Obituario | Bely Piñeiro López, compromiso y solidaridad

Bely Piñeiro López
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Amelia Doralice Belisandra Piñeiro López (Ourense, 1934), Bely -como “he firmado toda mi vida”-, era, además de comprometida y reconocida en Ourense, mujer resuelta, de conversación ágil, de espíritu comprometido “pero independiente”, como ella misma aseguraba al tiempo que ordenaba juguetes, regalos y enseres varios en las estanterías del rastrillo de la asociación Abeiro, actividad que dirigió buena parte de su vida con el objeto y destino de recaudar fondos para desarrollar programas de rehabilitación de toxicómanos, o como solía decir “tóxicos”, -término que acuñó ella misma huyendo de la denominación drogadictos, “una palabra que no me gusta nada”-.

De su compromiso y dedicación daba cuenta en no pocas entrevistas con su ciudad en la retina. “Ourense es una ciudad espontánea, que no es lo mismo que ser solidaria. Siempre hay disculpas, pero la gente se va olvidando de sus compromisos”, advertía en su momento a Antonio Nespereira, que ya en 2009 recordaba como desde Abeiro, Bely había ayudado a cientos de personas con adicción a sustancias estupefacientes desde una entidad que ella misma fundó y bordeaba entonces los 20 años. “Es una bendición de Dios que las familias puedan escaparse de la droga -decía al periodista- porque las que no lo consiguen, lo pasan muy mal”, y a ello dedicó buena parte de su vida desde primera línea.

Desde Mármoles Piñeiro, empresa de As Burgas que fundó su abuelo en el año 1880 y que ella abandonó para centrarse en su intensa dedicación social, Bely transmitía vida y entusiasmo, el mismo que la hacía definirse ya entonces como mujer vitalista, “mucho -advertía-, ya que podía tener un montón de problemas pero siempre veía el final del túnel. Era de las que bailaba en las verbenas hasta que se iba a la orquesta”.

Se confesaba orgullosa de su Ourense, ciudad en la que nacía en el 34 en la rúa Desengaño, y donde pasaba su infancia de niña traviesa -”un dolor de cabeza en mi casa y en el colegio”-, de esas que se tiraba por la calle de la Barronca sentada en una lata de membrillo, “eran los patines que tenía, y así rompía casi todas las faldas, ser trastes es ser felices”, recordaba al tiempo que hablaba de su paso por las Josefinas, de su Ourense, de la pérdida de su madre cuando solo tenía siete años, y de la generosidad fecunda de una vida llena.

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