Manuel Outumuro: “El Teatro Principal me intimidó más que el Gran Carnegie Hall”

N. YÁÑEZ / H. DÍAZ

Publicado: 13 nov 2022 - 03:48 Actualizado: 13 nov 2022 - 09:30

Una hora con... Manuel Outumuro

Este viernes le vimos emocionado recibiendo el premio Ourensanía, ¿qué sintió al recibir el reconocimiento de su tierra?

Significa el reencuentro con los orígenes. El escenario del Carnegie Hall (donde recogió el Lucie Award) en Nueva York es descomunal comparado con el Principal, pero la emoción era mucho más grande aquí. Me sentía más intimidado siendo todo más pequeño, pero a la vez más grande.

¿Qué recuerdos tiene de sus 10 años en A Merca?

Puede que esa etapa sea de las más enriquecedoras y felices. Lo que podría suponer un trauma, vivir sin mis padres, que estaban emigrados, fue compensado con un afecto incondicional de los abuelos y con un entorno en que todos los niños estábamos en esa situación. Ahí descubrí modelado, reflejos… Recuerdo que le decía a mi abuelo: “Mira abuelo, parecen diamantes” en la charca donde llevábamos a las vacas a beber. Él me contestaba: “Ai que louquiño estás neno, se non viches un diamante na túa vida”.

¿Cómo nos afecta a los gallegos, y a usted en particular, la emigración?

A mí me ha dado la oportunidad de poder crecer sin la presión y expectativas que muchos padres ponen en sus hijos a muy corta edad. Nací y crecí como un alma libre hasta los 10 años. Eso es un gran regalo en la infancia. Y tenía afecto, porque tenía a mis tíos, a mis abuelos.

¿Qué experiencias de la infancia en el pueblo ha trasladado a su vida adulta?

Hasta ahora no era consciente de la influencia que ha tenido en muchos de mis trabajos. Esa foto de mis padres a los pies de mi cama colgada de la pared que representaba la ausencia provocada por la emigración salió por algún lado y de alguna forma. No solo esa foto, sino todas las que recibíamos por carta, que iban y venían de Caracas y A Merca. Esas cartas producían mucha alegría, pero más cuando traían una instantánea dentro.

¿Quién era Manuel Outumuro al llegar a Barcelona en los 60?

Era un crío de 10 años que había estudiado en Maristas, interno, los últimos dos. Recuerdo ese verano en que mi padre dijo: “En lugar de venir a Caracas este verano, que íbamos siempre, vamos a ir nosotros a España”. Mi padre llegó a Barcelona y vio que había muchas grúas, ya que estaban construyendo la ciudad universitaria. Le dijo a mi madre: “Mira la de grúas que hay aquí. Debe haber dinero. Por qué no nos quedamos?”. Además, tenían claro que mi hermana y yo teníamos que estudiar en España.

¿Cómo recuerda ese contraste entre A Merca y Barcelona?

Fue un desastre. Paso de estar interno en Maristas a una ciudad donde todos los niños me parecían maleducados, descarados, como con agresividad. No conocía a mis padres más allá del verano. La adolescencia. Me encuentro con toda una serie de cosas con las que me fue difícil lidiar. No tengo un recuerdo de la adolescencia tan agradable como de la infancia.

Estudió diseño gráfico. ¿Por qué lo cambió por la fotografía?

No fue una decisión premeditada. En el año 87, había terminado diseño gráfico, tenía mi estudio y estaba dirigiendo el primer suplemento femenino que hizo un diario en España: La Vanguardia Mujer. Al ser el director de arte encargaba muchas fotos. En una de estas sesiones, el fotógrafo no vino y me puse a disparar yo con la pequeña cámara Pentax que llevábamos para hacer el making off de la sesión.

Podría considerársele un autodidacta. ¿Cómo se formó y como cambió su mirada cuando empezó a fotografiar?

Los primeros tres años de mi carrera fotográfica, muy intensos, fueron con luz natural porque no sabía hacer funcionar un flash o un HMI. Recuerdo que me dieron el premio de la Asociación de Fotógrafos de Cataluña y el director me dijo: “A ver si esto te anima a aprender a utilizar la luz artificial”. Y así fue como aprendí, no a restar luz, que es lo que haces cuando trabajas con luz natural, sino a sumar luz, que es lo que haces con la artificial.

¿Cree que el de la fotografía es un don innato o se puede entrenar el ojo?

Creo que la formación es necesaria en todos los ámbitos artísticos aunque uno tenga un don. Hay algo que alguien tiene y no tienen los demás para desarrollar esa actividad, pero formarse es necesario. Y cuando digo formación no solo me refiero a la académica, sino también a la vital.

Después de Barcelona se muda a Nueva York. ¿Qué le aportó para su visión del mundo y de la profesión?

Me encontré con 27 años, terminada mi formación, trabajando en un diario importante y con mi estudio en Barcelona, y, sin embargo, eso no correspondía a mis expectativas de vida. Y como tenía una cuenta pendiente con el inglés, dije, voy a ir a estudiar inglés y voy a cerrar todo e irme y tomarme un año sabático, que al final se convirtieron en casi 5. Allí entré en un mundo de neoyorquino, que comparada con la España gris de aquel momento, ejerció un gran poder de seducción que hizo que me estableciera allí.

