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Deambulando
No es parque natural, aunque podría serlo. Es una masa forestal arraigada en suaves laderas casi exclusivamente de coníferas. El pino, algunos robledales (carballeiras), pero siempre cercadas por el pinar, unos cuantos abedules, la invasora mimosa, algún solitario eucalipto. Los llamados castros de Trelle no es que se lo disputen unos cuantos ayuntamientos, sino que se lo reparten Barbadás, Toén, Cartelle, A Merca y hasta San Cibrao. Éste que podría ser el pulmón ourensano, podría también ser el parque por excelencia. Su cima dominada por una torreta de vigilancia de incendios fuera de uso, su base de la brigada contra incendios, ninguna población incrustada en su círculo le dan un carácter único cruzado por docenas de pistas forestales y unos cuantos cortafuegos, algunos revertidos en auténticas pistas. Este escenario que podía ser paseado, apenas lo es, pero si por docenas de ciclista de montaña, del que auténtica meca. Confieso que para los que habitamos la barriada urbana en su oriental vertiente era un referente subir a los Castros e incluso llegar hasta el campo de tiro que el Ejército tenía en Toén donde cuando aproximados, un tanto asustados por las detonaciones de bombas y disparos de fusilería. Unas cuantas décadas después transitamos una vez más, como cuando de adolescentes, por pistas casi heladas, con la buena temperatura que el sol presta, arrancando ahora nosotros desde Bentraces, su inusada cancha multideportiva, su por décadas inutilizado campo de fútbol, porque tanto Bentraces como más arriba Sobrado ya no tienen equipos que, desaparecidos, se podrían condesar en el que Barbadás tiene en A Valenzá; alguno de los que me acompañan dice que se perdió interés por estos equipos inviables, ya por falta de directivos ya por alguna soldada que se pagaba a alguna figura, y así el campo de Sobrado esporádicamente usado para prácticas de tiro con arco, y el de Bentraces, desconozco el uso, devorado por las zarzas del exterior.
Caminos, o más bien pistas forestales, radiales unas cuantas, te lleven a la cima más allá de los 600 m. de altitud, 6.036 será si te subes a la torreta metálica que desde décadas sirvió para alertar de los pocos incendios que se produjeron en su cinturón, y de los muchos de otras comarcas; hoy está inoperativa. De pequeños era toda una prueba de vértigo subir a su cima y estarse un rato de balanceo casi imperceptible, metidos en la misma caseta cuya trampilla solía estar abierta y que los más arrojados abordábamos. Alguno pasaría en ella más de una noche.
Dentro de los términos del municipio barbadense discurrimos mucho rato al lucidísimo sol que se hurtaba en la olla ourensana. Animada la charla de este variopinto grupeto bajo las frondas y a sol abierto, cuando la helada que endurecía la pista, alfombrada por las frondas de los carballos, iba cediendo por la acción del sol haciéndose húmeda. Un par de ciclistas suben con soltura y agradecerán haber salido de la nebulosidad urbana, cuando entre las muchas risas provocadas por la gracia de un simpar monologuista que el caminar más llevadero hacía, arribamos a la cima donde la base contraincendios con un helicóptero tapado en su parte más sensible y poca guarnición o retén por el invierno. Aposentados en un claro del denso bosque sacaría un acompañante un dron para subirlo a poco más de 100 metros, hacerlo evolucionar, impresionar con su cámara fotos y videos de toda la densísima floresta, hacerlo posar, agotar casi su batería, lo que percibiendo, el ingenio aeronáutico se las arregla para el aterrizaje en el mismo punto de partida. Un prodigio que asustaría a nuestros padres y que nosotros asumimos con tal naturalidad como si esta edad de la tecnología nos fuese siempre dada. Luego de esta demostración, tres de retorno para ampliar el camino que nos llevaría por la misma base de helicópteros en cuyo perímetro está una replantada pedra furada, producto más de la erosión que del humano trabajo a la cual los antiguos profesaban ritos de culto a la fertilidad. El verinense Taboada Chivite, eminente investigador prehistórico, en Ritos y Creencias Galegas, aborda estos cultos en un libro en su día el más vendido.
Estos castros que pueden ser muchos en todo el forestal recinto, se supone, porque inexcavados, dan nombre a aquella masa forestal que rodean las aldeas de Xestosa, Trelle, Ramirás, S.Tomé, Teixugueiras, Seara, Sabucedo, Pereira, Parderrubias, Loiro, Bentraces, Sobrado, acaso Trellerma o Moreiras, y alguno que se quedare en el camino, cuando se perdían, al ir por libre por esas pistas que tanto despistan a inexpertos, los otros dos colegas que con nosotros venían y que a punto de rescate por la protección civil de la zona, demuestran que a veces el monte despista y más en una zona boscosa con pocos referentes a la vista y caminos forestales por doquier.
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