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El Madrid respira sin fútbol (2-0)
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Hace ahora una semana, el mundo se sacudía por el fallecimiento de la estrella baloncestística Kobe Bryant, una de sus hijas y otras siete personas que viajaban a bordo de un helicóptero siniestrado en California. Las primeras informaciones corrieron como la pólvora a nivel mundial. Primero con rumores, luego con informaciones. Todavía no se había oficializado la identidad de las víctimas cuando ya se estaban haciendo los primeros homenajes a Bryant.
Fue el mito de los Lakers una de esas figuras que traspasó fronteras. Los aficionados al baloncesto lo adoraban, muchos, o lo respetaban otros. Pero incluso los más ajenos al deporte de la canasta sabía de sus méritos.
El deportista se ha convertido en algo más. Una figura pública, un modelo a seguir (o no) para las futuras generaciones. Siempre ha sido así, pero en este siglo XXI de avances tecnológicos y globalización, la trascendencia de los ídolos no conoce fronteras.
Gestos, silencios, llantos y recuerdos para Bryant. Llegaron de colegas, otras estrellas, instituciones, políticos y ciudadanos anónimos. Poco importan las sombras biográficas en estos momentos. Una desgraciada prueba de que el deporte está presente en la vida. Y también en la muerte.
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