QUEN CHO DIXO
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AFILANDO INCONFORMISMOS
Norberto López Amado (Ourense, 1965), es un reconocido director de cine y de series televisivas, como el documental ¿Cuánto pesa su edificio, Sr Foster?, largometrajes como La decisión de Julia o series como El tiempo entre costuras, entre otros muchos. Pero eso es pasado. Ahora, a la espera de que su último trabajo, El cuento del lobo, se estrene, está inmerso en el rodaje de la serie Mar afuera. Tito López Amado lleva siempre como bandera sus orígenes ourensanos, pontinos para ser más exactos, que le tocan por parte de padre, el recordado periodista Luis López Salgado, uno de los artífices de la edición internacional de La Región. Espera que, como Clint Eastwood, “pueda contar historias hasta el final” y no teme quedarse sin ideas, “estoy escribiendo seis proyectos. Así que imposible, al contrario, creo que no me dará tiempo a hacer todas las historias que quiero contar”.
¿El cine es un monólogo o un diálogo?
Es un diálogo que empieza como un monólogo. Porque lo primero que haces es preguntarte a tí mismo qué es lo que quieres contar y por qué. Cuando te pones a escribir o a buscar proyectos, siempre buscas esas respuestas. Una vez que ya las sabes y ves cómo todo empieza a proyectarse en imágenes, pasa a ser un diálogo totalmente.
Sus trabajos más personales como La decisión de Julia o Más allá de los ojos cerrados, ¿son una búsqueda de respuestas?
Normalmente, casi todos los proyectos que he hecho más personales son siempre preguntas que no tienen respuesta. La decisión de Julia fue por el fallecimiento de mi hermana. Necesitaba enfrentarme un poco a la muerte y esa película me ayudó mucho y sí me dio una respuesta. Me curó de la tristeza y eso solo lo puede hacer algo artístico o algo como el cine. Esa película, que era tan, tan personal, cuando la vi proyectada y vi el efecto que producía, me fascinó. Ahora, en El cuento del lobo, hablo de la cantidad de personas que hay dentro de una persona. Son cuatro personajes que dialogan entre ellos, y los cuatro tienen que ver mucho conmigo, en alguna parte. En ese diálogo surgen cosas interiores y eso es para mí el cine, que te cura mucho.
Es un director que apuesta por ensayar, ¿la vida es un ensayo o un constante estreno?
Creo que es un ensayo todo el rato. Porque la vida te puede sorprender a cualquier edad. Hay gente que cree que todo está hecho, que van pasando los años sin más. Pero qué va, cada día que te levantas, te puedes sorprender. Todos los días son una prueba sin saber qué va a pasar, porque eso es lo bueno de un ensayo. Cuando ensayas eres totalmente libre. Y creo que la vida es eso, libertad.
Las plataformas y el cine. ¿Una relación amorosa con futuro o una relación tóxica?
Al final, es una necesidad. Hay algo muy bueno que está pasando y es que se está rodando mucho. Pero también hay algo que debemos intentar evitar y es, por así decirlo, la fórmula. Cierto que funciona pero, a veces, también funciona lo contrario, y debemos darle una oportunidad. Las plataformas, como todo negocio, necesitan de ella para sobrevivir, pero no hay que olvidar que también están dando la posibilidad de producir cosas que antes era imposible de hacer. Por tanto, nos necesitamos todos. Todo lo que sea contar historias, venga de donde venga, es imprescindible.
La Inteligencia Artificial, ¿un choque peligroso o una convivencia provechosa?
Esto es polémico. Yo creo que es provechoso, fíjate. En el fondo la IA no dejamos de ser nosotros mismos, es tener un procesador de datos enorme a tu servicio. Hay que mirarlo como un colaborador y no como un competidor. Personalmente, la utilizo mucho para crear atmósferas, imágenes de una escena o de algo que puedo imaginar. Y a veces, en ese diálogo que mantienes con la IA, surgen cosas totalmente inesperadas. Hay que cuidarlo, como todo. Si lo haces en modo mecánico, podemos entrar un poco en eso que hablábamos antes de la fórmula, que es el problema que tenemos ahora. Pero no hay que tener miedo. Siempre tenemos una sensación catastrofista con respecto a todo lo novedoso, que hay empezar a intentar cambiar.
¿A qué película o director siente la necesidad de volver habitualmente?
A muchos. Me gusta Wim Wenders, siempre me emociona. Me gusta Kieślowski. Esa trilogía de Azul, Blanco y Rojo me parece una preciosidad o La doble vida de Verónica, que es una de mis preferidas. Porque hablan de cosas impresionantes, hablan del ser humano y, cuando de repente notas que hay directores que son capaces de captar la esencia de lo que somos, a mí me vuelve loco. Luego están los clásicos, desde Hitchcock a Spielberg. Pero el que más, si tuviera que decir, es Bergman y Fresas Salvajes. Me fascina cómo habla de la vejez, de lo que viviste y de lo que recuerdas de lo que viviste.
¿Se entiende el cine sin riesgo?
No, para mí el cine es riesgo siempre. Riesgo sobre todo emocional, un riesgo de que tienes que abrirte en canal y no tener miedo a ser expuesto. Una de las cosas más difíciles del cine es que cuando se proyecta, estás desnudo. Si te has entregado de verdad, todo te duele.
¿Y con conformismo?
Sí, si lo que quieres es ganar dinero. Pero si lo que te gusta es hacer cine tienes que tener un punto de inconformismo. Para mí el cine es la emoción de contar una historia y que le llegue a otras personas y, al mismo tiempo, que te llegue a tí. Cuánto más eres tú, más real es. Puedes ser una persona conservadora y ser conformista y contar historias conformistas pero, al final, creo que llegarán a un público que, según la ve, se olvide de ella. Pero si tú quieres que un proyecto no se olvide, tienes que ser un inconformista y un rebelde.
Si tuviese que contar desde Ourense, ¿qué historia sería la elegida?
Hay algo que tiene Ourense que me lleva todo el tiempo a mi infancia. Me lleva al bar de mi abuelo, a la amistad de todos los amigos que he tenido, Manuel, Avelino, Paco… Me lleva a una época que ya no existe, a jugar al fútbol al lado del río, a cruzar la carretera sin miedo a los coches, a ir en bicicleta sin control. Había una libertad y una luz especial. Lo recuerdo todo como algo mágico. Ese sería el mundo que me gustaría retratar, el mundo de mi abuelo. Ese en el que en la parte trasera del bar, en A Ponte, se hacía matanza y mi abuela cocía el pulpo. Hemos tenido la suerte de vivir como los destellos de una época ya desaparecida. Así que contaría esa historia, la de la magia de un niño viendo un mundo que no entiende, pero que intenta comprender.
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