ESPERANZA A PESAR DE LOS PROBLEMAS
Navidad y duelo: aprender a convivir con los que ya no están
ESPERANZA A PESAR DE LOS PROBLEMAS
Hay mesas que en estas semanas navideñas parecen más grandes de lo que son. No porque se añadan platos, sino porque falta uno. Un asiento queda sin dueño y, aunque nadie la señale, su ausencia ocupa espacio. Entre luces, brindis y conversaciones repetidas cada año, la falta se vuelve más visible. Para muchas familias, la Navidad no es solo una celebración: es también un recordatorio de lo que ya no está.
No todos viven estas fechas con ilusión. Según el I Observatorio de la Navidad en España, elaborado por la consultora Ipsos, a un 33 % de los españoles no les gusta la Navidad. De ellos, el 27 % asegura que le agrada poco y un 6 % afirma directamente que la odia. El estudio apunta a la nostalgia como el principal motivo de rechazo: afecta al 60 % de las mujeres y al 47 % de los hombres encuestados, y un 35 % de ellas reconoce sentir tristeza. Este choque emocional tiene nombre: el síndrome de la silla vacía, una experiencia frecuente cuando el duelo por la muerte o la ausencia de un ser querido entra en conflicto con el clima festivo y la presión social por celebrar.
Alba Fernández, vecina de Coles, conoce bien ese contraste. Su padre falleció el 12 de diciembre del año pasado, apenas unos días antes de que comenzaran las fiestas. Fue una muerte inesperada, sin un proceso largo que preparase a la familia para la despedida. “Nos pilló a todos por sorpresa”, explica. El año pasado no hubo celebraciones, ni cenas, ni rituales. Este año, en cambio, la ausencia se siente con más claridad, tras el tiempo pasado y el trabajo transitado de poder ver al futuro.
Durante meses, Alba y su familia valoraron cómo enfocar estas fechas. Dudaron. Valoraron no reunirse. Finalmente, decidieron volver a sentarse a la mesa. No como una forma de pasar página, sino como un modo de recordar. Según cuenta, su padre disfrutaba especialmente de esa noche: la cena, la conversación, la sensación de estar todos juntos. Su silla seguirá allí, vacía, pero presente.
Alba es enfermera y está acostumbrada a convivir con la enfermedad y la muerte en el mundo laboral. Aun así, reconoce que el duelo “no entiende de formación ni de experiencia”. Habla de la culpa inicial, de las preguntas sin respuesta, de pensar qué se podría haber hecho diferente. Con el tiempo y con ayuda profesional, fue aceptando que no todo estaba en sus manos. “Aprender a vivir con la ausencia no significa olvidarla”, explica.
Además, destaca que la situación es especialmente dura para su madre, que nunca había vivido sola. Más allá del dolor emocional, ha tenido que aprender a manejar una casa en silencio, a encargarse de gestiones cotidianas que antes no asumía y a enfrentarse a la soledad. Y aunque Alba y su hermano están presentes, la visitan, la acompañan, insisten en que salga de casa. Las Navidades, admite, siguen siendo el momento más difícil.
El síndrome de la silla vacía no desaparece con el paso exacto del tiempo ni se resuelve con fuerza de voluntad. Se atraviesa. Cada familia lo hace a su manera. En muchas casas, la Navidad no será alegre ni completa, pero sí auténtica. Quizá, al final, se trate de eso, de sentarse alrededor de la mesa, mirar la silla vacía sin apartar la vista y entender que el amor también permanece en la ausencia. C. S. Lewis escribió: “El dolor que siento ahora es la felicidad que tuve antes. Ese es el trato”. Y quizá ser consciente de ese pacto ayude.
Alba Fernández es una de las usuarias del Programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Fundación La Caixa, una iniciativa que acompaña a pacientes y familias cuando una enfermedad grave o el duelo desbordan la atención puramente médica. En Ourense, el programa se desarrolla a través de Cruz Roja y trabaja de forma coordinada con el sistema sanitario público, tanto en atención primaria como especializada.
“El objetivo es complementar la labor sanitaria”, explica Jesús Carballo, psicólogo de Cruz Roja en Ourense. “Después de una consulta, un ingreso o una mala noticia, hay necesidades emocionales y sociales que no siempre se pueden cubrir desde el ámbito clínico, y ahí es donde entramos nosotros”. El programa atiende a personas con enfermedades crónico-complejas o avanzadas y también a sus familiares, incluso cuando la pérdida ya se ha producido y el duelo requiere acompañamiento.
En 2025, el equipo de Ourense ha trabajado con 174 pacientes y 226 familiares. Una parte importante de este trabajo se centra en el duelo, ya que, según advierte Carballo, cuando no se aborda adecuadamente puede derivar en un mayor uso de recursos sanitarios y en un sufrimiento prolongado. “Una persona en duelo puede acudir mucho más al médico, a urgencias o solicitar más pruebas”, subraya.
La Navidad es uno de los momentos más delicados. “Las fechas señaladas actúan como disparadores emocionales”, señala el psicólogo. “Muchas personas empiezan a sentirse mal semanas antes, solo con anticipar que llegará una reunión familiar y faltará alguien”. Desde el programa se trabaja de forma anticipada, ayudando a las personas a decidir cómo afrontar esas situaciones.
Entre las recomendaciones, Carballo destaca normalizar las emociones y desterrar la culpa. “Permitirse estar bien un rato no significa olvidar, es importante reír y compartir, no es incompatible con el duelo”. También aconseja apoyarse en la red cercana y recordar que no existe obligación de cumplir con todos los rituales. “Se puede ir menos tiempo, o no ir. Cada proceso es único y hay que respetarlo”.
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