Abel o la ruleta del tiempo simultáneo

LOS LIBROS QUE LEO

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En una y otra orilla de la hispanidad, tengo buenos amigos, lectores de rigor, gente atrincherada en el búnker de sus bibliotecas, que defienden aquella tesis de que sólo los clásicos podrían depararnos alguna sensación de novedad, porque todo lo contemporáneo es insulso, baladí e insuficiente. A mí, en lo personal, varias veces me despeinó el golpe de ala de esa idea que alenté durante cierto tiempo.

No hay pesimismo que resista la germinación atroz de la esperanza: con ciertos autores, con ciertas voces de hoy, he tenido la sensación de que todo está por descubrirse, de que lo excepcional, lejos de estar gastado, más bien permanece oculto. Doy un nombre: Alessandro Baricco. Cualquier lector de ambición más o menos refinada tendrá un título en el directo: Seda. Y está muy bien, pero su resorte esencial descansa en lo argumental, en un delicado giro de tuerca del relato.

Esos caracteres oscilan entre una aspereza rayana en la crueldad, y una compasión muchas veces inexplicable

Hoy quiero hablaros de Abel, la última novela del genio italiano (Anagrama, 2025). Aquí el reto no está solo en la montaña rusa de emociones que provoca la narración del western. Aquí el clímax de lo estético está en lo técnico: la historia personal y familiar de Abel Crow, un sheriff del Oeste para quien el tiempo no es una mera saeta que atraviesa de A a Z todas las letras del abecedario, sino una coordinación de fragmentos donde los efectos se adelantan a las causas, y alguien puede sentir el roce de un disparo antes de que otro, a cuatrocientos metros, alimente con plomo la recámara de un Winchester calibre 44.

Crow es un hombre atormentado por el abandono de su madre, y la imagen de unos indios dakotas degollando a su padre. Una serie de visiones macabras le acosan de tal modo que para él los acontecimientos funcionan como una ruleta del tiempo simultáneo, una sucesión aparentemente caótica, donde todo está milimétricamente ordenado. Baricco juega con el lector, que pudiera creer en primera instancia que se trata de un western típico, con tiroteos gratuitos, y malotes que escupen por el colmillo sin razón. Se trata de un fresco de personajes heridos como todos nosotros, por la soledad, por la ausencia de sentido de aquello que debería tenerlo.

Esos caracteres oscilan entre una aspereza rayana en la crueldad, y una compasión muchas veces inexplicable. Con un estilo críptico, y a un tiempo metafórico, nos sumerge en la convicción progresiva de que todo está escrito, legiblemente, pero no en orden, persudiéndonos de que esa es tal vez la estrategia del universo para no abaratar su misterio.

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