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LA NUEVA OURENSANÍA
¿Qué misterio alberga Camila Sevilla (Mendoza, 1997) detrás de su cándida sonrisa, su mirada dulce y una voz un tanto aniñada? Para empezar que es superviviente de maltrato y violencia de género, y a corazón abierto lo cuenta, al acabar se enciende un cigarro. “Que la vergüenza esté del otro lado”, le decimos a Camila, y agradecemos que quiera compartir su vida, sus logros y casi sus milagros. “Quizá ayude a otras”, comenta, “que la gente sepa que nuestra vida tampoco es fácil”, añade sobre el camino migrante.
Tuvo Camila un novio de adolescente que le provocó muchos males, entre ellos un aborto, y en definitiva, una relación que casi la mata. “Acabé en un quirófano por una enfermedad pélvica, me dijeron que podría no salir viva de la operación”, explica guerrera, plantada sobre sus dos piernas, consciente de su historia, con escasos titubeos. “Así es como me considero, por todo lo que he vivido”, ahora sí, se muestra emocionada.
Acá vive con sus padres, sus hermanas y cuñados. Tiene Camilia un niño llamado Segundo, que ya cumplió los seis años. Se torna el nombre más bonito del mundo cuando entendemos su significado.
Emigró a Chile antes de caer en España, allá le echó una mano una tía con una heladería, estuvo separada de su hijo dos meses. “Después te enseño el vídeo del reencuentro”, explica con ilusión, quiere también compartir felices anécdotas.
Agradece Camila al padre de la criatura que, pese a no estar en el día a día, la dejó salir del país con el nene, y después cruzar a Europa. “Allí pude ahorrar la plata para venir a España”, aclara.
Aquí llegó siguiendo a su padre, bisnieto de andaluces que acabó en Cee, un poco casualmente. De allí se vino a Ourense porque estaba una cuñada, y en la villa decidió quedarse. A continuación vinieron ella, su madre y Segundo, ese niño por el que todo esto de la migración empieza. Las otras hermanas con sus familias extensivas se fueron uniendo y hoy son una tribu residente en un piso en Mariñamansa. “Yo sostengo los gastos, mi padre justo acaba de perder su trabajo”, nos comenta sobre el presente inmediato. Es empleada en una superficie comercial, y se siente plena de estar sana y salva.
Nació en un barrio peligroso de Mendoza llamado “La Gloria”, revela. “Allí me llamaban cheta, que es como aquí pija”, comenta al hilo de que vestía a la moda, y asistía a un colegio de fuera. “En el formato no, pero en la convivencia es como una favela”, aclara. “Yo no quería esa vida para mi hijo”, comenta confidente. En su casa eran cuatro mujeres, conocerá hoy mismo en el CHUO a un sobrino que bien temprano, la mañana que la entrevistamos, nació en Ourense.
“Con nosotras no se metían, pero porque plantábamos cara”, explica sobre las dinámicas en su vecindario. “Para encontrar trabajo no ponías tu dirección, ni decías de dónde eras”, explica. Dejó su último empleo en Argentina, en el que le iba bien, por miedo a ser atracada o violada en su vuelta a casa acabada la jornada.
“Estuve en una estación de servicio, pero antes en una franquicia de comida rápida, limpiando casas, cuidando niños, empecé a los quince años”, comenta. “A los dieciocho también estudiaba para maestra de primaria”, añade. ¡Hasta vendiendo huevos en la puerta de mi casa!”, exclama. Le preguntamos a cuánto está allá la docena y nos dice que a unos 2.000 pesos argentinos, que vienen a ser casi dos euros. ¡Se hace más fortuna del culo de una gallina que de trabajar como empleada! “En una peluquería ganaba 8.000 pesos al mes, pero le podía dar la obra social a mi hijo”, explica. Refiere Camila a tener un seguro médico, se nos ofrece con su discurso un bien de valor incalculable.
Quizá algún día monte un centro de estética, con su madre y una hermana, revela que su papá fue peluquero y que ella aprendió el oficio de maquilladora. “A los dieciséis mi mamá me pagó un curso, una profesión que me encanta”, revela entusiasmada.
En un ir y venir del presente al pasado nos explica que a los doce años casi la secuestran, en un periodo en el que desparecían niñas en el departamento Godoy Cruz, al que pertenece su barrio. Un vecino que la vio llegar corriendo, la rescató de esta tragedia, que aún con final feliz, sus traumas fue dejando. Le preguntamos a una Camila llorosa si quiere que esta información omitamos. “No me molesta, puede abrirle los ojos a la gente”, opina de nuevo desde la calma. luchadora agazapada.
Es linda y de mirada casi transparente Camila. Esos ojos felinos y azules, en el mundo que hasta ahora conoció, lejos estuvieron de ser una ventaja. Atesora no obstante una pila de vivencias, que le otorgan una profundidad de razonamiento, de una madurez inusitada.
A un cierto punto nos hacemos sus amigas por lo valiente que la sentimos, a quemarropa con su salvaje relato. Tiene demonios que la persiguen y con los que tiene que lidiar para poder seguir por la senda de la luz, pero encontrará el camino para exorcizarlos. Segundo es primero en su lista de prioridades, y su guía para seguir adelante.
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