La permisividad para colgar publicidad gratuita e ilegal transforma la estética de la ciudad

Sopa de mensajes en las farolas

Por si las farolas no fuesen suficientes, algunos particulares  emplean también los troncos de los árboles. (Foto: Miguel Ángel)
La explosión de mensajes individuales para vender, comprar, ofrecer, timar, ha encontrado nuevas rutas para llegar al emisor: el mobiliario urbano. Farolas, semáforos, canalones, paredes o cristaleras, están invadidos de carteles y avisos de particulares. Todo ello, modifica la imagen del espacio público.
El cartelismo moderno está íntimamente ligado a la revolución industrial y la búsqueda de formas para difundir mensajes colectivos. Xosé López, catedrático de Periodismo de la Universidad de Santiago, recuerda que tiene sus antecedentes ‘en las formas tradicionales de comunicación, incluyendo los mecanismos de difusión en la Roma imperial, en las estampas, en los anuncios de eventos...’ Tanto el cartel como el periódico mural fueron muy populares, y de hecho siguen perviviendo en la actualidad ‘para anunciar fiestas, sobre todo en verano, algo muy típico en la Galicia interior’. En las ciudades el cartel sobrevive como ‘una vía complementaria a los diferentes soportes y medios de comunicación’. La explosión de mensajes individuales muestra, sin embargo, una nueva ruta: la vía alternativa a los diferentes soportes y medios de comunicación.

En unas condiciones, por otra parte, que desafían las reglas del juego al atacar normas municipales que niegan expresamente la posibilidad de usar determinados espacios públicos como resortes publicitarios. La posibilidad de individualizar la comunicación ha llegado tan lejos que transforma la estética de la ciudad, de sus espacios públicos. Internet, frente a los medios tradicionales, se ha convertido en un campo de proporciones inconmensurables en el que publicitarse. No obstante, hay en su lenguaje ausente un elemento: el contacto, la cercanía. ‘En la red hay galerías de carteles, de anuncios breves, que están buscando su complemento en la proximidad, en los espacios cercanos, en los cruces de caminos, en los lugares de paso’, explica Xosé López. Los carteles y anuncios adheridos a semáforos y farolas, pero también muros, cristaleras, en muchos casos ‘devienen en la primera fuente de información de eventos’. En otros, como recordatorios’.

Comunicación colectiva


La comunicación que permite la cartelería comercial, tal como se concibe en la actualidad, resulta no tanto una comunicación masiva como colectiva. Masiva tal vez en algunas ocasiones. ‘En la fragmentación que caracteriza al sistema de comunicación actual, el concepto de masivo que remite a la revolución industrial del siglo XIX debe ser muy matizado. Aunque si por masivo entendemos que llega a mucha gente a la que le interesa el mensaje, entonces creo que sí podría hablarse de comunicación masiva’, concluye el catedrático. ¿Hasta qué punto es efectiva? En la medida que encierra un mensaje que se propaga, y entre en contacto con los receptores de un modo próximo, casi físico, funciona. López advierte un equivalente, en el lenguaje y el formato, en las esquelas. ¿Funcionan? Y tanto. En determinados lugares son la vía principal para tomar conocimiento de algunas muertes.

Una limpieza integral costaría 20.000 euros

‘Los carteles ya se han convertido en un auténtico problema’, denuncia Demetrio Espinosa, ‘para todas las ciudades’. Por razones estéticas, por razones reglamentarias y por razones también económicas. ‘Si hubiese que destinar una brigada exclusivamente a erradicar cada cartel, cada papel que se adhiere a semáforos, paredes, cristales, farolas, y hubiese que hacerlo regularmente, calculo que eso le costaría al Concello 20.000 euros anuales. Y es un cálculo a la baja’, añade. Ello, pese a que hay ya una empresa, responsable del mantenimiento de las unidades de semáforos, que como parte de su trabajo elimina carteles de los postes. Esos al menos 20.000 que habría que dedicar a la limpieza de la cartelería, vendrían a sumarse a los 50.000 que ya le cuestan al gobierno municipal la limpieza anual de graffitis. Mensualmente se le van al Concello 4.000 euros para diluir pintadas en los muros. Debajo de la proliferación de carteles late, según Espinosa, ‘una dinámica social cada vez más extendida: me publicito porque me da la gana. Se consolida cada vez más una actitud que desprecia la idea de pagar por la publicidad mientras exista la posibilidad de usurpar espacios públicos’. El efecto disuasorio que provoca la sanción que contemplan las ordenanzas municipales es mínimo, porque la sanción ‘es poco contundente’. Apenas llega a 60 euros. Y la vigilancia brilla por su ausencia.



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