Mi abuela María, de Coruña a Patagonia
"Sólo entonces entendí de dónde había sacado la abuela aquella credulidad que le permitía vivir en un mundo sobrenatural donde todo era posible“, Gabriel García Márquez, "Viendo llover en Galicia".
María Cernadas Abadín, mi abuela, había nacido en el ayuntamiento de Tal - A Coruña- el 25 de julio de 1885 y a los 22 años se subió al barco Frankfurt para llegar a Buenos Aires, el 20 de octubre de 1907. Viajó sin familia, aquí vivían unos tíos y más tarde vendrían sus hermanas, pero siempre me contó lo sola que se sintió en ese inmenso mar que no se terminaba de atravesar nunca.
Así comenzó la historia su nieta Cristina, con una foto de la bella María en la mano. Recordé entonces los dichos de García Márquez acerca de la impronta indeleble de su abuela y me dispuse a escuchar.
Maximino Leston, mi abuelo, coruñés de Muro, ya estaba en Argentina, había nacido el 31 de julio de 1883 y emigró como tantos por la falta de trabajo, de futuro y en su caso, por sus ideas anarquistas, que sonaban peligrosas. Eso decía mi abuela cuando me contaba sus historias de los tiempos de Río Gallegos y los conflictos, la represión y los muertos.
Se conocieron en la ciudad de Buenos Aires y se casaron el 25 de marzo de 1911, un otoño lleno de sol, a poco de haberse celebrado el Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910. Ella vivía, según dicen los papeles, en la calle Juncal, pleno barrio de la Recoleta, un sitio de familias muy acomodadas, y así sería porque había trabajado, según contaba, para gente de mucho apellido y fortuna.
Él, que era jornalero y de oficios varios, vivía en la calle Ayolas- dice Cristina, la nieta. ¿Te das cuenta uno en la Boca, como correspondía a su clase y ella en el barrio aristócrata…?
Esa mañana encontró, de casualidad, como si la buscara a ella, entre las hojas de un libro, la foto de su abuela María y ya no pudo dejar de evocarla.
¿No te parece que con esa cara y ese gesto mi abuela revela que era todo bondad? Eso es lo que me quedó grabado de ella, su infinita generosidad, lo buena que era y sus historias. Cuando yo nací el abuelo ya había muerto, con solo 48 años y ella ya no estaba en la Patagonia, “aguantando los vientos” de Río Gallegos, pero siempre hablaba de ello.
Me trajiste al fin del mundo, le había dicho, con reproche, a Maximino, cuando llegaron. Allí criaban animales, casi como en la aldea, pero en cantidad, y su marido tenía un camión para transportar mercancías. También se reunía en el sindicato con el grupo de compañeros que coincidía con sus ideas.
Ya habían nacido sus hijos, el primero Manuel, que solo vivió dos meses, después el único varón, Máximo, luego llegaron las mujeres:Esperanza- que fue mi madre- María y Aurelia.
Cuando en 1922 se realizaron las huelgas de la Patagonia- famosas en la historia de Argentina- y enviaron el ejército, la agrupación anarquista fue la más perseguida.
Siempre recuerdo a Antonio, que llamaban el Gallego Soto. Tu abuelo firmó la proclama en favor de él. Y a Maximino le hubiesen matado, ya tenía cavada su tumba, como otros, cuando pude llegar hasta el sitio y pedirle a uno de los que mandaban que se apiadara, que era un buen hombre, que nunca había hecho daño.
Cristina se emociona y deja volar su pensamiento. ¿Te imaginas a mi abuela en esa situación? Pues sería bien difícil decirle que no a esos ojos verdes que rezumaban dulzura, a esa mujer con un embarazo abultado, delante del camión de su esposo, que estaba destrozado, y con la fosa abierta para recoger el cuerpo. Habría sido muy difícil agregarle otra penuria; el hecho es que a mi abuelo no lo fusilaron. Ella rogó ante quien fuera, pidió y rezó y sus ojos se pusieron más verdes y su piel traslúcida. Era muy bella mi abuela- Cristina no puede dejar de emocionarse cuando la recuerda- y revive los hechos largamente escuchados durante su infancia.
Yo permanecí callada y atenta, no es habitual encontrar a alguien que tiene en su orillo la marca de la Historia.
