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El primer día de huelga de los buses urbanos no solo dejó escenas de protesta y bochorno. Los otros afectados por la reducción del servicio de transporte público fueron, sin duda, los propios ourensanos que día sí y día también organizan su vida cotidiana alrededor de horarios y rutas. Ayer pudieron verse algunas aglomeraciones en las principales arterias de la urbe, aunque las esperas fueron más pronunciadas en aquellas zonas periféricas en las que los vecinos precisan desplazarse largas distancias.
A las 9.30 de la mañana, los usuarios esperaban, como cualquier otro día, a los vehículos junto a las paradas. Eso sí, contra lo acostumbrado, era evidente la confusión y la sorpresa por parte de algunos al comprobar que había un tiempo de espera mayor de lo normal y que algunas líneas no cumplían con los horarios habituales. Además, se sumaba la incógnita que inspira el temido pronóstico de “+15” minutos, repetido varias veces en las pantallas luminosas de la Alameda o del parque de San Lázaro.
Desde estos puntos de la ciudad, los piquetes en las cocheras de la concesionaria y los presuntos sabotajes sufridos por parte de la flota eran una realidad invisible para el público. La presencia de la huelga solo se dejó ver en una pancarta de la CIG en el Parque de San Lázaro y los carteles de “Servicios mínimos” en el parabrisas de cada uno de los autobuses. Otra nota irregular fue un cámara de televisión haciéndose con planos de la marquesina y el tráfico frente a la Subdelegación de Gobierno.
Fue en las paradas más multitudinarias donde se pudieron ver los grupos más grandes, tanto para subir como para bajar. Al calor del sol o del gentío del interior, apiñados como sardinas a la parrilla y en su lata, los ciudadanos no viajaban en las mejores de las condiciones.
Con tan pocos indicios explícitos, acabaron por formarse corrillos de ciudadanos, bono en ristre para ponerse al tanto de nuevos horarios. Algunos se agolpaban junto a las puertas de los buses para preguntar al conductor sobre sus transportes, de los que no tenían noticia. “¿Cuánto durará esto?”, preguntaban en algunos grupos, sin visos del fin de la huelga.
Mientras que en el centro urbano los usuarios pudieron adaptarse dentro de sus posibilidades, las zonas rurales, muy dependientes del transporte público, se vieron más agravadas por el descontrol de la primera jornada de paro. Las distancias son más largas y, entre bloqueos de los piquetes y los daños en los vehículos, las esperas se dilatan y, con ellos, el día se alarga y hay que asumir retrasos y renunciar a citas o recados.
Desde la Asociación Veciñal de Seixalbo denunciaron que en el barrio se vieron perjudicados por unos servicios mínimos que finalmente no acabaron por cumplirse. “A xente que sae ás 6, ás 7 ou ás 8 da mañá, que van ao traballo ou aos colexios, quedaron tirados nas paradas”, relata Xosé Carballido, presidente de la asociación. “A xente foise acumulando e habería que ver despois se caben no autobús”.
Como ejemplo ilustrativo, Carballido narra lo que vio en la primera jornada: “Collín o coche e durante todo o recorrido dende Seixalbo ata o centro vin as paradas do autobús con 20 ou 30 persoas esperando”. El problema de los amontonamientos y la falta de coordinación, para él es la falta de información: “Ninguén informa”. Los imprevistos, en forma de presuntos daños o de piquetes, no se notifican a tiempo y, de una u otra manera, solo llegan al público cuando es demasiado tarde.
Carballido echa de menos una mayor iniciativa por parte de Jácome y lanza un mensaje: “Asuma vostede o seu papel e convoque ás partes e obrígueos a que senten e negocien”. En el regidor ve la figura de un mediador esencial para llevar las negociaciones a buen puerto y acabar con la huelga cuanto antes. Al fin y al cabo, la concesionaria depende del Concello, que está por encima de ella.
Desde la agrupación de vecinos de Seixalbo creen que “a folga é lexítima, como todas, polo dereito de folga”. En su opinión, “o eslabón máis feble da cadea é o traballador”. La empresa, desde su punto de vista, presenta signos de “prepotencia” y debería “estirarse” para alcanzar el compromiso con los empleados. A este respecto, Carballido cree que los servicios mínimos establecidos han sido los causantes del “cabreo” de los trabajadores: “É abusivo, non cumpre co obxectivo da oferta esencial”.
El parón no tiene pinta de acabar pronto, es preciso cuidar del fin último: el transporte público.
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