Kimberly Garcia, línea fina y elegante en la piel, de mano venezolana
LA NUEVA OURENSANÍA
Tatuadora con cola de seguidores en redes, Kimberly Garcia transmite su adaptación a esta tierra, a la par que ilustra con su talento los cuerpos de los ourensanos. Arte sutil y fino discurso, todo entre nosostras se queda en elegancia
Profesional y resuelta Kimberly Garcia recibe en Kremlin Tattoo, un estudio de tatuajes ubicado en el centro ourensano. Nos reciben con una sonrisa al atravesar su entrada, fue abrir la puerta y sentirse en Berlín por un instante. Deja a una cliente reposando unas flores en el brazo para atendernos, pensamos que le tendrá confianza y la otra estará agradeciendo la pausa en la dermis. “Ahora los tatuajes ya no duelen como antes”, informa. Bueno es saberlo, que se lo apunten los del umbral del dolor bajo que quieran hacerse arte en el cuerpo.
Nos cuenta su vida en un periquete, sabe responder sucintamente cuando la interrogan. La historia comienza en Isla Margarita y acaba hace tres años en As Lagoas. “Aquello ahora está precioso, con nuevas construcciones… es donde blanquea el dinero el gobierno”, explica Kimberly. “Yo era de las que pensaba que no me iría nunca”, comenta. Un amigo con familia aquí los animó a venir. “Su papá estuvo treinta años en Venezuela, pero tenía el acento gallego intacto”, puntualiza. Alegría nos produce saber que por los mares no se pierden nuestros cantares, procede introducir pues, en nuestro idioma unos cuantas expresiones de su tierra. “Ahorita”, dice ella en un momento, que suena lindo en directo, y se nos antoja uno de esos ejemplos idiomáticos que nunca deben perderse.
Odontóloga de formación conserva aún su clínica en Isla Margarita, que atienden personas de confianza, aquí sabía que la cosa sería complicada. Se decantó por el mundo del tatuaje porque era algo que ya hacía previamente. “Allá me conocían como la odontóloga tatuada”, comenta. Según Kimberly esos híbridos en el Caribe se salían de lo corriente. “En mi gremio no era muy común”, explica, y reconoce que allá es popular y está más extendido entre malandros y delincuentes.
Sobre la fina línea
“El hecho de ser diestra, tener un buen pulso interno, el haber estudiado, y el auge de la línea fina, me ha llevado a un nivel ‘top’”, reconoce. “Me encanta lo que hago, son las tres, cuatro horas que estoy más relajada y feliz, sin pensar en nada”, añade. Nos explica Kimberly a los ignorantes en la materia que se trata de dibujar con una aguja simple, o bien con un grupito de tres o cinco. Básicamente con eso se consiguen trazos finos como los que ilustran una palabra, antaño este arte en la piel se realizaba con grupos de siete o incluso nueve. “Con el pulso muy certero se consigue una línea muy elegante”, explica. “Esto hizo que muchas personas se puedan hacer cosas sencillas, delicadas y pequeñas, aún no siendo amantes de los grandes tatuajes”, aclara. Una frase de un abuelo, la foto de una mascota, o incluso una huella dactilar previamente digitalizada son algunos de los ejemplos que, según Kimberly, tienen aceptación entre el público y realiza exitosamente con sus destrezas.
Familia numerosa
Vive Kimberly con sus tres niños y su marido, dejó con pena su país cuando entendió que había cosas a las que no debía acostumbrarse. “Somos de Valencia originalmente, pero nos mudamos a Margarita porque nos atracaron”, comenta “A mi hijo mayor, que por aquel entonces tenía siete años, le pusieron una pistola en la cabeza”, declara. Afortunadamente en nada serio quedaron esas peripecias.
“En la isla tenía agua un día sí y un día no, treinta minutos, con esto yo tenía que llenar el tanque para poder vivir”, relata. “Te acostumbras a bañarte en casas ajenas o con agua residual”, comenta. Sigue Kimberly con los cortes de luz, “dejar a pacientes anestesiados sin poder acabar la intervención era algo bastante común”, explica. “En Venezuela hay un 85% de población en situación crítica, un 10% de clase media en la que podría estar yo, y un 5% con muchísimo dinero”, declara. “Los sábados yo trabajaba con una fundación e iba a hacer servicios de odontología en ranchos, recuerdo a una chica de veinte años con siete hijos, en extrema pobreza, esa es la realidad de la mayoría de la población”, relata asertiva Kimberly, de madre a madre, esas cosas no se olvidan.
Se siente plenamente integrada en Ourense y no comunica queja alguna de su funcionamiento o sus gentes. Hace pesas, dice graciñas y lo alterna con un “¡qué brutal!”, algo que también aplica con sus empleadores en Kremlin. “¡Se portaron súper con nosotros!”, admite. En el local se respira buen rollo, y ya lo dijimos antes, se siente una más en Europa.
Toca despedirse, no sin antes mencionar a sus más de diez mil seguidores en Instagram que la siguen y piropean. Es K. Garcia de beso y abrazo más que de babas en cara, y así procedemos con ella. La palabra amor la tiene escrita en el cuello, malo será que ese apretón (por tatuaje venezolano que haya) acabe en vilipendio.
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