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AFILANDO TU INCONFORMISMO
Alfonso Sobrado Palomares (Calvos de Randín, 1935) lo ha hecho casi todo en periodismo. Ha sido testigo de gran parte de los acontecimientos que marcaron la historia, sobre todo del siglo XX, y ha conocido y entrevistado a dirigentes mundiales como Ben Bella, Fidel Castro, Noriega, Arafat, Netanyahu o el jeque Yasín. En su largo currículo profesional se encuentra, entre otros, ser presidente de la Agencia Efe, responsable de varias revistas, director del Diario de Córdoba y, en los últimos tiempos, colaborador habitual de este diario. A pesar de ello, no se considera parte de la historia del periodismo, “sólo me cuadró estar ahí en algunos momentos determinados”. Ha combinado el periodismo con la literatura, con títulos como Pyjama Party o “Te amaré después de siempre”.
¿Qué es ser periodista hoy en día?
Apostar por contarle a la gente aquello que le puede interesar para su vida y también para tomar decisiones. Siendo presidente de EFE, me tocó la transformación a digital. La tecnología cambió todo el sentido de la información. Antes era más controlable y más controlada, a través de las grandes cabeceras informativas, muy identificadas. Hoy en día, muchas cabeceras no lo están y tampoco las noticias. Por eso hay un gran riesgo de que circulen los bulos, las mentiras y las falsedades con un interés finalista de defender posiciones políticas, de un símbolo o de otro.
Usted fue presidente de la Agencia EFE, ¿Cómo ve ahora los medios públicos?
Hay de todo. Habría que canalizar cada medio concreto y la disfunción o función de ese medio. Así, en general, creo que la época dorada del periodismo hoy ha pasado un poco. Pero a pesar de todo, la columna vertebral del periodismo la sigue manteniendo los grandes medios informativos, y me refiero concretamente a los escritos.
¿Y qué papel le queda a la prensa local?
La prensa local es dificilísima. Es una gran apuesta. Tiene la inmediatez de la noticia, porque la gente a la que más le afecta, es la que está a su alrededor. Es el espejo de esa sociedad que le circunvala a uno, que está al lado de uno. Es clave para contar todo eso, porque las grandes noticias, como el abandono de Biden, ya hay medios internacionales que lo recogen. Pero lo que sucede en la plaza mayor, en tu ciudad, en tu pueblo, todo eso tiene mucha más importancia para la gente y eso sólo lo cuenta la prensa local.
A pesar de eso, ¿no cree que está minusvalorada?
Sí, siempre hubo una especie de mirar por encima del hombro a la prensa local y yo creo que es la columna vertebral de la información para la mayoría de los españoles que no tienen el epicentro en Madrid. La letra pequeña de lo cotidiano se escribe en los periódicos locales y ahí es donde hay que prestar gran atención.
Vivió de cerca la creación de La Región Internacional, el periódico para la emigración desde Ourense. ¿Qué opinión le merece?
La puesta en marcha de La Región Internacional fue algo increíble. Por razones de trabajo, en esa época viajaba mucho por Europa. Ahí pude ver cómo el cordón umbilical que unía a los ourensanos a su tierra era La Región, era como el pulmón por donde ellos respiraban su morriña, su nostalgia y su implicación con Ourense. Este periódico era un factor articulador de la diáspora por toda Europa. Una iniciativa única.
¿Le hubiese gustado ejercer la profesión en Ourense?
Me hubiese encantado ejercer en Ourense, pero no tuve nunca la ocasión. Siempre sentí nostalgia de Ourense. Toda mi vida, y de mi pueblo, Calvos de Randín. Es algo que llevé siempre en mi peregrinación por todo el mundo, la morriña por Ourense, la cercanía, la amistad, la gente. Son recuerdos que no se olvidan nunca.
Si estuviera en activo en estos momentos, ¿dónde le gustaría estar ahora?
Hombre, en un sitio donde estuve varias veces, en Gaza. También en Ucrania. Cuando dirigí EFE, la agencia tenía en esos lugares varios periodistas. Hablaba con ellos al anochecer para que me contaran todos los detalles. A pesar del peligro, yo les tenía envidia por estar en primera línea y así se lo decía.
¿Se ha sentido alguna vez amenazado?
Una vez, sí. En Argelia. Estaba en las montañas, inmediatamente después de la independencia del país. En la aldea donde estaba se oyeron muchos disparos alrededor de donde dormía, la Casa de Baños. Eran los guerrilleros contrarios a Ben Bella, entonces en el poder. Aquella noche pensé que vendrían a invadir la casa de Baños. Es la situación que recuerdo más peligrosa, donde me sentí indefenso totalmente.
¿Alguna vez se ha negado a publicar algo?
Bueno sí, bastantes.
¿Se puede contar alguna?
Algunas cosas relacionadas con la monarquía. Cuando era director de la revista Posible hubo informaciones que sabíamos y que me negaba a publicarlas. Sobre terrorismo, por ejemplo, yo tenía una máxima: las noticias que se deben dar son las que perjudican a los terroristas y no dar ninguna que les pueda favorecer. En la Agencia EFE normalmente, no me metía. Sólo ante noticias delicadas, como fue el caso Roldán cuando apareció en Bangkok, le pregunté al periodista que lo descubrió sí estaba seguro de ello. Me dijo que sí y fue adelante la publicación.
¿Alguna de las personalidades que ha conocido le ha decepcionado?
Bueno, alguna sí.
¿Algún nombre?
No.
Literatura y periodismo, ¿qué tienen en común?
La palabra para contar cosas. Y la gran diferencia es que en el periodismo tienen que ser veraces y en literatura es creación, fantasía, la superhistoria. Los periodistas tenemos siempre la tentación de escribir también fábulas, porque la fantasía te libera.
¿Alguna historia que se le escapara?
No sabría decir. En Panamá, por ejemplo, hablé mucho con Noriega. Me hubiera gustado contar cosas que no conté y que serían interesantes. Tenía que haberlo reflexionado más. En novela, me falta haber escrito una cosa fantástica sobre el Couto Mixto, pero ahora no estoy en condiciones.
¿Cómo ve el futuro de la profesión?
Siempre habrá gente que quiera saber lo que está pasando y otra que quiera contar lo que pasa. Stendahl decía sobre literatura que era un espejo y yo lo aplico al periodismo, es un espejo sobre nuestra realidad cotidiana.
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