España y Portugal, un camino común

40 AÑOS DE LA ADHESIÓN A LA UE

El ingreso en la Unión supuso en 1985 un reto de dimensiones colosales para los dos países considerados periféricos

El presidente español Felipe González y el ministro de Exteriores Fernando Morán firman el tratado en 1985.
El presidente español Felipe González y el ministro de Exteriores Fernando Morán firman el tratado en 1985.

El 1 de enero de 1986 marcó un antes y un después en la historia contemporánea de la península ibérica. Ese día, España y Portugal se convirtieron oficialmente en miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE), culminando un proceso de negociación que había comenzado años atrás y que simbolizaba la plena incorporación de ambos países a un proyecto político, económico y social que transformaría sus estructuras internas y su papel en el mundo. La firma de los tratados de adhesión, realizada el 12 de junio de 1985 en el Palacio Real de Madrid y en el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa, fue el acto solemne que selló la voluntad de dos naciones recién salidas de dictaduras de integrarse en la Europa democrática y comunitaria.

El ingreso supuso adaptar estructuras productivas, abrir mercados y asumir las reglas de un espacio económico común

La adhesión no fue un hecho aislado, sino el resultado de un largo camino de democratización. En España, la muerte de Francisco Franco en 1975 abrió un proceso de transición política que desembocó en la Constitución de 1978, mientras que en Portugal la Revolución de los Claveles de 1974 puso fin al régimen salazarista y abrió la puerta a una democracia plural. Ambos países compartían la necesidad de modernizar sus economías, superar décadas de aislamiento y consolidar sus instituciones democráticas. Europa representaba, en ese contexto, un horizonte de estabilidad y progreso.

La CEE, formada entonces por diez miembros -Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Dinamarca, Irlanda, Reino Unido y Grecia-, se amplió con la entrada de España y Portugal a doce socios.

Reto integrador

El ingreso supuso un reto de dimensiones colosales: adaptar estructuras productivas, abrir mercados, liberalizar sectores y asumir las reglas de un espacio económico común. Para España, la agricultura y la pesca fueron ámbitos especialmente sensibles, mientras que Portugal enfrentaba la necesidad de modernizar su industria y mejorar sus infraestructuras. Sin embargo, los beneficios pronto se hicieron visibles. Entre 1986 y 1991, España registró tasas de crecimiento superiores a la media comunitaria, convirtiéndose en uno de los motores de expansión económica.

La integración también tuvo un profundo impacto social y político. Europa se convirtió en garante de la consolidación democrática. Como señaló recientemente el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares, sin Europa el proceso de consolidación democrática en España no habría sido el mismo. La pertenencia a la CEE significó acceso a fondos estructurales y de cohesión que transformaron territorios enteros: carreteras, ferrocarriles, hospitales, universidades y proyectos de desarrollo regional se multiplicaron gracias a la financiación comunitaria. Portugal, por ejemplo, experimentó un salto cualitativo en infraestructuras y servicios públicos, reduciendo las brechas con el resto de Europa.

España y Portugal pasaban de ser economías periféricas a desempeñar un papel relevante en la nueva toma de decisiones

España y Portugal pasaban de ser y considerarse economías periféricas a desempeñar un papel relevante en la toma de decisiones comunitarias. España, con su peso demográfico y económico, ha sido protagonista en debates sobre política agrícola, cohesión territorial, ampliación hacia el Este y política exterior común. Portugal, por su parte, ha aportado una visión atlántica convirtiéndose en puente hacia América Latina y África. Ambos países han compartido la defensa de políticas de solidaridad y cohesión, conscientes de que su propio desarrollo estuvo ligado a esos principios.

Como señalaba el pasado junio José Juan Ruiz, presidente del Real Instituto Elcano, en su análisis “Europa, el sueño que cumplimos: 40 años del 12 de junio de 1985”, la firma de los tratados de Lisboa y Madrid marcaron el final del aislamiento internacional que ambos países habían experimentado durante décadas y simbolizó su plena incorporación al proyecto europeo, “un punto de inflexión que trascendía lo meramente económico para convertirse en un símbolo de regeneración democrática, apertura cultural y redefinición identitaria”. En palabras de Felipe González durante la ceremonia de firma del Tratado: “España es Europa”.

Desafíos del presente

La conmemoración no es por tanto solo un ejercicio de memoria, sino también una oportunidad para evaluar los desafíos presentes. La Unión Europea afronta tensiones internas y teme la violación de sus fronteras, el clima bélico es patente y la vieja Unión encara desafíos que van del auge de movimientos euroescépticos hasta la necesidad de responder a crisis globales como el cambio climático, las migraciones o la transformación digital. España y Portugal, que en 1986 buscaban estabilidad y modernización, hoy se enfrentan al reto de contribuir activamente a la construcción de una Europa más integrada, sostenible y resiliente. El rey Felipe VI, en el acto conmemorativo del 40 aniversario celebrado en el pasado junio, recordaba que queda mucho por hacer y llamó a no desandar el camino recorrido. Ruiz se plantea en este sentido una de las preguntas clave en el proceso y especialmente ahora, cuando se llega en enero a la conmemoración del 40 aniversario de la integración “de facto”.

“¿Tiene sentido?”

“Han pasado ya cuatro décadas desde que España y Portugal firmaron sus Tratados de Adhesión a la Comunidades Europeas. Desde entonces, ambos países han experimentado una transformación profunda que difícilmente puede explicarse sin su pertenencia a la Unión. Sin embargo, los objetivos fundacionales de integración económica y convergencia real han enfrentado nuevos desafíos tras la adopción del euro, las sucesivas ampliaciones y las crisis globales. Hoy, en un contexto geopolítico y económico radicalmente distinto, es legítimo preguntarse -señala José Juan Ruiz-: ¿tiene sentido seguir apostando por la convergencia real?”.

El 40 aniversario representa la culminación de un proceso histórico de democratización y apertura, el inicio de una etapa de prosperidad y modernización, y la consolidación de un proyecto compartido que ha dado a ambos países voz y presencia en el escenario internacional. En en el año 1986, Europa era para España y Portugal un destino; en 2026, Europa es su hogar común, un espacio en el que han contribuido a escribir páginas decisivas de la historia reciente.

De la firma en Madrid a la nueva etapa de apertura

El 12 de junio de 1985, España firmó en el Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid el Acta de Adhesión a las Comunidades Europeas, junto con Portugal. Este tratado marcó el ingreso oficial de España en la Comunidad Económica Europea (hoy Unión Europea), consolidando su integración en el proyecto europeo tras 25 años de negociaciones.

Las Cortes ratificaron la adhesión por unanimidad, y el 1 de enero de 1986 España se convirtió en miembro de pleno derecho, formando parte de la “Europa de los Doce”. El proceso exigió profundas reformas económicas para alinear la estructura productiva del país con los nuevos estándares europeos.

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