Un día, continúa Cristina, estaba leyendo el libro de Osvaldo Bayer “ La Patagonia Rebelde”, cuando vi la proclama que se levantó en favor de Antonio Soto, el gallego aquel del Ferrol que logró refugiarse en Chile y de pronto leí, entre las firmas, “Maximino Leston”, entonces la voz de mi abuela volvió a resonar relatando sus días azarosos. “No sabes hija, lo que era aquel frío y el viento y las angustias. Pero de todo hay que pasar en esta vida, si llegamos a mi edad, a tu abuelo lo salvé del fusilamiento, pero lo mató una bronconeumonía”.
Cuando 1930 se iniciaba, el 24 de enero, de ese cruel año de la crisis mundial, Maximino, mi abuelo, dejó este mundo. Al año siguiente la pequeña Esperanza se enfermó de apendicitis y mi abuela la acompañó a Buenos Aires, para que la operen. Después esa hija se quedó en Lanús, en casa de una tía. De Galicia habían llegado ya las hermanas de mi abuela, solo una quedó en Tal, en la casa de la aldea.
La abuela regresó a Río Gallegos por un tiempo y hacia 1936 se instaló en el barrio de La Boca. Allí vivió hasta el año 1944, en que al casarse mi madre, se mudó a casa de otra hija, en el barrio de Flores, en la calle Campana 448. Mis padres se quedaron en la Boca, imagínate, mi mamá era una gallega casada con un “turco” como le llaman acá a los sirio- libaneses. Mi padre tenía una novia “turca” en la provincia, pero se enamoró de “la gallega” y aquí me tienes. Me llaman la turca, pero me crié escuchando canciones e historias gallegas, mi abuela contaba cuentos y leyendas de su tierra y cantaba, era muy alegre.
“Ella era un ser puro, de luz”, repite, con la foto en la mano no puede dejar de rememorar el espíritu de esa abuela que la marcó, a fuego.
Como Tranquilina, allá en Arataca, que luego fue Macondo, pienso.
Éramos una familia con mucho vínculo, todas las semanas nos visitábamos, pasábamos el día juntos, yo iba a Flores, a casa de mi tía y de mi abuela y allí pasaba el fin de semana o las semanas, si no había colegio. María se desvivía por sus nietos. Nunca dejó de prepararnos la torta de cumpleaños, a todos. Hasta hacía travesuras, como llevarle cigarrillos – a escondidas- a una prima mía que estaba enferma, era tan inocente, tan despojada de malos pensamientos, que suponía que nada podía sentar mal, si era fruto del cariño y el mimo.
Cuando tenía 83 años, un día como cualquier otro, anunció su muerte. No estaba enferma, apenas un malestar de invierno, pero pidió que llamaran a sus hijas, asegurando que ese día se iba a morir. Como en las novelas de García Márquez, me dice Cristina. Más tarde cambió de opinión, decidió que se sentía bien y que no vinieran. Entonces, esa noche, falleció. Lo había anunciado, fue su forma de prepararnos, ella no sufrió, ni hizo sufrir. Tuvo una muerte merecida, la mejor.
La recuerdo diciendo, sentenciosa, mira hija en la vida las cosas importantes son solo una vez: Se nace una vez, se muere una vez y te casas una vez. Así lo había hecho ella, que conservó la viudez hasta el final, que despidió a Maximino cuando la enfermedad lo llevó, después de haberlo rescatado de la fosa de fusilamiento, que salía a bailar cuando escuchaba música gallega, que era analfabeta, pero se ponía delante un diario, tratando de que las letras le dijeran algo. Que contaba historias como si la hubiera enseñado un juglar, de la que recuerdo aún sus cuentos de aldea, de los niños que tenían hambre y se ilusionaban con pan.
Incapaz de pensar o hablar mal de nadie, quería a todos. De su boca solo escuché cosas lindas. Concurrí a su velorio, como se estilaba en aquellos años, se hizo en su habitación. No pude entrar, no lograba comprender que esa risa hermosa no se escuchara más, que esa cara de camafeo no me sonriera al verme. Me despedí como de una virgen de cera, e incursioné por primera vez en las sesiones de terapia, para poder soportar su ausencia.
