Ourense y San Martín, unidos por lazos de sangre

Reportaje

La sobrina ourensana del “libertador”, Petronila Menchaca, fue una pintora especialista en miniaturas, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.A ella y a su madre, María Elena, el general les dejó una pensión vitalicia, según hizo constar en su testamento, el cual dictó en París unos años antes de su muerte.

Retrato de Petronila de Menchaca de San Martín.
Retrato de Petronila de Menchaca de San Martín.

La historia une con lazos de sangre a Ourense y al general José de San Martín, una de las figuras más relevantes del continente americano, protagonista de la guerra de la independencia americana. Sin embargo, poco se sabe de la biografía de la sobrina ourensana del Gran Capitán. Se llamaba Petronila González de Menchaca y San Martín y según fuentes de la Academia Argentina de la Historia nació en Ourense en 1803. Ella era uno de los motivos que llevaban a San Martín a visitar esta capital cuando sus quehaceres militares se lo permitían, hacia los primeros años del siglo XIX, y también el férreo vínculo sentimental que lo unía a su madre, Gregoria Matorras, y a su hermana, María Elena.

Toda la familia disfrutaba de una acomodada situación económica residiendo en pleno centro de Ourense, en casa del progenitor, Rafael González y Álvarez de Menchaca, abogado del Consejo de Hacienda, funcionario de la Corona y empleado de rentas, el cual llegó a ser, incluso, Oficial de la Administración General de Aduanas de Galicia y luego Oficial Mayor de la Contaduría General del Reino.

Esta elevada posición pudo tener mucho que ver con el hecho de que, una vez trasladada la familia a Madrid -tras la muerte de la matriarca, ocurrida en 1813-, Petronila fuese nombrada académica supernumeraria de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Las crónicas de la época la describen como una pintora especialista en miniaturas, y su acceso a tan alta distinción en la entidad artística podría estar relacionado con el privilegiado estatus de la familia, que contrasta, sin embargo, con las penurias que años antes había vivido su abuela, Gregoria Matorras, al enviudar en Málaga de su marido, Juan de San Martín -padre del libertador-, teniendo que reclamar en sucesivos escritos una pensión de viudedad necesaria para poder sacar adelante a sus cuatro hijos.

No obstante, según los varones iban creciendo y se incorporaban a la carrera militar, las estrecheces económicas de Gregoria Matorras también desaparecían, siendo decisivo en ello el matrimonio de su hija María Elena con Rafael Menchaca. Tuvo lugar en Madrid en diciembre de 1802, y a partir de entonces los problemas de liquidez dejaron paso a una etapa de bienestar que coincidió con el traslado de la familia a Ourense, donde hacia finales de 1803 nacía Petronila.

Esta buena posición se reforzó años después con el testamento que el general San Martín otorgó en favor de su hermana y su sobrina, concediéndoles sendas pensiones vitalicias: 1.000 francos anuales para María Elena, ordenando que, a su fallecimiento, se le continuase pagando a Petronila 250 francos hasta su muerte, documento que el libertador dictó en París en 1844, pocos años antes de su muerte

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Firma de Petronila Menchaca de San Martín en su escrito de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Pintora de miniaturas

Para entonces, la matriarca, Gregoria Matorras, ya había fallecido y sus restos reposaban en la iglesia de Santo Domingo, en Ourense, mientras su nieta, Petronila, vivía ahora en Madrid con sus padres y continuaba abriéndose camino en la que era su gran pasión: la pintura. De hecho, fue considerada una especialista en miniaturas, las cuales se expusieron en museos y galerías de arte, y también formaron parte de lotes benéficos e importantes subastas artísticas.

Con 27 años, Petronila es admitida como académica de mérito en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Así lo corroboran fuentes de esta entidad, según el acta de la sesión del 18 de julio de 1830. A partir de entonces, su nombre despega y se hace más conocido en los ambientes culturales del Madrid la época.

En 1840 participa en el acto que se organiza en favor del pintor Antonio María Esquivel, quien un año antes se había quedado prácticamente ciego a causa de una enfermedad; esta circunstancia sumió al artista en una profunda depresión y sus amigos, poetas y pintores -entre los que se encontraba Petronila- sufragaron los costes de un tratamiento realizado por un oftalmólogo francés, para lo cual organizaron una velada benéfica en el Liceo de Madrid el 8 de abril. Participaron, entre otros, Espronceda, Zorrilla, Hartzenbusch, Campoamor y Romero Larrañaga, y se sortearon cuadros cedidos por varios pintores; uno de ellos, de Petronila Menchaca de San Martín. Los más de 20.000 reales recaudados fueron destinaron a ayudar a Esquivel en el difícil trance de su enfermedad, lo cual le permitió recuperar gran parte de la visión y seguir pintando.

