El trinar de los pájaros por esas arboladas rutas

Deambulando

Cuando el grelo se hace florido y los primeros brotes, también floridos, de los árboles aparecen, esta explosión primaveral va acompañada de los trinos de las aves a la búsqueda de pareja.
Cuando el grelo se hace florido y los primeros brotes, también floridos, de los árboles aparecen, esta explosión primaveral va acompañada de los trinos de las aves a la búsqueda de pareja.

A uno le seducen los trinos de los pájaros. Acostumbrado a diferenciar los de las grandes aves como el agudo de las águilas, o el castañear de las cigüeñas, o el de las medianas como cuervos, mirlos, estorninos, urracas, palomas arrendajos…, lo de las pequeñas se me antojan como de más dificultosa distinción, salvo jilgueros, gorriones, y algún otro. Ahora una aplicación para móviles que puesta en modo escuchante identifica al pájaro, lo describe y aun puede reproducir su canto y atraerlo a la busca de congénere como nos sucedió a Vitín Astorga, a Fer Risco y al que suscribe, cuando el segundo lo puso en acción atrayendo a un alejado carbonero común, carboeiro, al reclamo de contestadora hembra. Un prodigio mientras reposadamente discurríamos por esa ruta de Cañón al Vieiro, de uno de los múltiples caminos, acaso reinventados como de San Rosendo y que a Celanova llevan; éste donde nos hallábamos, de umbría tan grata que pocos tales hallarse pudieran, aun brotando sus hojas. Pasando en la vuelta por las cercanías de Amorociño donde han restaurado una casa y pasan temporadas los hermanos Moreiro, Elías, un elegante emigrante por Europa, y Manolo, al que siempre inventando recuerdo cuando la pedagogía ejercía, no sé si ahora, pero su mente inquieta siempre estará alerta. Por Goterre, algo me recordaba de la familia rosendiana de los Gutiérrez, Gutierres o Goterres, de esos nobles, que próximos al rey de León y de mucha influencia en su condado y fuera de él, afincados casi en la desembocadura del Duero en tiempos de la dicha Reconquista. La vuelta del caminar por las faldas del monte das Neves en el costado oriental donde nacería el primer cenobio y dicho así por lugar de nieves y de frescura que usado sería, según leí, para conservación de alimentos, dando como sombra a Celanova.

Los cantos de las aves ejercen sobre el espíritu un sosiego como pocas, por lo que débese pasear en soledad para impregnarse de él, y no en grupos donde la conversación si no dispersa si distrae del rumor de estas aves a la búsqueda de pareja, que muy fácil lo tienen los cucos que ni crían, ni alimentan ni enseñan el vuelo a su prole al depositar el huevo en nido ajeno.

“Juzga ricos a sus hijos pues les deja la libertad, las aves y la liga”…, esto decía el eximio poeta Horacio, el más imitado de los poetas en el Renacimiento, a propósito del legado a los hijos en el medio rural. Aunque lo de la liga, esa untuosa sustancia y pegajosa que inmoviliza las patas de las pequeñas aves canoras, que nosotros de pequeños más oíamos que se empleaban como trampa, sin conocer su uso, pero si el despiadado del tirachinas o flecha, como le decíamos, la verdad sin que atinásemos lo suficiente para abatir a algún pajarillo.

Además estábamos atemorizados por la militancia pro pájaros que llevaban como bandera en la proximidad del Barrio da Carballeira, Luis Rodríguez, “Cazón”, y más abajo, a medio camino hacia el Posío, Adolfo Rego, defensor como pocos de las aves, ahora nonagenario devorador del acontecer ourensano y ocasional colaborador de este periódico, desde la distancia de su amada Ramallosa. Así que nuestras golferancias contra las aves estaban mitigadas por estos dos señores a los que en cierto modo respetábamos, con algo de temor también, que fue una de las razones de que las escopetas de balines jamás prosperasen inter nos; acaso de entre el medio centenar que éramos, una sola escopeta recuerdo, más para hacer blanco en una lata, o en una moneda para los tiradores de crédito, que para apuntar a los pajarillos en la enramada.

De las aves, sus melodiosos cantos, sus vuelos, acrobáticos los de vencejos, y de los estorninos cuando en bandadas por millares forman esos ejércitos voladores que van sumando contingentes a medida que surcan los cielos sin que ninguno de los apretujados voladores choque cuando nos prodiguen ese cuasi milagroso muestrario de formas.

El sueño del ser humano por elevarse a las alturas tuvo en Ícaro a un desafortunado por desafiar al Sol, Febo, que derretió sus cerúleas alas y lo precipitó en las mediterráneas aguas del mar Egeo o Icario, que por eso su nombre lleva. Ahora podemos volar hasta desafiar al Sol, a Eolo, en esta era donde las alas tienen la forma de paracaídas; mejor, parapente… por hablar de aparatos autónomos, y otros muchos artilugios, pero nunca llenaremos el cielo con nuestros trinos, acaso con armoniosos sonidos los que capaces de entonar melodías.

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