Por eso hoy, cuando vi su foto, con el largo cabello atado, la piel traslúcida y la sonrisa suave, sentí que me pedía que se oyera su historia. La de mi abuela María, bondad y coraje hasta el final.
Poco después Cristina volvió a llamarme, asegurando que había nuevas señales de su abuela María:abrí un cajón y apareció de pronto este pañuelo, el que traje de Tal, cuando viajé a su tierra.
Celia Otero Ledo.
<lt-toolbar contenteditable="false" class="lt--mac-os" data-lt-adjust-appearance="true" data-lt-force-appearance="light" style="display: none;"><lt-div class="lt-toolbar__wrapper lt-toolbar--small" style="left: 687px; position: absolute !important; top: 4336px !important; bottom: auto !important; z-index: auto;"><lt-div class="lt-toolbar__extras"><lt-span class="lt-toolbar__disable-icon"><lt-comp-icon class="lt-icon--disable lt-icon--clickable" data-lt-prevent-focus="true"><lt-span class="lt-icon__icon lt-icon__disable"></lt-span></lt-comp-icon></lt-span><lt-div class="lt-toolbar__divider"></lt-div><lt-div class="lt-toolbar__premium-icon"></lt-div><lt-span class="lt-toolbar__rephrasing-icon"><lt-comp-icon class="lt-icon--rephrasing lt-icon--clickable" data-lt-prevent-focus="true"><lt-span class="lt-icon__icon lt-icon__rephrasing"></lt-span></lt-comp-icon></lt-span><lt-span class="lt-toolbar__rephrasing-icon lt-toolbar__rephrasing-icon--disabled lt-toolbar__rephrasing-icon--hidden"><lt-comp-icon class="lt-icon--rephrasing lt-icon--clickable" data-lt-prevent-focus="true"><lt-span class="lt-icon__icon lt-icon__rephrasing"></lt-span></lt-comp-icon></lt-span></lt-div><lt-div class="lt-toolbar__status-icon lt-toolbar__status-icon--has-errors lt-toolbar__status-icon--has-1-errors" title=""></lt-div><lt-div class="lt-toolbar__premium-icon-dot"></lt-div></lt-div></lt-toolbar><lt-toolbar contenteditable="false" class="lt--mac-os" data-lt-adjust-appearance="true" data-lt-force-appearance="light" style="display: none;"><lt-div class="lt-toolbar__wrapper lt-toolbar__wrapper--hide" style="left: 687px; position: absolute !important; top: 5599px !important; bottom: auto !important;"><lt-div class="lt-toolbar__extras"><lt-span class="lt-toolbar__disable-icon"><lt-comp-icon class="lt-icon--disable lt-icon--clickable" data-lt-prevent-focus="true"><lt-span class="lt-icon__icon lt-icon__disable"></lt-span></lt-comp-icon></lt-span><lt-div class="lt-toolbar__divider"></lt-div><lt-div class="lt-toolbar__premium-icon"></lt-div><lt-span class="lt-toolbar__rephrasing-icon lt-toolbar__rephrasing-icon--disabled"><lt-comp-icon class="lt-icon--rephrasing lt-icon--clickable" data-lt-prevent-focus="true"><lt-span class="lt-icon__icon lt-icon__rephrasing"></lt-span></lt-comp-icon></lt-span><lt-span class="lt-toolbar__rephrasing-icon lt-toolbar__rephrasing-icon--disabled lt-toolbar__rephrasing-icon--hidden"><lt-comp-icon class="lt-icon--rephrasing lt-icon--clickable" data-lt-prevent-focus="true"><lt-span class="lt-icon__icon lt-icon__rephrasing"></lt-span></lt-comp-icon></lt-span></lt-div><lt-div class="lt-toolbar__status-icon lt-toolbar__status-icon--loading lt-toolbar__status-icon--has-no-errors" title=""></lt-div><lt-div class="lt-toolbar__premium-icon-dot"></lt-div></lt-div></lt-toolbar>
Contenido patrocinado
También te puede interesar
Lo último
DENUNCIAS DE LOS LECTORES
Cronista local | Las denuncias de los vecinos de Ourense hoy, domingo, 21 de diciembre
Guía para probar suerte en la lotería
Lotería de Navidad 2025, cuáles son las diferencias entre fracción, décimo, número, serie y billete