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Obituario
El pasado 31 de diciembre, a consecuencia de una rápida enfermedad, falleció Antonio Puga Espiñeira, figura señera del deporte gallego.
Residente en Ribadavia desde muy temprana edad, fue en esta villa donde realizó sus primeros estudios, que continuaría con los de Bachillerato en el instituto local Martínez Vázquez. Finalizados los mismos, se traslada a Madrid matriculándose en la Escuela Superior de Educación Física “José Antonio” donde fue alumno aventajado, como recuerdan sus compañeros, del laureado judoka francés Rolland Burger, consolidando entonces su querencia por dicho deporte del que llegaría a ser el primer cinturón negro de la Federación Gallega. Como profesor de Educación Física y otras materias deportivas ejerció en Lugo y A Coruña, fundando en la ciudad herculina el célebre Gimnasio Yuga, del que fue su primer director. Su etapa docente la completaría en el Instituto de Ribadavia, siendo en esos años cuando el balonmano, practicado hasta entonces en la villa de modo intermitente, adquiere presencia definitiva al organizar Puga el primer equipo de dicha disciplina.
Tras su época como profesor, regresa a la Administración estatal, en la que era funcionario del grupo A, incorporándose a la Xunta en la delegación orensana, donde ejerció como jefe de sección de Juventud. Desde allí fue el encargado de desarrollar dos proyectos importantes para la práctica del deporte en la provincia: el complejo de Monterrey en la capital, y el campamento xuvenil Penedos de Xacinto en Entrimo.
Fueron los años del público reconocimiento a su curriculum y a su labor en pro del deporte en nuestra tierra. Su cinturón negro, ceñido en 1965, lo sitúa entre los pioneros del judo en Galicia, como lo reconoce la propia Federación. Ello y todo lo antedicho lo hicieron merecedor de la Medalla al Mérito Deportivo, que en un emotivo acto en el Ayuntamiento de Ribadavia, presidido por José Mª Vázquez, le entregó Johannes Geesink, medallista holandés y primer judoka no nipón, que logró el oro en la olimpiada de Tokio (1964).
Reconocimiento que se hizo patente el día de su concurrido funeral en Santo Domingo. Allí su esposa Puri, sus hijos Antonio y Rosa y demás familiares, se vieron arropados por sus amigos y vecinos, entre los que estaban aquellos niños y adolescentes que pasaron sus vacaciones, tramitadas por Puga, en el campamento de Porto do Son, junto con los jugadores de balonmano, judokas de todas edades y categorías, y sus numerosos alumnos que fueron unánimes al definirlo como profesor “cañero” y evocarlo con afecto. Sus restos mortales descansan en el cementerio de Partovia, el solar de sus mayores. Sit tibi terra levis… Que la tierra te sea leve, campeón.
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