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LA NUEVA OURENSANÍA
¡Qué dicha reencontrarse con personas que llamaron tu atención mucho tiempo antes, y después quedaron en el olvido! “Yo te conozco, me pediste para una entrevista hace un año”, comenta Yennifer Deschamps, con mucha soltura aunque en realidad sea tímida. No conseguimos ubicarla, pero seguro que, como hoy, no nos pasó desapercibida, luce en el presente un estilismo que lo tiene todo, zapatillas molonas, gafas de estrella, estampado tartán, pendiente en el ombligo y uñas. “Vengo ahora mismo de hacerme la manicura”, comenta, es una alegría cruzarse con ella por la calle, en una parada de autobús un poco sombría. A la derecha ancianos enlutados, a la izquierda otros seres con cara de acelga, Yennifer tiene el día libre, y se da sus pequeños caprichos en la vida.
Nació ella en el Cibao, una región en una isla del Caribe. “Santiago, la segunda capital de República Dominicana”, concreta. “Vine de vuelta porque estuve de los diez a los catorce años en Ourense”, explica. Cuenta que su madre se casó con un señor de Carballiño y se las trajo a ella y a su hermanito, hasta que se marcharon de vuelta. “Aquí la gente es guay, amable, como decimos nosotros”, concreta. “Yo soy muy chula con las personas”, dice de sí misma, “Agradable”, puntualiza luego. Le quedó la forma de hablar del gallego adolescente, que parece que allá y acá tuviésemos distintas lenguas.
Cuenta treinta y siete años, y mientras estuvo del otro lado trabajaba porque no le gustaban mucho los libros, “tengo que serte sincera”, arranca su discurso sobre esta materia. “Mi papá tenía una empacadora de sal”, dice sobre su empleo con su padrastro, del biológico no sabe mucho, ni tampoco de los hermanos que podría tener. “Si te digo flipas, ¿treinta?”, comenta. Reímos juntas los revolcones del progenitor, que están lejos para Yennifer Deschamps de ser un problema.
Viene un recuerdo a la memoria, cuando menciona A Mezquita y un episodio en un bar en el que ella trabajaba y servidora andaba dando vueltas. Allí estuvo desde que llegó, empleada como camarera. “El Oasis, en Taboadela”, especifica minutos después, concretamente en A Telleira. “Ibas con cuatro niños”, dice, y ahí sí, se aparece su imagen, como una revelación, con toda clarividencia. Se le ponían los ojitos tiernos al mirarlos, era un misterio en aquel momento su debilidad por ellos. “Quiero traer a mis cuatro hijos”, dirá cuando entremos en harina, y cuente que ansía una estabilidad económica, que esperamos que pronto llegue. Aquí como allí alimentar bocas no es fácil, tal y como están los sueldos. “Tengo tres niños y una niña, el mayor de diecinueve, la pequeña de tres”, especifica ella. Su idea es traerlos a todos porque la maternidad a distancia es lo que peor se lleva. “He llorado… no te imaginas, es horrible”, reconoce, y aventura que en el año próximo cumplirá esa meta.
Hace poco cambió de trabajo, en el mismo sector, pero en Ribadeo. “Una amiga dominicana lleva allí un bar, y lleva insistiéndome desde que llegué”, comenta. Va y viene, todas las semanas, Yennifer a A Valenzá, donde vive con unas amigas que considera ya familia. “Son como mis tías, amigas de mi madre de nuestro país”, revela. “¡Mi bus!”, exclama mientras hablamos. Allá va lleno de gente gris, el transporte público sin ella. Ya van dos que pierde hoy, y le urge marchar pues tiene comida con sus parientas.
“Dormir y escuchar música”, comparte sus momentos de ocio. “Bailo bachata o romántica con mi jefa”, añade. “¡El perico ripiao tía!”, dice cercana cuando se le hace elegir entre esa fiesta y la muiñeira. Confiesa Yennifer que pese a las morriñas la pasa bien, la han tratado como Dios manda en el rural y en las ciudades nunca siente miedo. Para todo lo gastronómico se queda con lo de su isla, pero alaba “la tranquilidad”, sobre nuestra tierra.
“¡Meu fillo!”, cómo no, eso en gallego se lo sabe bien, Yennifer Deschamps, madre donde las haya en la distancia, así se vista moderna o clásica, de amarillo, rojo o negro. Pero sentimentalismos los justos, que en este momento la vida va de hacer cuartos para enviar a sus polluelos. “Las zapatillas y las patatas de aquí”, gustos y objetos fetiche salen a la luz en su novela. Pequeños placeres mundanos, para sobrellevar las ausencias.
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