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Echa humo un rincón de manicura y pedicura al final de la avenida de Zamora, la regente es mujer resuelta y profesional, trabaja, estudia y proyecta metas. Tal vez se realicen algún día en su país, si con el tiempo vuela de vuelta. Una verdadera pérdida si tal objetivo se produce, para un negocio en Ourense que prospera. “Con el tiempo me gustaría tener una familia, pero con un hombre de Brasil”, comenta entre risas. Pretendientes locales posibles, quédense en la puerta. Las mujeres facturan, diría Shakira, por lo de pronto ni Chico ni Paco, mismo nombre, distintos países, solo bromas con el género por parte de esta brasilera.
Llegó Gizely Cristina Mernitzki a Ourense en 2019, en busca de aventura y experiencias. “Aquí tenía una amiga desde hace años que me acogió al principio”, explica. “España fue mi retiro espiritual”, confiesa, “maduré mucho, me conocí mejor y descubrí mi pasión por las uñas”, concreta. A pesar de que es Cristina mujer independiente desde los dieciocho años, emprender aquí fue un reto. “Yo doy hecho”, usa palabras muy nuestras para explicar el suceso en nuestro idioma, y un ‘sucesso’ por el momento, en el suyo.
En su país trabajaba en oficina, en una franquicia de cosméticos, a la par que estudiaba ingeniería ambiental de lunes a viernes. Dejó en Cuiabá a sus hermanos y madre, descendiente de polacos y ucranianos emigrantes también en su día. “En el sur de Brasil hay una colonia muy grande de tres generaciones hacia atrás de mis abuelos”, concreta.
Mato Grosso, la región de la que procede es “pura naturaleza, cascadas, ríos, bichos de todas las especies y donde el frío es veinticinco grados tres días al año”, comenta expansiva. Abrazó su salto de la capital del estado a Ourense porque “fue como frenar la vida, ir a un ritmo normal, más sano”, confiesa.
Estuvo Cristina en Xunqueira de Espadañedo al poco de llegar, consiguió un trabajo de interna. “Pasé la pandemia con una persona mayor, aprendí lo importante que es cuidarse de cara al futuro”, revela. Según ella a nuestros ancianos les falta afecto, se sintió ella más cuidada que cuidadora por aquel tiempo. “El señor estaba más pendiente de si me faltaba comida, agua, si había tomado fruta… era como un abuelo”, confiesa.
Durante ese tiempo realizó un curso online de manicurista, siguió practicando con unos y otros, hasta que se hizo asalariada. Le traspasaron el negocio sus jefes en septiembre del año pasado. “Ellos tienen una clínca dental y no daban abasto”, comenta. “El 80% de los clientes ya eran míos de otro lado así que me lancé”, revela orgullosa.
Su día arranca en el gimnasio a las seis, y a las diez, cuando no antes, ya está en su local acicalando uñas. “Estudio la carrera de economía e inglés por las noches”, revela. Los sábados los reserva para el descanso, y el cuidado de su compañera de piso en el barrio de San Francisco. “María Guepi”, la llama cuando se pone rabisca, no es una gata cualquiera. “Esa es mi rutina insana”, comenta entre risas. Quiere ella bajar revoluciones, pero aplica el quien no corre vuela.
Opina Cristina que “nada es tan bueno que no pueda mejorarse”, ‘ouve lá’, espíritu de superación, ideas claras. “Cercanía, educación y respeto”, las claves de su negocio, además de unos cuantos conocimientos sobre cutículas y esmaltes. “Soy muy perfeccionista, intento dar mi mejor, y que los clientes tengan un momento de relax”, anima Cristina a una visita para distenderse. Suena la alarma de las 10am, ya hay una clienta en la puerta. ¡Audiencia para que nos dejen los pies dignos de sandalia abierta!.
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