Yolanda Díaz: la insoportable e imprudente levedad de su ser

CRISIS EN EL GOBIERNO

La gallega es el mejor epítome del sanchismo, tan irrelevante como osada y falta de preparación

Yolanda Díaz, en su escaño del Congreso de los Diputados
Yolanda Díaz, en su escaño del Congreso de los Diputados | Europa Press

Una de las particularidades de los políticos más osados, y más peligrosos, es que no le temen al ridículo. Conviene recordar que el ridículo tiene una función evolutiva crucial: la experiencia de la vergüenza y el ejercicio de la autoevaluación son mecanismos necesarios para la adaptación social, y en el pasado lo fueron para fortalecer la supervivencia, porque evitar el ridículo incrementaba la aceptación del grupo. Nada de esto parece incumbir a Yolanda Díaz, que desoye tanto el ridículo como la voz de la prudencia.

Desde su origen, con un voto residual en Galicia y todo su mérito arraigado en su combativa dedicación sindical, la carrera de Yolanda Díaz ha sido un continuo contraste: las inesperadas oportunidades de alcanzar fortuitamente puestos de notoriedad, y la caída a una irrelevancia cada vez mayor a medida que aumentan sus responsabilidades e influencia.

Galicia le devolvió a la realidad en 2024, cuando su coalición Sumar fue borrada del mapa en las urnas, a pesar del impacto mediático de sus cuatro años al frente del ministerio de Trabajo. También las elecciones europeas reforzaron la idea de que su tiempo político, fruto más de la extrema necesidad de Pedro Sánchez que de sus cualidades, estaba concluyendo.

Su acción ministerial es una inmensa mancha gris con dos grandes lunares negros: la inútil ocurrencia de los fijos-discontinuos y sus primeras declaraciones notables, del 2022, que podrían ser su mejor epitafio político, si se trata de poner en relieve su aversión al sentido del ridículo: “Este Gobierno hace cosas chulísimas y no somos capaces de comunicarlas”.

En este contexto, la vida le ha dado a Yolanda Díaz una oportunidad histórica de redimirse, de reconciliarse al menos con una parte de su propio electorado, al que le arde la sangre incluso por la elocuencia de lo estético, al ver la fotografía de la de Fene irreconocible saliendo de Galicia hace unos pocos años entre la humildad y la discreción, y compararla con la imagen de la misma política bajándose ahora de cualquier coche oficial revestida de lujos y atenciones. Y esa oportunidad no era otra que la de forzar a Sánchez a dar explicaciones convincentes sobre la corrupción u obligarle a dimitir rompiendo el Gobierno de coalición.

El problema es que tal ataque de dignidad política también pone en ruina su cartera ministerial, algo que Yolanda Díaz jamás soñó, y que sabe que dispone de muy pocas probabilidades de que vuelva a tocarle el Gordo de la Lotería en otro futuro gobierno. De modo que se mueve en el dilema de hacer el aspaviento, por obligación, y no tocar nada, para evitar posibles quiebras. Pero no midió bien el juego, y una vez más ha caído en el mayor de los bochornos al reclamar a Sánchez una remodelación urgente del Gobierno y una reunión urgente, y ser completamente ignorada en ambas cosas. ¿La respuesta de Yolanda Díaz ante la inacción, ante la provocación de Sánchez? Ninguna, por supuesto. De ahí que haya quedado otra vez en ridículo, maltratada políticamente por un presidente que la ha nombrado precisamente por su irrelevancia, y por su situación de dependencia y obligada postración.

Tal es el bochorno que ha provocado la amenaza fallida de Diaz, que hasta Moncloa ha filtrado que, en contra de lo que se dijo en un primer momento, el presidente y la de Sumar se reunieron en secreto en las últimas horas. Acostumbrados como estamos a las mentiras del presidente, es más que probable que tal reunión ni siquiera haya tenido lugar, pero da igual, tan solo es significativo el hecho de que la imagen de Yolanda Díaz haya caído tan bajo esta semana que hasta el propio Sánchez se ha visto en la obligación de echarle un capote.

No podemos perder de vista el momento en que ocurre esto. El desaire se ha producido después de varias semanas en que Yolanda Díaz ha sido la ministra más enérgica y activa en la defensa del Gobierno, en desacreditar las denuncias de corrupción, en criticar con gruesas palabras a los encarcelados –lo que le valió una respuesta de Ábalos insinuando irregularidades en su vivienda oficial-, y hasta en pedir una gran movilización en las calles contra los jueces por la condena al fiscal García Ortiz. Es decir, Yolanda Díaz se ha mojado más por Sánchez que los propios ministros socialistas. En consecuencia, Sánchez, fiel a su estilo, ha aprovechado su estado de postración para humillarla el doble a la primera que ha tenido ocasión, tras el aspaviento pretendidamente indignado de la vicepresidenta por los múltiples casos de corrupción y de acoso sexual.

Yolanda Díaz es el epítome del sanchismo. Irrelevancia, falta de preparación, imprudente osadía, y sectarismo a raudales. Más de cinco años satanizando a los empresarios y sin beneficiar en nada a los trabajadores, complicando la vida a la gente de la calle, rodeándose de lujos, aplaudiendo sin criterio alguno al presidente, y haciendo de la acción política una inmensa nube de humo. Su salida del presunto liderazgo político nacional, el olvido de su paso por el Gobierno, y su caída en el más gris de los ostracismos se producirá en el primer segundo tras la caída de Pedro Sánchez.

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