Alfonso Sobrado Palomares, la palabra comprometida

Su narrativa es tan real como su periodismo, ambos géneros conviven en armonía en la mente de este incansable contador de historias.

Alfonso Palomares, una vida consagrada a la palabra

Fue uno de los periodistas que con su trabajo contribuyó a construir la Transición. Como escritor, es un narrador de rica palabra y ágil ritmo, empapado de las fuentes de su infancia en la Raia del antiguo Couto Mixto. Se afana a diario en su recuperación de un ictus para ponerse a escribir de nuevo, pero mientras nos deja en su último libro una de las más trágicas historias de amor.

Recuerda con ternura su infancia en Paradela, un pequeño pueblo de Calvos de Randín, sin luz eléctrica, en cuyas noches “las estrellas te poseían” y el aullido del lobo era un sonido a la vez aterrador y familiar. Alfonso Sobrado Palomares (Calvos de Randin, 1935), sintió en esa infancia la llamada de la palabra. Para contar historias, como la del libro que publicó este año, “Por siempre Eloísa y Abelardo”, o para esgrimirla como una espada en el ejercicio del periodismo, siempre con mirada crítica hacia el poder.

La historia de Abelardo y Eloísa me fascinó siempre
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El escritor y periodista Alfonso Sobrado Palomares. // FOTOS: Manucho

¿Cómo era la vida en Paradela en plena posguerra? ¿Había luz, coche de línea?

No teníamos luz eléctrica. Nos alumbrábamos con lámparas de aceite, de carburo. De noche todo era oscuridad. Las estrellas parecía que estaban más cera. Mirabas hacia ellas y parecía que te poseían. El coche de línea llegaba hasta Portoquintela, en Bande y desde allí teníamos que venir a pie. A Paradela por no llegar no llegaban ni los Reyes Magos. Yo pasé toda mi infancia sin saber de ellos. No teníamos nada. Pero lo pasábamos bien. Jugábamos al truco, la billarda… La primera vez que fui a Ourense me llevó “El Benito”, que tenía una tienda de ultramarinos en Calvos y un camión. Allá fui con él en el camión.

Ahora que recuerdo... También fui por primera vez a Madrid en un camión. A cambio le pagué la comida al chófer.

Parece un ambiente propicio para la fantasía. ¿A qué edad se fue?

Es tierra de arraianos, donde los vivos y los muertos se entremezclan. En las tertulias nocturnas al calor de la lareira en las que se hablaba de ánimas que salían a pasear de noche, de apariciones y también de lobos. Las historias de lobos eran maravillosas y a la vez tremendas. Viví allí hasta los ocho años. Luego me fui a estudiar. Primero al seminario, luego al instituto. Hice el preuniversitario en Santiago y acabé marchando a Madrid para estudiar Derecho y Periodismo. Derecho en la Complutense y Periodismo en la que entonces era la Escuela Oficial, que dependía del Ministerio de Información y Turismo.

Y entre el derecho y el periodismo, parece que ganó el periodismo. ¿Tenía clara la vocación?

Sí. Totalmente clara. Yo lo que quería era escribir. Es más, mientras fui estudiante gané el premio Café Gijón de novela, con una novela que se titulaba “Agotando la esperanza”. Tenía una tentación fuerte para la escritura. Lo que sucede es que el periodismo me absorbió tanto y me metí en tantos cometidos que no me dejaron tiempo para la literatura. De hecho, en toda mi carrera solo escribí una novela, que fue “Las linotipias del miedo”, que hablaba de la represión y la censura durante el franquismo.

Hay un libro que me llama especialmente la atención que es su biografía sobre Camus

Es que Camus fue para mí como un padre espiritual en el mundo del pensamiento y de la ética. Y como periodista también, porque él había dirigido un periódico en París, llamado “Combat”, que era un periódico de la resistencia y algunos de aquellos periodistas pasaron a “Le Monde”.

¿Es de ahí de donde le viene su espíritu combativo en el periodismo?

Yo tenía un compromiso soñado con la esperanza de la Democracia y Europa. Entonces los jóvenes de aquella época teníamos la tentación europea. Apostábamos por entrar algún día en las instituciones europeas y sentirnos europeos. Entonces viajé mucho por Europa. Fui a trabajar a campos de trabajo universitarios en Inglaterra y adquirí una cultura profundamente democrática y antifranquista. Y algo me costó, algunas veces.

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Además de ese espíritu combativo, le caracterizó una gran iniciativa emprendiendo proyectos, como ciudadano, posible..

El primer proyecto en el que me embarqué fue una agencia de noticias internacional, que se llamaba Radial Press, junto con Heriberto Quesada y los hermanos Montes, que también eran ourensanos. Fue un hito en el periodismo gráfico de la época y recorríamos el mundo contratando reportajes que luego vendíamos en España y fotógrafos aquí que hacían reportajes que vendíamos por Europa. Ciudadano también fue un proyecto interesante que ideamos Heriberto y yo, porque era una manera de combatir el franquismo a través la denuncia de la corrupción en los productos de consumo, ya que de otra manera resultaba imposible. Me viene a la mente así de repente, el caso del Agua de Solares, que llegamos a cerrar. Y no fue el único caso en el que logramos cerrar un negocio.

Y fue el presidente de EFE que más tiempo estuvo al frente de la agencia. ¿Qué recuerda con más cariño?

Fue una etapa muy interesante porque Efe era una de las grandes agencias de noticias del mundo y la más grande y mejor en español. Ser presidente de Efe me abrió muchas puertas, sobre todo en América Latina y me dio la oportunidad de conocer a personalidades muy interesantes, como el presidente Sanguinetti de Uruguay, Salinas de Gortari, de México…

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El periodismo local es el más importante hoy día porque es el más cercano al lector

Cerró su etapa periodística al frente del Diario de Córdoba. ¿Cómo se pasa del periodismo internacional al local?

No tiene ningún secreto. Es más. Yo creo que el verdadero periodismo es el local. Y también el más importante, porque es en el que te encuentras más cerca del ciudadano. Cuentas hechos que están en su día a día. Ahí tiene que primar el rigor y la cercanía. Es una verdadera escuela de periodismo. Fue pasar de una plantilla de tres mil periodistas que tenía Efe a una redacción de cincuenta. Pero es el periodismo más vivo que se puede hacer.

“Por siempre, Eloísa y Abelardo” es una historia dramática. ¿Qué le atrajo de esta pareja?

Además del periodismo y la literatura siempre me atrajo la filosofía y Abelardo es uno de los fundadores de la escolástica, un pensador único y esta historia me fascinó. Su amor por Eloísa, a la que conoce cuando él tiene treinta y ocho años y ella dieciocho, es un drama comparable a Romeo y Julieta, de Shakespeare, pero mucho más trágico y, lo que hace que resulte más dramático, es una historia real. Se enamoraron perdidamente, tuvieron un hijo medio clandestino y un tío de ella que era canónigo de la catedral de París mandó unos sicarios para que lo castraran. Y ahí aumenta la densidad dramática de la historia. Visité los lugares por los que se desarrolló su vida, incluso el cementerio en el que están ambos enterrados.

¿Tiene ya en mente su próxima novela?

Quiero escribir sobre la España Vaciada, tomando como referencia mi pueblo, Calvos de Randín, y aquella tierra en la que las casas se van agrietando, las tejas, cayendo, pero sigue habiendo vida. Tomo a un viejo del lugar como protagonista que nos habla de un pueblo sonoro, un pueblo con vida aunque se haya quedado vacío y parezca que está en silencio. Es la sonoridad de unos recuerdos que me han acompañado toda mi vida.

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