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A Voria Stefanovsky una monja del orfanato en el que vivió la convenció de que era inteligente y de que debía estudiar. Ella la creyó y adoptó esa observación como bandera. Lograr un cambio para sus compatriotas gitanos se convirtió en su obsesión: la educación y la inclusión son un objetivo urgente para una comunidad que todavía tiene mucho camino por recorrer.
Mi bisabuelo fue superviviente del holocausto gitano
Stefanovsky (47 años) nació en Rusia, o eso le contaron. Ni ella ni su familia pueden asegurar la ubicación exacta en la que su madre dio a luz porque se movían incesantemente por el país. Su familia tenía un circo itinerante con el que paraban en los pueblos para actuar. “Nunca conocí un documento personal. Mi bisabuelo fue superviviente del holocausto gitano. Sufrió la persecución nazi y estaba traumatizado, loco, decían por aquel entonces. Nos obligaba a estar todo el tiempo en movimiento”, afirma la activista.
“Éramos nómadas y así fue como llegamos hasta América, huyendo de Europa. Continuamos con la gira hasta que llegamos a Brasil. Allí se cursó una denuncia en la que se decía que yo era una niña robada. El imaginario social de que la gitana roba niños obviamente influyó en ello. También que fuese rubia. Pero en mi familia había una parte rubia, no somos todos morenos como así se cree”, explica. Entonces, Stefanovsky y su hermana fueron arrancadas de su hogar y trasladadas a un orfanato. Fue en contra de su voluntad: “Yo tenía diez años y no quería que me llevasen”, asegura.
Cuando ingresó en el orfanato le cambiaron el nombre por Ana Paula -menos “hereje” que Voria- y le enseñaron a leer y a escribir. “Yo me intenté adecuar porque no tenía esperanza de salir, pero me seguían tratando como una gitana, pese a que según ellos era víctima de los gitanos que me habían robado”, recuerda. Sus compañeros la acosaban, no aceptaban sus raíces.
Ella se refugiaba, por consejo de una monja, en la biblioteca. Leía sin parar, esperando que no la encontrasen. “Ella me decía que era inteligente, que debía estudiar y yo la creí”, afirma.
Pasaron dos años y un hombre, adinerado y con un cargo político, conoció el caso de su familia. Era brasileño, pero tenía un fetiche con la cultura romaní y los ayudaba cuando podía. Él la sacó de allí a través de una adopción simulada pero con la condición de que, aunque regresase con sus allegados, continuase estudiando.
Su familia temía, pero Voria fue a la escuela. Quería ser escritora, periodista: “Veía que se hablaba mal de nosotros en la prensa y yo quería cambiar eso. Tenía la ilusión de una adolescente”, recuerda.
Sin embargo, siguiendo la tradición familiar, se casó a los 14 años. Lo hizo por decisión propia pero su marido no quiso que siguiese estudiando. Los años pasaron pero la rebeldía de esta mujer no se apagó. “Yo tenía que limpiar la ventana. Estaba sucia y los gitanos no podíamos ver quiénes eran el resto y viceversa”, señala. Decida a no abandonar, huyó de su grupo.
Pese a que los allegados de Stefanovsky no aceptaron que no siguiese la tradición, ella tuvo que escapar. “Fue traumático, me quedé sola, pero conseguí ayuda, alojamiento, y llegué a la Universidad en Honduras”, explica. Se graduó en periodismo. También en Artes y, finalmente, se especializó en literatura.
Durante esta etapa de su vida, para evitar ser discriminada, ocultó que era gitana: “Es horrible, es una secuela del racismo extremo, pero al final dejé de hacerlo”. No solo eso, si no que además se especializó en literatura romaní, todavía muy desconocida igual que la lengua. Hizo una maestría y más tarde un doctorado. Además, trabajó en Latinoamérica como directora del Observatorio de Mujeres Gitanas en Argentina durante años.
El año pasado ganó un premio del Ministerio de Cultura en España y, decidida a quedarse en el país, se trasladó a Ourense donde reside su hija (cuyo marido es ourensano).
El activismo de Voria parte de revertir la discriminación a la que están sometidos los gitanos, pasando siempre por la educación de los mismos. El próximo sábado se celebra el Día del Pueblo Gitano y los actos por su celebración son mínimos en la comunidad gallega.
“Los gitanos somos una nación cultural. No queremos conquistar territorio pero sí conservar nuestra lengua y costumbres. El antigitanismo es institucional y por parte de la sociedad. Nosotros también tenemos grabados los estereotipos y creemos que solo valemos para vender”, explica. Para ella, “la desigualdad sistémica se debe erradicar con educación”.
En sus primeros meses en Ourense, afirma que observó que si en España este pueblo está marginado, “aquí es aún peor”. “No hay presencia ni a la hora de celebrar actos. No hay interés político ni campañas para respetar a los gitanos”, señala.
“También falta activismo gitano en Galicia. Estamos invisibilizados y apartados”, indica. Ahora, con el tiempo, Stefanovsky pretende abrir vías de diálogo entre su comunidad y la sociedad de la provincia.
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