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LA NUEVA OURENSANÍA
Simone Silva dos Reis José (Ilheús, 1982) nació en una familia humilde en un paraíso de millonarios. Entre palacetes coloniales y plantaciones de cacao, su padre faenaba con un machete cortando cocos con los que luego elaboraba “las famosas cocadas”. Simone aprendió el oficio y, al igual que sus hermanos, ayudaba. “Se compraba el fruto natural propio, se lavaba, se cascaba, se hacía dulce y se vendía al público, tenía un puesto en una pequeña feria”, explica sobre una tradición familiar que viene muy de atrás, y a la mente viene una imagen de una saga rodeada de palmeras, cocos y delicias azucaradas.
Un gran contraste entre pasado y presente se apodera de la conversación al mirar a una brasilera que, enmarcada entre su casa de granito y la Ribeira Sacra, continúa el relato de su vida bajo las gotas de una lluvia poco tropical asomando. “Fui madre, y buscaba una vida mejor para mis hijos”, explica acerca de su traslado a Galicia, y confiesa que “la vida tampoco es como uno piensa al llegar aquí”.
Por lumínico que parezca, el pasado de Simone no era precisamente dulce como las cocadas. Con un padre autoritario que educaba bien a la antigua, “como le enseñaron”, aclara Simone, abandona el hogar con 14 años y tras una vida en Vianópolis hacia el interior de Brasil, emprende la vía del emigrante. “No sé si lo volvería a hacer porque es muy duro”, confiesa. Hoy, con casa propia, y un trabajo con el que recorre el rural ourensano, se siente más que realizada.
Tiene Simone dos hijos, un niño brasilero y una niña mitad gallega fruto de una relación con un autóctono con el que vivió en Padrenda diez años. Estudió auxiliar de enfermería y trabajó en ayuda domiciliaria. Después fue a Ourense capital hasta que por un portal de internet accedió a la oferta de su actual empleo. “¡Gente! Yo no creo en milanuncios ¡pero mira!”, hace ella divertida un guiño a la cámara.
Simone es repartidora de pan por las mañanas y con su furgoneta hace llegar este bien preciado del Fontaíño a unas cuantas aldeas colenses y peroxanas. “Graíces, San Lorenzo, Cerdedo, Mira do Río, Cima de Vila, Tras do Río, Bamio de Fondo, Ciudadela, Casundila, Costa da Cabra, Abertesga, O Val, Pousada, O Casar, Villerma, Louredo, Gulfariz, Andelo, Santa Ouxea, A Peroxa y algunos locales ourensanos”, recita como un responso por teléfono, no queremos hacer menos a ningún pueblo, pero ya podían agruparse algunos, porque escribirlos como Dios manda un buen rato lleva.
Cuenta Simone que la gente le quiere mucho aunque algo de racismo hay en el rural, y lógicamente cada cliente tiene sus preferencias. ¡Ay de quién sirve el pan churruscado al que no lo puede roer!, capea bien a los abuelos esta mujer morena y baiana. Concluido itinerario, marcha Simone por las tardes a Amoeiro a limpiar locales.
Su mejor anécdota, la casa con la que dio en una de esas rutas de la harina que hoy es suya. “Me enamoré de estas vistas y la anterior dueña me dio la oportunidad de comprarla”, habla Simone de su nuevo hogar. Allí están, de enero a diciembre, ella y cuatro vecinos. “O único perigo é que che baixe un porco bravo”, bromea sobre la soledad en las aldeas. “Me gusta tener ‘fartura’ na casa”, comenta sobre las bondades del huerto, otra de sus ocupaciones.
Se considera una persona con suerte por haber dado con otra que “le facilitó el pago”, comenta. “En Ourense (capital) no puedes hacer esto, pero en los pueblos das una entrada y luego haces como un alquiler”, a su manera describe Simone un acuerdo al que llegó con la propietaria, que no le complicó la vida con bancos ni soluciones que no estaban a su alcance. Opina bien Simone que si hiciesen esto tantos interesados, más casas se venderían y más vida habría en las aldeas. “Entiendo que hay gente que no es legal, pero no podemos pagar todos por igual”, mezcla Simone dos cuestiones interesantes en una sola frase con prisa por dar mucha miga hasta en el día feriado. Es domingo, pero se cuela la costumbre por esos mayores en urgencia de que le llegue la bolla de pan. Por un lado, está lo de que “no estarían tantas casas libres, ni invadidas, ni de cualquier manera”, comenta, y por otro, que no todas las personas tienen capacidad de acceder al mercado de las ofertas financieras.
Acaba la entrevista y hablamos de los más y los menos del rural en Galicia, y de algunas acometidas del concello que le sugirió a nuestra llegada como tema de fondo la vecina. “A liña de bus, o camiño podería estar mellor, e poñer unha farola”, esboza las dificultades de volver a casa de noche con el furgón, pero sus prioridades se palpan.
Escampa nubarrones Simone, que todavía no ‘acredita’ que se esté comprando una casa. “En nuestro país no teníamos lujos y aquí sabemos vivir con poco”, dibuja el sueño del migrante una feliz baiana peroxana
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