Burgos en la emigración castellana y leonesa
OPINIÓN
La emigración es, en esencia, la historia de la humanidad. Desde tiempos remotos, los seres humanos han dejado atrás sus hogares en busca de un futuro mejor. En ese relato colectivo de partidas, retornos, sueños y ausencias, Burgos ocupa un lugar destacado en la historia de la emigración castellana y leonesa.
La emigración es, en esencia, la historia de la humanidad. Desde tiempos remotos, los seres humanos han dejado atrás sus hogares en busca de un futuro mejor. En ese relato colectivo de partidas, retornos, sueños y ausencias, Burgos ocupa un lugar destacado en la historia de la emigración castellana y leonesa.
Burgos fue tierra de conquistadores y colonizadores desde los primeros pasos de la expansión española en América. Sus hijos participaron de forma activa en la colonización del Río de la Plata: Juan de Ayolas, que acompañó a Pedro de Mendoza y llegó a ser gobernador; Juan de Salazar de Espinosa, fundador de Asunción; y Juan de Garay, quien refundó Buenos Aires en 1580 y gobernó el Río de la Plata desde 1578. En la administración colonial, tanto en lo militar como en lo eclesiástico y lo civil, los burgaleses dejaron una huella marcada gracias a las redes que tejieron desde el corazón de Castilla.
Ya en épocas más contemporáneas, la emigración hacia América continuó siendo significativa. En el siglo XIX se contabilizan alrededor de 3.719 emigrantes burgaleses, cifra que se dispara a cerca de 24.000 entre 1900 y 1930, a lo que hay que sumar unos 7.000 más en situación irregular. Durante el periodo de 1946 a 1967, otros 4.168 marcharon a América. En total, unos 38.887 burgaleses buscaron su suerte al otro lado del Atlántico, lo que sitúa a la provincia como la cuarta de Castilla y León con mayor volumen migratorio tras León, Zamora y Salamanca.
Por su parte, la emigración hacia Europa, especialmente durante el auge del desarrollismo español, llevó a más de 8.000 burgaleses a países como Alemania, Suiza y Francia. No obstante, uno de los procesos migratorios más intensos fue el éxodo rural. Desde el siglo XIX, con especial énfasis tras la Tercera Guerra Carlista, miles de burgaleses se dirigieron a Vizcaya —se llegó a decir que la capital de Burgos era Baracaldo— y también a Madrid. En torno a 1975, la cifra de burgaleses residentes en la capital rondaba los 30.000. Una parte importante del millón de castellanos y leoneses que emigró entre 1950 y 1975 tenía origen burgalés.
Lo más relevante de este fenómeno no es únicamente la cantidad, sino el profundo impacto que estos emigrantes tuvieron en sus lugares de destino y, sobre todo, en sus pueblos de origen. Desde muy temprano, los burgaleses se organizaron en asociaciones de ayuda mutua, de promoción cultural, y de apoyo a sus municipios natales. Estas redes asociativas nacieron con una vocación profundamente solidaria y vertebradora. La Colonia Huertaña de Madrid, fundada en 1885, es un ejemplo pionero.
En América, surgieron entidades de gran calado como la Beneficencia Burgalesa de Cuba (1893), los Pinedanos Unidos (1910) en Buenos Aires, el Recreo Burgalés (1915), el Centro Burgalés de Buenos Aires (1917) —que editaba una revista con fuerte componente regeneracionista— o la Agrupación Burgalesa de México (1920), entre muchas otras. Estas agrupaciones impulsaron proyectos educativos, asistenciales y culturales. También participaron en la creación de federaciones más amplias, como en Argentina o Cuba, contribuyendo decisivamente al fortalecimiento de la identidad castellana y leonesa en el exterior.
En España, proliferaron asociaciones similares. El Centro Burgalés de Bilbao (1903), el Círculo Burgalés de Barakaldo (1905) o el Centro Burgalés de San Sebastián (1916), fueron claves en la articulación de las comunidades burgalesas emigradas a las provincias vascas. En Madrid, ya en los años veinte existía un Centro Burgalés activo, cuya historia se entrecruza con los avatares de la República y la Guerra Civil. Tras la contienda, surgiría la Mesa de Burgos en los años cincuenta, que reunió a destacados burgaleses residentes en la capital, entre ellos Fray Justo Pérez del Urbel.
Pero lo que verdaderamente distingue a la emigración burgalesa es la intensidad de su vinculación con la tierra. Los emigrantes no se desentendieron de sus pueblos; al contrario, alimentaron esa relación a través de un mecenazgo generoso y transformador. En torno a las asociaciones, pero también a título individual, canalizaron importantes recursos hacia sus localidades de origen. En 1910 se enviaban unas 357.000 cartas certificadas con dinero desde América, lo que suponía más de 120 millones de pesetas al año, equivalentes al salario de 150.000 obreros cualificados.
Muchos de esos recursos se destinaron a la educación. Se construyeron y dotaron escuelas en al menos 40 localidades burgalesas. Ejemplos notables los encontramos en Quisicedo, Noceco, Quintanilla Escalada, Zazuar, Torrepadre, Monasterio de Rodilla, Bercedo, Pradoluengo, Criales de Losa, Nava de Ortunde, Bedón, Castrobarto de Losa, Villasana de Mena, Cadagua, Atapuerca, entre otros muchos. Se crearon casas para maestros, se dotaron bibliotecas, se financiaron becas, se completaron sueldos docentes. Todo ello desde la firme convicción de que la educación era la llave del progreso.
Además de las escuelas, se promovieron obras públicas como fuentes, canalizaciones, caminos, redes eléctricas, cementerios, casas consistoriales, iglesias y ermitas. Desde Artieta hasta Pineda de la Sierra, pasando por Pradoluengo o Bercedo, los pueblos se transformaron gracias al esfuerzo de sus emigrantes. Incluso en el ámbito sanitario y asistencial se impulsaron hospitales y asilos, como el hospital de Pradoluengo, promovido por la saga de los Zaldo, o el hospital de Bedón, financiado por Vicente y Celedonio Pereda.
Todo esto revela una emigración con rostro humano, con una ética de la responsabilidad y un profundo sentido de comunidad. Emigrantes como Bernabé Pérez Ortiz, Alfonso Gómez Mena, Pablo García Virumbrales, Bruno Zaldo, Dionisio Zaldo, y tantos otros, no solo buscaron prosperar, sino también devolver, apoyar, sostener. Representaron una forma de patriotismo cívico que dignifica el legado de la emigración.
Burgos, como tantas provincias castellanas y leonesas, fue vaciada, sí, pero también fue engrandecida a través de la acción generosa de quienes partieron. En un tiempo en que se reabre el debate sobre la despoblación y la vinculación con los territorios, la historia de la emigración burgalesa ofrece una lección de dignidad, esfuerzo compartido y memoria fecunda.
Hoy, esas huellas aún laten en las calles, en las fuentes, en las escuelas rurales, en las iglesias y hasta en los archivos de las asociaciones que todavía perviven. La emigración burgalesa no fue solo un éxodo: fue también una epopeya silenciosa de entrega, de construcción y de amor a la tierra.
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