada gracia porque allí no ve a qué velocidad va el tren, pero accede. Hablando de Francia, cuenta que le gusta ver las noticias deportivas. “El otro día yo quería que ganase Francia, pero ganó Buenos Aires”, dice sobre el Mundial de Fútbol que coronó a los argentinos.

De nuevo, la amable azafata que le pidió un selfi le trae la cena. Pero Esperanza confiesa que lleva una dieta frugal. No quiere ensalada ni macarrones, pero acepta unos bombones de chocolate y un licor de hierbas para su hija Mari Carmen. Por aburrimiento, la centenaria termina probando la bebida. “No es como mi licor café”, dice.

Ya queda menos para llegar a Alicante y comienza a sonarle el móvil a Mari Carmen. A la estación vendrán a recogerlas el nieto y el sobrino de Esperanza. Tiene ganas de verlos, aunque confiesa que ella no es muy besucona: “Nunca le di besos ni a mi marido”.

Madre e hija se chinchan continuamente. Esperanza disfruta cuando confunden a su hija con su hermana y no puede evitar desternillarse. “Yo 100 y tú 106, ¡no te digo!”, se cabrea la más joven. El vagón las escucha y más de uno vuelve a girase para preguntar la edad. “Aquí la tienen. Perfecta. Manda y ordena. ¿No la ven?”, salta Mari Carmen.

Pocos minutos antes de llegar, Esperanza ya está agradeciendo la compañía del viaje. “Nos lo hemos pasado muy bien. Hemos jugado a las cartas, hemos charlado mucho…”. Dice que hace años que no ve el mar, que eso ya no es para ella. Pero tiene otros planes en Alicante. En el fondo de pantalla del móvil de su hija sonríe una chica de 19 años. “Es mi bisnieta. A ella la veré mañana”, dice la centenaria más famosa de la ciudad. El personal de Renfe quiere, lógicamente, hacer promoción del AVE. Esperanza se presta encantada: “La Alta Velocidad es maravillosa para todos. Aunque sea para los que tienen que ir de Ourense a Madrid. El AVE a Alicante lo anunciaron un año y luego no lo pusieron. Pero nunca es tarde si la dicha es buena. Antes echábamos un día entero para llegar a Alicante. Pero ahora este directo es maravilloso”.

A las 21,26 horas, puntual, llega el tren a la estación de Alicante. “¡Ya estamos en Alacant!”, grita Mari Carmen, que coge a su madre del brazo. Esperanza solo se separa de la maleta con los langostinos y el licor café cuando ve al nieto y al sobrino en la puerta. Y aunque dijo no ser besucona, es la primera que se lanza a abrazar a los suyos después de cinco horas y un minuto de viaje desde Ourense. Antes, con los transbordos, no podía viajar. La esperanza es lo último que se pierde. “Es que no hay que perder las esperanzas. ¡Y yo soy una de ellas!”, añade la centenaria que vuelve con la familia por Navidad. 

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