De esta manera, inmersa en la vida madrileña, la joven pintora siguió especializándose en miniaturas y asistiendo a actos sociales como la “Coronación como poeta” de Manuel Quintana (en 1855), una ceremonia que tuvo lugar en el Salón de Sesiones del Senado, presidida por la Reina Isabel II. Petronila también estuvo allí. Su nombre quedó recogido para la historia en la publicación alusiva a tal evento, figurando entre los representantes de la sección de Pintura del Liceo Artístico y Literario de Madrid.

Entierro en la iglesia más famosa de Madrid

Su madre, María Elena, aún disfrutaría durante muchos años de los éxitos de su hija como pintora, hasta su fallecimiento, ocurrido en Madrid en 1852, mientras que Petronila, quien fue hija única y tampoco dejó descendencia, murió soltera en la misma capital el 11 de enero de 1880 a la edad de 77 años. Fue enterrada en la parroquia de San Sebastián y su iglesia -situada en el Madrid antiguo-, declarada por Franco Monumento Histórico-Artístico en 1969, destacó por haber sido escenario de bautismos, bodas y defunciones de más de 2.500 personalidades.

Era, sin duda, el “templo cultural” por antonomasia. En él fueron bautizados Jacinto Benavente, Ramón de la Cruz, Moratín, Asenjo Barbieri, José Echegaray o Tirso de Molina; se casaron Mariano José de Larra, Bretón de los Herreros, José Zorrilla, Gustavo Adolfo Bécquer, Valle-Inclán, Mariano Fortuny, José Canalejas, Menéndez Pidal y el presidente el Gobierno Mateo Sagasta, y en cuanto a sepelios sobresalió el de Lope de Vega -que fue enterrado en la cripta- y las actas de defunción de Miguel de Cervantes, Ruiz de Alarcón, Ventura Rodríguez o Espronceda.

El cementerio de esta parroquia llegó a ser, incluso, escenario de una macabra historia, protagonizada por José Cadalso, intelectual español del siglo XVIII, quien trató de desenterrar el cuerpo de su amada, la actriz María Ibáñez, ante la imposibilidad de soportar el dolor de su pérdida; una experiencia que le sirvió luego para narrar sus célebres Noches Lúgubres, y un escenario que también utilizaría Pérez Galdós como argumento para la obra Misericordia.

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Coronación del poeta Manuel Quintana, a cargo de la reina Isabel II, acto al que asistió Petronila Menchaca.

Reposo eterno sin sobresaltos

A diferencia de su abuela, el reposo final de Petronila no tuvo sobresaltos, y con su muerte se cerró la línea genealógica de la hermana de San Martín y se puso fin a la parte ourensana del “libertador”, quien falleció con la creencia de que su sobrina era la única descendiente de la familia, al haber perdido él todo vínculo con sus hermanos.

De esta forma, María Elena y su hija -la pintora de miniaturas- se convirtieron en el lazo de sangre que para siempre uniría el nombre del general San Martín con Ourense, una ciudad que aún hoy custodia los restos de la matriarca, Gregoria Matorras, sepultados en algún lugar de la iglesia de Santo Domingo, como ella misma deseó y testamentó:

“Encomiendo mi alma a Dios (…) a quien suplico la perdone y la lleve a su eterno descanso; y el cuerpo mando a la tierra de que ha sido formado, el cual cadáver quiero sea amortajado con el hábito de mi padre Santo Domingo de Guzmán, y sepultado en la iglesia parroquial donde a la sazón de mi fallecimiento sea feligresa, en cuyo día (…) se diga por mi alma misa cantada de réquiem, con diácono, subdiácono, vigilia y responso, y además se celebrarán veinte misas rezadas, dando por limosna de cada una de ellas cuatro reales de vellón”.

Y así se hizo. Los restos mortales de la madre del libertador reposaron en paz durante 134 años hasta que en 1947 -obviadas sus voluntades- una comisión promovida por Franco y Perón contradijo sus deseos e intentó trasladar sus cenizas de Ourense a Buenos Aires. Quizás su espíritu intercedió y logró desbaratar aquella estrategia tejida entre egos e intereses políticos. Fuese o no cosa divina, lo cierto es que aquellos restos siguen reposando donde deben; no sé si por los siglos de los siglos, pero al menos han ganado algo de tiempo y, sobre todo, mucha dignidad.

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