Su nombre está íntimamente asociado a la fotografía sobre moda. ¿Cómo se enfrenta a cada uno de sus trabajos?

Me gusta ir a la sesión con todo muy planificado. Pero como la fotografía es un misterio y, sobre todo, la luz, siempre está abierta la posibilidad de que todo lo que llevas preparado tenga que cambiar. Pero si me gusta ir con fotos muy concebidas, incluso dibujadas. Pido un sombrero determinado, un vestuario concreto, un maquillaje, una localización… Los retratos son muy diferentes. En las sesiones de retrato, el reto es limpiar al personaje. Todos tenemos un concepto, a veces equivocado, de como salimos mejor delante de la cámara y a veces es difícil limpiar al personaje de todo eso para que esté puro delante de la cámara. Y se nota cuando consigues esa complicidad.

Ha fotografiado a muchas de las “top models” de los 90, de las que se tiene cierta imagen de frivolidad. ¿Se corresponde a la realidad?

Nada que ver. A veces me resulta insultante como se utiliza la palabra modelo. Primero, es una profesión en la que la mujer cobra mucho más que un hombre. Por el mismo proyecto, una mujer puede cobrar 10 veces más que un hombre. Segundo, no solo es una percha que viene a lucir un vestuario y que es guapa y espectacular. Porque guapas y espectaculares hay muchísimas mujeres, pero que tengan el talento para saber comunicarlo y de saber expresarlo delante de la cámara hay muy pocas; y esas son las que han llegado.

El mundo del modelaje ha cambiado mucho. Ahora se busca una belleza más variada y alejada de los cánones. ¿Cómo ha vivido esta evolución?

Los castings se han abierto más. Yo siempre he tenido la fama de trabajar con físicos que no estaban muy establecidos ni eran el canon de ese momento. Pero sí es cierto que se trabajaba con unos cánones mucho más establecidos. Ahora ese abanico se ha abierto increíblemente. Las campañas de Bennetton sentaron las bases de lo que se está haciendo hoy.

¿Cree que ese cambio de paradigma físico ha enriquecido a la industria?

Creo que ha enriquecido a las empresas que apuestan por ello. Por crear una estrategia de integración a sectores aislados. Pero sí ha permitido visibilizar otras etnias.

¿De qué trabajo se siente más satisfecho?

Tiendo a la insatisfacción. Nunca me recreo. Siempre parece que lo que tiene que venir va a ser superior.

¿Cuál fue la sesión o proyecto más difícil de ejecutar?

Quizá el fotografiar todo el fondo del museo Balenciaga. De repente me llaman del Ministerio de Cultura para fotografiar bodegones y nunca había hecho eso. Mi primera contestación fue que no podía porque no sabía hacerlo, pero me insistieron y me dieron mucha confianza. Fue un descubrimiento porque ves que a todo se le puede sacar vida.

La fotografía ha evolucionado mucho a nivel técnico. ¿Cómo ha sentido esta evolución?

Me costó mucho pasar al digital. Siempre utilizaba mi Pentax, mi objetivo 6-7 y cuatro o cinco películas. Estaba muy familiarizado con eso. En las primeras digitales veía que en los blancos y negros no existían los grises o los colores. Cambié cuando los fabricantes de cámaras empezaron a hacer ellos sus cámaras y no empresas tecnológicas. Ahora creo que no volvería al analógico. Era demasiado estresante. Tu trabajo se podía fastidiar muy fácil.

¿Le hubiera gustado explorar otros registros?

Los exploraré. Está prevista una exposición en el centro Marcos Valcárcel, que, además de una muestra de lo hecho, habrá un material nuevo que indagará mucho en el origen y en la memoria. Pero todavía necesita dispararse. Será en 2024, en las 3 salas.

Ha fotografiado a infinidad de personajes. ¿Quién le falta?

Faltan muchos personajes que me fascinan. Por concretar actrices del cine español, son las dos únicas que me faltan: Geraldine Chaplin y Ángela Molina.

¿Qué es lo que le motiva para retratar a alguien?

Son muchas cosas. Admiración, influencia… En estos dos casos concretos, puede que por edad, estoy en una época de recuperación del rostro como el tiempo lo ha esculpido y lo ha dejado ir. Y ellas son reflejo de las apetencias que tengo ahora.

¿Cuáles son las claves de un buen retrato?

Que la luz que infligimos los fotógrafos no atenúe la luz del fotografiado. Que eso pueda sacarse en un retrato es lo que lo hace inmortal. Pondera al retratado y lo congela en el tiempo.

En la sociedad actual se abusa mucho más de la fotografía. ¿Le quita la magia o significado?

Quizás le ha quitado cierta magia y misterio, aunque siempre existirá. Lo que no hay que confundir es un selfie con una fotografía.

¿Cualquiera puede ser retratado y puede gustarse siendo retratado?

Si por el retratado fuera, hay fotos que no tienen interés y en los que se encuentran muy favorecidos, pero no son el mejor retrato. Una cosa es un buen retrato y otra que te gustes en él.

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