La Carta Magna
Los "padres de la Constitución" y el triunfo del consenso
Tribuna
En los últimos tres años se vienen produciendo desde ciertos sectores de la sociedad furibundos ataques a las instituciones y a la Constitución, sin otro fin que romper unilateralmente las reglas de juego que nos hemos dado entre todos hace más cuatro décadas, rechazando cualquier posibilidad de resolución de las diferencias políticas dentro de los procedimientos propios de un Estado de Derecho como el nuestro. Dichos embates no son improvisados y pretenden liquidar el enorme e importante legado de la Transición. Frente a quienes buscan la confrontación y el enfrentamiento, frente a quienes apuestan por la ruptura y por arrasar aquello que nos une, frente a quienes quieren destruir la convivencia e imponer fronteras…, hay que responder, con firmeza, que sólo en la ley y dentro de la ley se pueden encontrar las soluciones a los retos presentes y futuros. La Constitución, base y límite del poder ejercido por todas las instituciones, y el Estado de Derecho no sólo son el fundamento de nuestra democracia sino los instrumentos idóneos para defenderla.
El texto de 1978 es mucho más que un acuerdo de mínimos, un punto de confluencia o un consentimiento coyuntural. Es una proyección en el tiempo del pacto por el consenso y la concordia y un acto de esfuerzo y renuncia a lo accesorio para proteger lo fundamental: el entendimiento, antes, ahora y en el futuro. La Constitución, desde su aprobación, se configuró como una norma que diseñó nuestro modelo de Estado, fortaleció la participación democrática, organizó nuestras instituciones, acogió la diversidad territorial, y se convirtió en el garante de nuestros derechos y libertades. Durante estos años nuestro país ha avanzado como nunca en su historia. Los esfuerzos por buscar puntos de confluencia y la capacidad de anteponer el sentido de Estado a las legítimas aspiraciones de las fuerzas políticas dieron como fruto un texto que ha permitido a nuestro país consolidar su régimen democrático y progresar en todos sus ámbitos: crecimiento económico, desarrollo social, bienestar, igualdad, modernidad, y pluralismo. Nuestro texto fundamental ha ido conformando en la sociedad española unas formas de comportamiento que se presentan ligadas al dialogo, la crítica constructiva y las decisiones compartidas, fortaleciendo el sistema como garante de la paz social, la concordia y el desarrollo de la España plural que hoy disfrutamos.
La Constitución y, en general, nuestro sistema jurídico-político han sabido adaptarse a circunstancias muy difíciles y cambiantes. Con total sinceridad, creo que como marco legal ha cumplido, en sus cuarenta y dos años de vida, su cometido de ordenar democráticamente nuestra convivencia; ha servido, asimismo, como apreciado instrumento de cohesión social y territorial y ha sabido tender los puentes necesarios para buscar puntos de confluencia entre los españoles, desempeñando un indiscutible papel como código de principios y valores transversales e incluyentes. Sin embargo, no hay que caer en el error de sacralizarla y tomarla como inamovible. La Constitución no es ni debe ser objeto de culto; como toda obra humana puede y debe ser revisada, pero solo por las propias vías que ella misma prevé. La reforma solo puede estar orientada a mejorar las disposiciones constitucionales que, según ha demostrado la experiencia, presentan deficiencias, insuficiencias o disfunciones, ya sea en el terreno competencial, institucional o financiero, reforzando los mecanismos de colaboración, en un marco de relaciones institucionales inspirado en los principios de compromiso y lealtad. Con la seriedad y responsabilidad que requiere, hay un margen de perfeccionamiento que debe ser abordado.
Hoy más que nunca la Constitución debe ser defendida, reivindicando el enorme esfuerzo de quienes hicieron posible, con espíritu generoso y voluntad de pacto, tan importante proyecto, y se la defiende cumpliéndola y haciéndola cumplir, respetando las reglas que entre todos nos hemos dado. Hoy más que nunca hay que pedir coherencia, responsabilidad y sentido de Estado a nuestros políticos, como aquellos que hicieron posible en 1978 nuestra Carta Magna. Urge realizar una profunda labor pedagógica para sumar adeptos a una causa constitucional renovada que recupere a los adultos desilusionados con la realidad y en especial a los jóvenes para que sientan la Constitución no sólo como una herencia del pasado sino como algo propio que le sirva para encarar el futuro. Nuestra Constitución, con las debidas adaptaciones, puede y debe perdurar sin complejos y evolucionar sin perjuicios. Por ello tenemos que apostar un año más, con toda la satisfacción y toda la emoción de la que seamos capaces, por una Constitución que es y quiere seguir siendo de todos y para todos. Que esta conmemoración del 6 de diciembre no nos lleve a la añoranza y a la melancolía sino a manifestar nuestro compromiso con una Constitución de la que una gran parte de la ciudadanía nos sentirnos orgullosos y partícipes, y, a su vez, para advertirnos de los retos y desafíos, algunos muy complicados, que el mañana nos va a deparar. Conmemorar la Constitución significa recordar y celebrar lo que nos une y respetar lo que nos separa. Se lo debemos a nuestros mayores, a nosotros mismos, y sobre todo a nuestros hijos.
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