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Pasó lo que pasó
Fue real: una niña comentó a su madre que el alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, iría al día siguiente a visitar su colegio para hacer no sé qué. La chiquilla, intrigada, quiso saber algo más sobre la figura del regidor e interrogó a la madre: "¿Mamá, qué hay que estudiar para ser alcalde?" Mal que bien, la madre acertó a salir del trance respondiendo un par de lugares comunes. Que si no hace falta estudiar, que si a estos cargos se llega porque la gente le vota... En fin, respuestas de manual. Pero la niña, sin estar convencida de las explicaciones, volvió: "Mamá, ¿y este alcalde no estudiaría alcaldismo?" Ojiplática quedó la interpelada. Bien mirado, algo de razón lleva la niña, sobre todo por lo de la terminación "ismo" del término. Más que un título después de una etapa formativa, estamos ante los desvaríos del populismo que se manifiestan en el Jacomismo, germinado en las hambrunas ideológicas en las que los partidos convencionales dejaron a buena parte de la ciudad durante años. Pero también el sufijo "ismo" encaja en la jerga médica, que apunta a un proceso patológico. ¿No padecerá Jácome un alcaldismo de libro? Se suele manifestar con síntomas muy variados. Cursa con brotes de incapacidad para ejercer el cargo, dolores en el sentido común, fiebres diversas que desembocan en delirios que le hacen creerse el gestor que no es. El alcaldismo así diagnosticado tiene un alto poder de contagio, como patología que es.
Se manifiesta también en brotes, con erupciones en la epidermis de la sociedad, que aún no ha aprendido a rascarse allí donde le pica. Esa nueva patología recidiva a cada poco en la ciudad y lo mismo se manifiesta en un "soy el alcalde de Ourense, baje los bolardos", que en un acto de contrición diciendo que el Concello del que cobra 68.000 euros "está colapsado e adoece de grandes carencias de persoal técnico cualificado, polo que necesitamos incorporar especialistas". El alcaldismo de Jácome se toma siempre la misma medicina, una suerte de cicuta para el resto. Más cargos que sumar a los ya existentes, poniendo más dígitos a la factura pública. Es el mismo alcaldismo que se reproduce en los juzgados por decisiones aparentemente arbitrarias como la de eliminar los mecanismos de acceso al casco histórico. El 26 de febrero del 2020 ordenó por el interfono que se bajasen los bolardos como quien pide una pizza. Hay sospechas de que no habría sustento administrativo para tomar la decisión. De ser así, estaríamos ante otro brote de alcaldismo. "A veces veo bolardos", pudo haber dicho al despertarse aquel día en el que inopinadamente se sintió imbuido de ese poder que solo asiste a los líderes de liberarnos del yugo de la opresión. Hizo como el niño de la película El sexto sentido, "a veces veo muertos". Jácome quiso hacer de sus delirios su programa de gobierno. Y haciéndolo prolonga un poco más las pesadillas de Ourense.
Pero a ese alcaldismo contribuyen factores externos. Tiene que haber un agente contaminante y un entorno propicio para que el virus se propague. De eso sabe bien el PP, que nos hace creer que investiga a favor de la vacuna, después de que aquel virus se le haya escapado del laboratorio en las elecciones municipales del 2019. Esa política de probeta solo la podría igualar el PSOE con una nueva iniciativa del portavoz y representante del partido en la provincia, Rafael Rodríguez Villarino, que salió en días pasados a la prensa como quien se tiene por la clave de bóveda que sustenta la cordura institucional. Luego de que este periódico le sirviese en bandeja el asunto de los bolardos decidió pedir la dimisión de Jácome, aun a riesgo de que con semejante exigencia las bolsas abriesen a la baja el mismo día y desencadenase devaluaciones en cascada. Ya, crecido, dijo que sobre el caso él había barruntado algo hace un año. Un gran líder siempre se despacha con un "isto xa o estaba vendo eu". Generalmente anticipa un "que Dios nos libre dun xa foi".
El virus del alcaldismo ha mutado y, como el covid, se manifiesta en nuevas cepas que alteran el carácter de centrados políticos. Un espumarajo del alcalde soltó en sus aerosoles todas las sustancias que propagan la pésima educación, otra recaída del mismo mal. Contagió a la bancada de la oposición, al nacionalista Luis Seara para ser exactos. Luego de cruzarse un par de improperios, distribuyeron betadine verbal en sendos comunicados. Seara, ya embridado, pasará mala noche, arrepentido. A Jácome, indolente, le resbala. Es otro de los síntomas de este mal. Que se lo expliquen y se lo prevengan a la niña, por si acaso quiere estudiar alcaldismo, al menos este.
Al poner la lupa: otra batalla de la misma guerra
Para la caña y el pincho de tortilla se requiere ir pertrechados como soldados que se protegen del gas mostaza. Los bares disponen en la mesa el armamento, pero no están muy seguros de que esta especie de guerra química se venza en esta tercera ola del covid. A ellos corresponden las medidas profilácticas en esta reapertura a tiempo parcial, el sentido común al resto. Vísperas de primavera, buen tiempo y gente que da un ojo de la cara por el terraceo es un cóctel que entraña cierto peligro del que habrá protegerse como del gas pimienta, que no es una especie para la cocina.
El portafotos
Noelia Rodríguez recogió el martes el bastón de alcaldesa de Ribadavia. En consonancia con los tiempos de finos envoltorios, prometió "lograr a igualdade real no Concello". El lapidario siempre queda lustroso y nadie podrá imputar nada a semejante buen propósito, que asumiría a buen seguro cualquiera. Noelia es, además, la primera alcaldesa de la capital de O Ribeiro, un título honorífico que acompañará bien en la pequeña historia municipal. Llega merced a un pacto de su partido, el PSOE, con Ribeiro en Común, sellado en una moción de censura. Es el acuerdo de los que no aprueban a la primera convocatoria, que lo intentan en septiembre. Los personalismos impidieron el visto bueno tras las elecciones del 2019 y una vez que han puesto un par de egos a buen recaudo deciden gobernar juntos. Ninguna objeción, salvo aconsejarles que es de acomplejados buscarse justificaciones como que el alcalde saliente, del PP, no fue capaz de aprobar los presupuestos. Si eso crease jurisprudencia política, decenas de gobiernos locales saltarían por los aires. Por otra parte, el ya exalcalde, el popular César Fernández, es un tipo con suerte, encontró al día siguiente un puesto de vicepresidente en la Diputación, sin tiempo siquiera a saber lo que es un ERTE.
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