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Rozando el techo de los 90 y cuando había perdido la conexión con un mundo circundante, lo cual no fue óbice para que se la mantuviera en la cercanía y el cuidado próximo de sus hijos y de una fidelísima amiga, se nos fue apagando Elena Caramés Álvarez, pontina de nacimiento además de emparentada por matrimonio con un Salgado, Sergio, de esa rama de ferreteros, pontinos también, acreditados en su comercio.
Cuando se es maestra del rural y se vagaba de acá para allá, se residenciaba a los maestros a los que el traslado muy dificultoso en casas en las que la electricidad no llegaba, el transporte debería hacerse, cuando mejor, a lomos de caballerías, y no pocas veces con bebés a cuestas, toda una odisea que vivió Elena, se tiene una especial disposición para desenvolverse en el medio y esto lo hizo a las mil maravillas aumentando la bondad y afabilidad que de ella se desprendía como consustancial a una persona que aun joven madre sin un hijo, estudiante de arquitectura, que de la noche a la mañana se va a la aventura sudamericana. Años duros por una muy larga ausencia, que también fue labrando la personalidad de Elena Caramés, lo que no solo no le mudaría el carácter sino que le sirvió para ir forjando la unión de sus dos hijos presentes con la del ausente, lo que aumentaría sus maternales dones y su sentido de la solidaridad para con sus próximos, si por ellos también sus alumnos, de lo que sobrada constancia allá por las muchas escuelas donde ejerció y por su última de Luintra, dejando al cuidado de sus hijos, mientras de maestra ejercía, a una fidelísima Manolita, quien luego de una amistad que no quebraría ni la invalidante enfermedad de sus últimos años.
Elena, Sergio y Alberto recuerdan a una madre ocurrente y graciosa y con esa imagen se quedan. Los tres estuvieron a su lado aun cuando ella no los percibiera por esa erosionante enfermedad que la memoria borrando va, como si la naturaleza entrase en degradación mental que todo lo que de querido en el entorno, de repente extraño, irreconocible.
Elena se merece, como madre, docente, apacible, trasmisora de una paz que irradiaba, algo más que las notas que sobre ella escribamos, y si paz emanaba, seguro que cada cual debe situarla en esa dimensión a la que solo los privilegiados llamados según las creencias de cada cual. Sosiego para quien tanto a su entorno infundía.
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