El lento adiós de la canciller Merkel
Asuntos globales
La historia dirá si la canciller Angela Merkel fue una gran estadista y una gran mujer pero al día de hoy podemos afirmar que es el personaje político europeo de referencia. No siempre fue así en sus dieciséis años de poder. Hoy cae bien a todos y todos confían en ella. Ahora tiene la imagen de una europeísta convencida y lo es. Le ha aportado a Alemania un rostro más humano y a Europa le da seguridad en medio de la incertidumbre. Ahí la vemos, caminando con una chaqueta roja y falda negra como una mutti (mamá) de clase media camino del mercado, y sin embargo sabemos que se dirige al Parlamento, a la cancillería o a una reunión con los veintisiete jefes de gobierno de la UE.
Cuando Inglaterra apostó por el Brexit, ella apostó por ser la columna de Europa. Tiene 66 años y ha decidido decir adiós a la cancellería, al liderazgo de su partido, la Democracia Cristiana (CDU) y a la política ya que no se presentará a las elecciones generales el próximo 26 de septiembre. Su adiós a la política y al poder lo anunció por primera vez en 2018 cuando abandonó la presidencia del partido siendo sustituida por Annegret Kramp-Karrenbauer, que no logró consolidar su autoridad y se vio obligada a dimitir en febrero del pasado año. Merkel fue la primera mujer elegida como líder de la CDU en el año 2000 e investida canciller del país en 2005. En septiembre, cuando abandone definitivamente el poder, igualará el récord de Helmut Kolh al frente de Alemania. A lo largo de estos años, tan complejos para la viabilidad de la Unión Europea, Angela Merkel siempre rehusó las formulas abstratas y los dogmas graníticos, apostó sin concesiones por la democracia y la libertad.
Si leemos sus discursos, apenas utiliza el yo y nunca lo repite. El yo, yo, yo no figura en su proceso verbal. Huye del protagonismo. Dicen que el poder es más fuerte que el amor, es posible, Merkel tuvo y tiene todavía mucho poder, pero nunca hace, ni hizo exhibición de él. En los 16 años de canciller tuvo luces y sombras, pero incluso en los momentos más duros de la crisis económica de 2008 en la que apostó por un rigorismo económico en aras de la estabilidad que perjudicó a los países del sur de Europa como España, capeó como pudo el temporal dejando muchos pelos en la gatera. En estos últimos años con los populismos desbordados de los Donald Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Maduro y muchos otros, ella es un modelo de democracia representativa. Se retira como Canciller con un índice del 75% de popularidad. Su proyección humana se convirtió en política de refugio, especialmente en 2015, cuando decidió acoger a cientos de miles de desventurados provenientes de Oriente Medio al margen del Parlamento, de su partido y de las presiones de la opinión pública. Solo en un año acogió a un millón de esos condenados de la tierra. Aguantó las críticas más despiadadas, su popularidad cayó en picado y el partido de extrema derecha AFD se aprovechó de la coyuntura creciendo de forma amenazadora y preocupante en medio de una sonora ola de odio. Resistió el tsunami de la críticas afirmando que nunca pactaría con la extrema derecha y segó las veleidades de algunos dirigentes de su partido prohibiéndoles que pactaran con los extremistas en sus respectivos landers. Hoy, gracias a su política de pactos y consensos, y a su proclamado centralismo, la extrema derecha ha bajado mucho en las expectativas. Ha perdido fuelle electoral.
En el proceso de despedida, el pasado día 16, su partido la Democracia Cristiana, CDU, eligió cómo nuevo líder a Armin Laschet, ministro presidente del Land más poblado de Alemania, Renania-Westfalia del Norte. Un incondicional de Merkel, pero a pesar del apoyo de la canciller su elección no fue un paseo y menos un plebiscito pues solo obtuvo el 52% de los votos frente Friedrich Merz, un hombre de negocios y antiguo diputado, permanente rival de Merkel que encarna la derecha del partido. Este percance es una debilidad para el ganador y no pequeña, tanto que Merz consciente de su fortaleza a pesar de la derrota pidió a su adversario que propusiera a la canciller su nombramiento como ministro de economía, en sustitución de Peter Altmaier, incondicional de Merkel. La respuesta no se hizo esperar para evitar especulaciones: “La canciller no prevé cambios en su gobierno”, dijo un portavoz. El actual desafío de Laschet es consolidarse dentro del partido, le va a exigir mucha habilidad para lograrlo. Según un sondeo realizado por la cadena pública ARD, solo el 32% de los electores conservadores le consideran un buen candidato para llegar al poder, mientras que a Merz le apoyaría un 40%, pero su derrota en el pasado congreso le invalida. Los desafíos no se acaban para Laschet, el próximo se llama Markus Söder, presidente de la Unión Social Cristiana (CSU), aliada en Baviera de la CDU. Hasta ahora estos dos hombres mantienen una neutralidad respetuosa, los dos repiten que se pondrán de acuerdo, a la hora de designar un candidato común del CDU-CSU a la cancillería. La decisión la tomarán a mediados de marzo o principios de abril. Este calendario tiene un motivo de peso, no ha sido escogido al azar, el 14 de marzo se celebrarán dos elecciones regionales cuyos resultados pesarán sobre la decisión final. En Bade-Wurtemberg, el único Land dirigido por un ecologista, los últimos sondeos dan ganadora a la CDU, casi igualada con los Verdes. En Renania-Palatinado, la lista de la CDU podía ganar a la del actual ministro presidente, miembro de la Socialdemocracia (SPD). Los pronósticos son inciertos. La moneda seguirá en el aire hasta que se cuenten los votos como también seguirá en el aire la pugna entre Laschet y Söder para saber quién representará a la derecha en las elecciones generales septiembre.
Los resultados tendrán mucho que ver con la pandemia del coronavirus y los éxitos logrados a la hora de combatirla. Una lucha oscura, dramática e incierta. Cuando estalló la pandemia, Laschet y Söder eligieron caminos opuestos para combatirla, Laschet prefería no apelar a medidas demasiado estrictas, mientras que Söder apostaba por medidas más draconianas. Depués Laschet terminó por alinearse con las decisiones duras de Merkel en línea con la opinión pública de los alemanes. Actualmente, Renania y Baviera ofrecen resultados análogos.
En este paisaje de lucha sorda, Angela Merkel mantiene las distancias. Ha renunciado a ponerles de acuerdo, pero los dos saben que romper con ella sería un suicidio. Un 75% de aceptación es un porcentaje muy alto de carisma y reconocimiento de eficacia. Su lucha contra el coronavirus ha tenido fallos y aciertos como en todas partes, pero el día que rompió en lágrimas al hablar de los enfermos y fallecidos, los alemanes se convencieron de que su canciller era un sensible ser humano. Dominada por el dolor y la ternura.
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