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LA NUEVA OURENSANÍA
Tenemos la suerte de contar entre nuestros residentes con un sirio, hoy ourensano. Antes de esto fue Maturín, y desde allí cruzó de nuevo el charco. Majdi Dib es padre de familia, tiene dos niños y trabaja en un restaurante. “Soy de un pueblo que se llama Al Thaala, cerca de As-Suwaida, en el sur de Siria, somos mayoritariamente drusos”, explica. “Una religión libre, creemos en Dios, es una mezcla de religión y filosofía”, informa sobre su credo, que en lo primero bebe del islam.
“Llegué a finales de 2022 aquí, a Venezuela en 2011”, aclara. Allí tenía parientes que le echaron un cable y creó un negocio que mantuvo hasta que migraron. “Aquí vivía la familia de mi mujer”, añade.
Arrancó su andadura Majdi cuando la guerra civil en su país estaba comenzando. “Yo salí para trabajar cinco años y volver”, puntualiza. “Nadie sabía que iba a pasar lo que ocurrió, y ya no pude regresar”, admite. Se emociona un poquito ante la sola idea de volver, ahora que ha caído El Asad. “Antes no podía entrar al país, vino mi madre a Venezuela a conocer a sus nietos y se quedó un año”, comenta. Le asaltan los temores por su pasaporte sirio caducado. “Lo puedo renovar por seis meses, pero vamos a ver qué pasa porque aquí aún no tengo la residencia”, aclara. Complicado esto de la burocracia, volver a a ver a los suyos es un lujo que no solo compra el dinero, sino también la certeza de poder volver a la que hoy es su casa. “Lo importante es la salud, el dinero va y viene”, opina. Nos cuenta escalofriantes episodios en los hospitales venezolanos, con su hermano al que tuvo que llevar en una grúa hasta el quirófano, y males en primera persona, como un atropello que lo dejó sin ligamentos en una rodilla. “Nos quedamos sin nada”, comenta. Y aquí está él, listo para una nueva vida en tierras ourensanas.
“Los sirios buscan la vida, son muy trabajadores”, comenta sobre sus compatriotas, y explica el ejemplo de su padre que de ser empleado del gobierno se fue a Arabia Saudí a buscar empleo en las obras.
“La gente está con miedo por lo que pueda venir”, explica cauteloso sobre la situación en su país. Hoy se celebra la caída del régimen, en perspectiva cómo, dónde y para qué hay que remangarse. “Dejaron el país sin recursos”, añade. “La gente compraba con una carta de racionamiento, la luz llegaba dos horas cada veinticuatro”, explica. “Ahora hay que garantizar la seguridad, porque todavía hay gente que defiende el régimen anterior y puede surgir la delincuencia”, aclara. Comenta Majdi que la alegría y el miedo coexisten en este período de incertidumbre. Hablamos con él de las multitudes que vuelven hoy a Damasco y nos informa de que “había gente viviendo en carpas durante años en las fronteras”. “Esas personas ahora celebran el haber tenido muchos hijos para poder volver a recuperar el país”, comenta. “Niños también que se fueron con doce años y ahora ya son padres”, añade.
Nos habla de Mohamed al Bashir, nuevo primer ministro, y comenta que llevaba Idlib, una ciudad en manos de los opositores “como si fuera Europa”. “Con todos los servicios, a pesar de no tener recursos”, aclara. “Algunos ministros anteriores quedarán, los que no tienen las manos manchadas de sangre”, opina.
Le pedimos a Madji que nos simplifique el inicio de un largo conflicto, y también complejísimo, desde su posición de ciudadano. “Empezaron a infiltrar desde el gobierno a grupos como los hermanos musulmanes para justificar la guerra, al principio eran protestas pacíficas los viernes”, aclara. “Luego ya se metieron otros grupos como el Isis, que tomaron casi la mitad del país”, añade.
“EEUU, Rusia, Turquía, Irán, ahora todo el mundo tiene pase”, comenta Madji, que sostiene que son las grandes potencias las que deciden sobre Siria. “Ahora Israel está ocupada con Hezbolá, Rusia con Ucrania, y en Estados Unidos con otra presidencia… aprovecharon el momento perfecto, pero no sabían que iban a liberar tan rápido”, opina.
“Dicen que Rusia y los americanos son enemigos, pero ¿tú has visto que peleen entre ellos?”, pregunta Majdi Dib. Y con este interrogante dice muchas cosas sobre los últimos once años. “No, lo hacen en terceros países”, nos responde este sirio desde Ourense, y no nos parece una reflexión descabellada.
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