Opinión

Los Goya, un bache de gran altura

Cuánto le habrán cobrado al par de cómicos que hicieron de presentadores en los fastos de los Premio Goya, celebrados hizo ayer de ello una semana, por permitirles ser ellos y no otros los maestros de ceremonias? Pues ni aún así se justifica que hayan podido hacer lo que les dio la gana del modo en el que lo hicieron. Pagar por poder hacer el ganso no implica que cualquier gansada sea de recibo.

Se afirma lo anterior porque miren que hace falta imaginación creadora para sugerir la palabra que deber rimar con Goya y asombrarse de que, en no sé ahora cuántas anteriores ediciones de los premios, a nadie se le hubiese venido a la cabeza ocurrencia tan graciosa. Decir eso y esperar con cara de angelito a ver si la gente se ríe precisa de una entereza de ánimo de un calibre tal que solo pudiera ser equiparable al precio a pagar por poder hacerlo o al de la cara dura necesaria para poder llevarlo a cabo.

Miren que hay que echarle narices para decirle al público, luciendo una gran sonrisa, que, puesto que se necesita agilidad y presteza para ir a llevar urgente recado de que la presencia del estólido anterior se hace necesaria, se movilice a ese actor e inmovilizador de autobuses urbanos que se llama o se hace llamar el Langui para que haga demostración de su minusvalía corporal y vaya corriendo a decirle al copresentador que se espabile que lo están esperando en el escenario.

Miren que tiene pelendengues el hecho de que, una vez llegado a su destino el mensajero, reciba una amarillenta vomitona surgida, de mal disimulada manera, por detrás de la boca del copresentador de referencia, brotando a chorro de una manguera previsiblemente conectada a un depósito de naranjada, en el mejor de los casos, o vaya usted a saber de qué, pregúnteselo en todo caso al Langui que la recibió en la cara sabe Dios a cambio de qué emolumento, esperemos que a l menos de una remuneración en absoluto acorde con la magnitud de las suscitadas. 

Miren que hay que ser cenutrio para que en un acto celebrado bajo la responsabilidad de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España se afirme que el reconocimiento internacional de nuestro cine se produjo de la mano de Pedro Almodóvar olvidándose, citado sea a ejemplo notorio de una realidad silenciada, a Luis Buñuel cuando no la del resto de los directores cinematográficos españoles internacionalmente reconocidos.

Miren que ya debe de ser difícil, hartamente difícil, que unos profesionales de los considerados selectos acierten a casar una escaleta en debida forma y de manera que no se produzcan los errores, las pequeñas interrupciones, los saltos de los atentos espectadores es de suponer que atónitos ante lo que estaba sucediendo en el escenario.

Miren si hay que ser poco imaginativo para ir a remolque de los que está sucediendo en Hollywood, lugar en el que todo ajuste de cuentas y toda venganza tardía están siendo posibles, con independencia de la razón que asista a una parte de los acusados por esta nueva caza de brujas así entendida, de modo que los más de los discursos pronunciados resultasen onerosos, repletos de cifras y de datos en tal medida que, por su profusión y reiteración explícita, llegasen a producir incredulidad sobre la concesión de tres importantes galardones a una directora de la capacidad de Isabel Coixet induciendo la sospecha de oportunismo en unos galardones que están más que justificados en si mismos sin tener que servir para avalar un compromiso que no debe ser de un día sino de una colectiva y permanente actitud vital y corporativa.

La dignidad de la festiva celebración del gozo del cine, a la vez que la de la necesariamente solemne entrega, se salvó gracias a la intervención de Mariano Barroso, vicepresidente de la Academia, que transcurrió con palabras justas y acertadas, breves y medidas, del modo en el que no lo fueron las de Nora Navas que se aventuró en vericuetos dialécticos por los que, en algunos momento, deambuló algo perdida nebulizando -¿se puede decir así?- los efectos pretendidos, difuminándolos en una oratoria vana.

Si es que no se está haciendo ¿Sería tan difícil convocar un concurso de ideas? Un concurso en el que, debidamente valoradas por un tribunal -ya que no independiente sí al menos considerado en posesión de la mínima honradez precisa; un tribunal de hombres y mujeres considerados ecuánimes y justos entre los suyos, a la vez que capaces- sería posible que un tribunal, se decía, a través de cuyo juicio se decidiesen el formato, la maqueta, las actuaciones, el discurso global, los gags, en resumen, el programa total a seguir de un modo impecable que, respetando la libertad individual de los premiados, y la capacidad de ingenio de la que en cada momento se pueda hacer uso, condujese al menos a una actuación digna y menos chabacana de la ofrecida este año, sería posible? 

Debe serlo. Alcanzar de nuevo el bajo nivel conseguido en esta oportunidad será de nuevo ciertamente difícil. Como dijo en una ocasión un añorado locutor de Radio Orense, el bache de este ño ha sido de gran altura.

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