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REPORTAJE
El contrabando vuelve a resurgir en la frontera. Botellas de butano, comestibles, medicamentos, tabaco y cartas de correo son algunos de las mercancías y objetos que se intercambian a diario en el monte. La situación viene motivada por los controles policiales en el paso fronterizo de Feces (Verín)-Vila Verde da Raia (Chaves), el único que está abierto entre la provincia y el país vecino. Conductores, vecinos y comerciantes, al igual que en los años duros del estraperlo, desarrollan la actividad con el riesgo de ser sorprendidos por las fuerzas de seguridad. "Una botella de butano cuesta sobre 14 euros en España y el doble en Portugal. Pero no solo es por la diferencia de precio. Llevo años comprando el butano en España y para comprarlo ahora en Portugal tengo que cambiar el cabezal de la cocina, porque son distintos el portugués del español", comenta un vecino de Montalegre.
El intercambio se realiza extremando las medidas de seguridad para no dejar pistas a las fuerzas de seguridad. El nuevo método contrabandista se sustenta en las relaciones de amistad entre los vecinos. "Alguien me acerca la botella de butano hasta la frontera y la recojo en mi coche", añade el vecino.
La entrega se hace entre las vallas de hormigón instaladas el pasado mes de marzo, pero siempre y cuando no se detecte presencia policial. En caso de haber vigilancia, al igual que hace medio siglo, se espera a que se marchen los agentes o a que caiga la noche.
Medicamentos en la Raia
Los acuerdos sobre la prestación sanitaria dentro de la Unión Europea provoca que muchos vecinos lusos acudan a los centros sanitarios ourensanos. A ellos hay que sumarles los trabajadores que se hicieron con la cartilla sanitaria de uno u otro país tras un contrato de trabajo. "Si tengo que ir a consulta, doy la vuelta por Feces de Abaixo, pero el problema son los medicamentos", lamenta un vecino de Padroso (Montalegre). El método siempre es el mismo: un conocido se las recoge en la farmacia y se las acerca al paso fronterizo. "De paso, también me traer otros encargos y yo hago lo mismo. Si precisa algo se lo compro en Portugal", añade.
La supresión de las fronteras a mediados de los años noventa fomentó relaciones comerciales y vecinales. Durante este tiempo, muchos portugueses compraron casa y propiedades en la provincia y viceversa. El cierre de las fronteras conlleva citas para entregar llaves y correo en pleno monte. "Al no poder cruzar durante tantos días, que al menos alguien me mire en el buzón si tengo alguna carta que sea urgente", afirma un vecino de Baltar.
La veintena de pasos fronterizos entre la provincia de Ourense y Portugal fue cerrada el pasado 14 de marzo para evitar la propagación del coronavirus. El corte cortó de la noche a la mañana la intensa actividad comercial y relaciones entre los vecinos de un lado y otro de la frontera.
La situación ha ido reuniendo todos los ingredientes para desencadenar la actividad comercial ilegal perseguida por las fuerzas de seguridad y que alcanzó su máximo auge a mediados del siglo pasado: el estraperlo. Entonces no había tantos pasos fronterizos, pero portugueses y españoles disponían de seis, todos con aduana (Pontebarxas, Ameixoeira, A Magdalena, Portela do Home, Feces de Abaixo y Manzalvos) para la circulación de personas y transportar de forma oficial mercancías. Ahora, tras la entrada en vigor del decreto de alarma por la situación sanitaria, solamente hay abierta una carretera, la de Feces de Abaixo (Verín)-Vilar Verde da Raia (Chaves), en la que solo se permite el tránsito de mercancías y los desplazamientos particulares justificados.
Pero este paso fronterizo está a kilómetros de distancia para los residentes en los municipios portugueses de Melgaço, Arcos de Valdevez, Terras do Bouro, Vinhais y Montalegre. La misma distancia la tienen que recorrer los vecinos de Lobios, Muíños, Entrimo, Padrenda, Calvos, Baltar y Cualedro, entre otros.
El cierre de los pasos fronterizos entre Ourense y Portugal está ocasionando cuantiosas pérdidas en los establecimientos y causando perjuicios a los trabajadores, que se ven obligados a recorrer hasta 200 kilómetros cada día para incorporarse a sus puestos. Los gobiernos, tanto de Portugal como de España, parecen ser conscientes de esta situación a tenor de la reunión que mantuvieron a mediados de esta semana los distintos sindicatos del Cuerpo Nacional de Policía con los mandos del cuerpo de seguridad en Galicia. Durante la reunión se planteó la posibilidad de reabrir el paso fronterizo entre la localidad portuguesa de Tourem y Calvos de Randín. La Policía Nacional es la encargada del control de las fronteras y los distintos sindicatos no aceptaron inicialmente la propuesta hasta comprobar en qué condiciones están las instalaciones –solo hay un pequeño habitáculo– para que los policías presten el servicio de vigilancia.
Pero la posibilidad de reabrir este paso fronterizo, según fuentes policiales, quedó prácticamente archivada nada más ser puesta sobre la mesa, tras detectar que el índice circulatorio es "escaso" en comparación con la media que registraban antes de ser cerradas las carreteras como la que enlaza Lobios y Lindoso o la de Baltar y Montalegre. El alcalde de Baltar, José Antonio Feijóo, insiste en que la reapertura del paso fronterizo en su municipio es "una necesidad porque tenemos, además de las pérdidas en el comercio, a familias separadas. Ahora mismo hay una veintena de trabajadores que tienen que dar todos los días un rodeo. Tardan hora y media en llegar a sus puestos de trabajo cuando antes lo hacían en apenas diez minutos", explicó.
La situación ya obligó a parte de los trabajadores a alquilar viviendas o pernoctar en domicilios de familiares, amigos o conocidos para ahorrar combustible y no correr el riesgo de sufrir un accidente.
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