Laura Movilla: “Hay 600 acuíferos transfronterizos y apenas 12 acuerdos para gestionarlos”

¿Cómo se puede contribuir desde la rama jurídica a luchar contra el cambio climático? La solución a ciertos problemas medioambientales tiene que ser multidisciplinar, combinando la parte científica con las regulaciones. Por lo tanto, diferentes ramas del saber deben trabajar juntas e interrelacionarse. Crear instrumentos jurídicos eficaces es fundamental, y para lograrlo debemos estar en constante diálogo, porque no podemos regular sobre lo que no conocemos. Además, los grandes problemas ambientales son globales y el cambio climático no conoce de fronteras. Por mucho que la Unión Europea se imponga objetivos ambiciosos para mitigar la emisión de gases, si no lo hacen otras potencias seguimos teniendo un grave problema. En este sentido, los acuíferos transfronterizos son recursos de aguas subterráneas compartidos por varios estados, por lo que las consecuencias de una mala gestión inciden sobre todos ellos. ¿También se cuenta con acuíferos subterráneos bajo las fronteras de la provincia? Hay aguas subterráneas compartidas entre el sur de Ourense y Portugal, pero no están tan estudiadas al no tener una necesidad muy grande de acudir a ellas, porque contamos con aguas superficiales en abundancia. Y tampoco revisten una importancia cualitativa tan grande como muchos otros acuíferos del mundo. Es el caso, por ejemplo, del Acuífero Guaraní, que abarca una inmensidad de kilómetros y es la mayor reserva de agua dulce del planeta. Otro caso singular es el de zonas áridas como el norte de África. Los acuíferos del Sáhara son fósiles, es decir, no renovables, porque ya no llueve en estas zonas. Por lo tanto, hablamos de reservas enormes de agua que, en el momento que se agoten, se terminaron para siempre. Y su contaminación es también mucho más grave, porque no hay flujo. Estos acuíferos se formaron bajo lo que hoy es el Sáhara, acumulándose agua durante otras épocas geológicas y climáticas. ¿Cómo se sobreexplota o contamina un acuífero? La inmensa mayoría de ellos son renovables y se ven beneficiados de una recarga natural. Por lo tanto, mientras no extraigamos más agua que la que se infiltra, tendremos una gestión sostenible. En Ginebra cuentan con un acuífero transfronterizo que abastece la ciudad y se estaba sobreexplotando, así que lo solventaron con un mecanismo de recarga artificial, pero esta no es una intervención fácil y supone una gran inversión económica. En cuanto a la contaminación de acuíferos, normalmente no son lagunas subterráneas, sino que hablamos de formaciones geológicas que tienen fracturas y por ellas circula el agua. Y las cavidades se ven afectadas por las operaciones que se lleven a cabo en el terreno, por la interrelación con la formación geológica. ¿Con qué acuerdos se cuenta para su protección? No existe un tratado internacional que marque unas pautas mínimas. Lo más elaborado que tenemos, un instrumento marcado por las Naciones Unidas, no es vinculante a nivel jurídico. Lo que hace la Asamblea General de las Naciones Unidas es recomendar a los estados que, cuando identifiquen un acuífero transfronterizo, usen este texto como guía para elaborar acuerdos entre ellos. Pero solo son recomendaciones. Hay alrededor de 600 acuíferos transfronterizos identificados y apenas 12 acuerdos entre estados. ¿El agua podría sufrir un alza de precios semejante al que experimentan la energía y materiales como la madera? Está cada vez sometida a más presiones y todo apunta a que los grandes conflictos del futuro serán por el agua. Los estados son cada vez más conscientes de la importancia fundamental que tiene el agua y cooperar por ella, aunque sea por el propio interés. Pero, al mismo tiempo, también hay mayores urgencias, derivadas del aumento poblacional y el cambio climático, y esto genera recelo a la hora de compartir información sobre este recurso entre los estados, especialmente en el caso de los acuíferos, que no están tan estudiados. Los gobiernos valoran el agua como parte de la esfera de la seguridad nacional. Pero, siempre que hubo tensiones en cuanto al uso de los recursos hídricos, esto fue un catalizador de la cooperación, incluso entre países sin relación diplomática, que no “se hablaban” entre ellos. En la actualidad hay casos de conflicto. Por ejemplo, los derivados de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, que genera tensiones con Egipto y Sudán. A la hora de promover el cuidado de estos recursos, ¿España es impulsora o un “lastre”? España tiene la ventaja de formar parte de la Unión Europea, que cuenta con la Directiva Marco Europea del Agua. Además, España y Portugal comparten cinco cuencas, y el tratado de Albufeira, con sus más y sus menos, fue pionero. Nuestra relación con los lusos en materia de aguas se considera como ejemplo de buenas prácticas. ¿Cómo decidió dedicarse a este ámbito de estudio? Siempre tuve muy claro que me fascinan las relaciones internacionales. Cuando era pequeña, decía que era Mafalda. Ya en la carrera, una vez me especialicé en Derecho Internacional, lo que más me llamaba la atención eran los derechos humanos, pero descubrí el derecho del medio ambiente, y es emocionante. Tratas problemas vitales con los que nos jugamos el futuro. Además, esta rama te exige estar en contacto con la parte científica, por lo que es una investigación muy rica. Y estamos en una época especialmente atractiva: este año es el 50 aniversario de la Conferencia de Estocolmo, y hay muchos movimientos de la sociedad civil y negociaciones internacionales en marcha. ¿Qué opina de la conocida como “fuga de cerebros”? Un mito no es, desgraciadamente. El sistema universitario español aún no es lo bastante flexible. Hay oportunidades para iniciar una tesis doctoral, pero el problema es estabilizarse después. Yo tuve una suerte grandísima, al contar con una beca postdoctoral. Marché a un centro de gobernanza ambiental del Reino Unido y pude volver. Soy una privilegiada, porque no es lo habitual. La mayoría, o no sigue la carrera universitaria o no está ya en España.